Piloto automático y carrera presidencial amenazan la gobernabilidad de Salta

A poco más de una semana de que las urnas le entregaran servido en bandeja un tercer mandato, el Gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, ha demostrado que su cabeza ya no está en Salta y que no piensa en otra cosa que su ambición presidencial.

Frente a este espectáculo, los salteños se preguntan si el pasado 17 de mayo votaron para Urtubey se dedique a gobernar Salta o para que inicie su asalto a la Casa Rosada.

Cualquiera sea la respuesta a este interrogante, lo único cierto es que el aparato del Estado está a la deriva, abandonado a su suerte.

Urtubey llegó a las elecciones sin programa. Su única promesa fue «seguir haciendo» lo que -se supone- ya venía haciendo. Le alcanzó para ganar las elecciones, pero ¿le alcanzará para mantenerse en el poder?

El interés por Salta ha desaparecido de su agenda. Ahora toca mostrarse en todas las provincias como un gran sintetizador de corrientes ideológicas antagónicas y de espacios políticos inconciliables.

Y mostrarse además con un look lumbersexual, que -según los encargados de modelar su imagen- es lo que mejor le sienta a su blanca palidez altoperuana.

¿Qué será de Salta? Nadie lo sabe.

La duda es si los asuntos públicos quedarán en manos de los maquilladores, de los iletrados o de los chamanes. Probablemente sean estos últimos los que asuman la responsabilidad de gobernar y los que den más garantías a los ciudadanos, dentro de un panorama de jolgorio burocrático y alarmante pobreza de gestión.

Mientras tanto, Urtubey, flotando sobre una nube de copos de algodón, intenta abarcar el país con su sonrisa, su voz gangosa y su discurso de patio de colegio. Le faltan uñas al guitarrero, pero le sobra ambición. La última palabra todavía no está dicha.