Los problemas de Salta son cada vez más grandes, pero los políticos cada vez más pequeños

Durante los últimos quince años, los problemas económicos y sociales se han multiplicado en Salta.

A la mayor cantidad de desafíos que debe afrontar la sociedad, se suma el agravamiento de muchos problemas que ya existían con anterioridad, como la pobreza, la marginalidad social, el deterioro del ambiente o los crecidos espacios de influencia del crimen organizado.

Pero mientras la sociedad salteña se enfrenta a desafíos titánicos, nunca antes conocidos, la política tiende a hacerse cada vez más pequeña.

Nuestros políticos emplean sus mejores energías en la búsqueda de soluciones minúsculas, si bien suelen adoptar la precaución de disfrazar su pequeñez con un discurso grandilocuente -normalmente indescifrable- que, sin embargo, no alcanza para ocultar el deseo de evadir sus responsabilidades y su incapacidad para resolver los problemas más trascendentes de nuestro tiempo.

La reciente oficialización de las listas de candidatos para las próximas elecciones de diputados nacionales pone de manifiesto la continua pérdida de calidad de nuestros políticos y la acentuación de una preocupante tendencia al estancamiento de la representación parlamentaria, con repetición de nombres, de estilos y, sobre todo, de métodos de selección.

A menudo se analiza la calidad de los políticos desde dos dimensiones: la competencia y la honestidad. La primera es entendida como la habilidad para identificar los objetivos políticos adecuados y la capacidad para alcanzarlos con un mínimo coste social. La segunda es un rasgo de carácter que impulsa a los políticos a ejercer sus funciones con apego a la ley y la verdad, sin acosar a los ciudadanos con sobornos y sin utilizar los bienes públicos para beneficio propio o de una parcialidad.

A ello habría que agregar una tercera dimensión: la capacidad para ofrecer a los ciudadanos una visión amplia, y a la vez simple, de los principales problemas políticos.

En Salta, es notable cómo los políticos de más baja calidad disfrutan de ventajas competitivas a la hora de afrontar una elección. Si tenemos en cuenta que la competencia para la formulación de políticas está relacionada con las llamadas «habilidades de mercado», parece claro que en Salta los ciudadanos más incompetentes afrontan un coste de oportunidad menor cuando eligen vivir de la política. Los incentivos que la política ofrece a las personas menos preparadas son en Salta exageradamente altos.

Nuestros electores -da pena decirlo- no son lo suficientemente exigentes y, en la mayoría de los casos, se hallan prisioneros de las redes de clientelismo, estratégicamente desplegadas por el gobierno, que anulan la libertad de elegir.

La pequeñez de la política y de los políticos se advierte con asombrosa claridad en los programas electorales de los candidatos y en sus hábitos de campaña. Como he dicho antes, mientras los discursos se esfuerzan por parecer razonables, por debajo de ellos se disimula una visión microscópica de la realidad y la tentación de ofrecer soluciones puerta a puerta, adaptadas a las «necesidades del cliente».

Un diploma de diputado nacional y la posibilidad que éste otorga de enfrentarse a problemas de escala territorial mayor no asegura que los políticos pequeños puedan pensar y obrar en grande. La dispersión mental que afecta desde hace décadas a la representación parlamentaria de Salta asegura que los diputados que resulten electos terminen ignorando, igual que sus antecesores, los grandes problemas nacionales y dediquen sus mejores horas a asuntos nimios, como el aseguramiento del culto universal a Güemes o la financiación de clubes locales de fútbol. Se trata, en suma, de funcionar como pequeñas extensiones de los intereses locales y, en una gran mayoría de casos, de los personales del Gobernador de la Provincia.

Cada vez que se ha intentado explicar las razones del notable retraso que afecta a Salta en comparación con otras provincias argentinas se ha puesto el foco sobre la debilidad de las instituciones. Quizá haya llegado el momento de darle la vuelta a este enfoque y empezar a pensar que es la mala calidad de los políticos y su manifiesta incapacidad para comprender y hacer frente a los problemas más graves lo que impide un adecuado funcionamiento de nuestras instituciones y lo que de verdad frena nuestro futuro.