
El solo hecho de admitir la existencia de una «Argentina profunda», teóricamente enfrentada a «otra» Argentina, superficial y vinculada a una cultura de masas internacional, representa una visión conservadora de las relaciones entre nuestros territorios.
La exaltación del «interior profundo» y de los valores de la cultura rural (la vida familiar, la religión, las tradiciones, etc.) constituyen un cliché político del que se valen los conservadores para rechazar las transformaciones, a veces inevitables, que experimentan las sociedades modernas.
También es una expresión peyorativa en tanto se utiliza para definir cosas y referirse a sucesos (normalmente crímenes horribles) que ocurren lejos de nuestro entorno vital o para proclamar la superioridad moral e intelectual de unos determinados territorios sobre otros.
Desde este punto de vista, no está muy claro que Salta sea el verdadero «interior profundo» del país, a menos que con esta expresión quien la ha pronunciado haya intentado poner de manifiesto la brecha cultural existente entre una sociedad atrasada, ignorante y prisionera de su pasado y otra sociedad más conectada con el mundo del conocimiento y atenta a los cambios que experimenta el mundo.
Quizá lo que el candidato quiso decir es que en Salta se registran los índices más escandalosos de pobreza, de desigualdad social, de asesinatos de mujeres, de impunidad de los poderosos, de debilidad institucional, de deterioro educativo o de degradación urbana.
Lo que está claro es que esta caricatura banal de nuestra sociedad y de nuestro territorio no refleja la realidad y nos coloca en situación de desventaja o inferioridad.