El futuro de Salta es más importante que el futuro de Urtubey

La voluntad soberana de los ciudadanos salteños (pasada por el indescifrable filtro del voto electrónico) ha decidido concederle a Urtubey cuatro años más de gobierno.

Quienes han adoptado esta decisión consideraron, tal vez, que era justo y necesario premiar al actual Gobernador por lo bien que lo hizo en los ocho años anteriores. Pero lo que es más seguro es que el Gobernador no ha tomado su elección como un premio (los ególatras piensan, en el fondo, que los premios son innecesarios u obvios) sino más bien como un cheque en blanco para decidir su futuro personal y político como mejor le apetezca.

El enamoramiento de la propia imagen que desde hace tiempo cautiva al Gobernador y le hace perder la cabeza, seguramente le impedirá ceder a la tentación de dejar a Salta a la deriva, pero hay que reconocer que el panorama se le presenta muy propicio para abandonar el despacho diario de los asuntos del Estado en manos de esa burocracia tan incondicional como poco preparada que le acompaña, y para sentar sus reales en Buenos Aires, o allí donde su insaciable apetito de poder y sus ansias de figuración le indiquen que debe estar.

En los próximos cuatro años, con una recesión económica a la vista y con serios problemas de inserción de la Argentina en los mercados mundiales, incluidos los financieros, la solución no será hacer la plancha ni dejar que gobierne la segunda línea. Será preciso tomar con decisión el timón de la Provincia y animarse a definir políticas valientes para enfrentar lo que vendrá.

Mientras Urtubey alimenta sueños irrealizables, como todo ser predestinado al que una señal en el cielo le indica que debe salir al encuentro de su destino, el futuro de Salta es incierto, peligrosamente nebuloso.

Pero no solo por las quimeras de Urtubey. La falta de una oposición política seria, estable, articulada alrededor de ideas modernas y capaz de construir mayorías sociales de progreso se erige en el mayor obstáculo para encarar los desafíos del futuro.

En los próximos cuatro años Salta necesitará de un Gobernador con cualidades que Urtubey no posee, como humildad, paciencia, serenidad o inteligencia, por solo mencionar a unas pocas. No parece probable, a estas alturas, que un milagro nos haga descubrir a un Gobernador diferente al que hemos conocido y calado de sobra durante los pasados ocho años.

Necesitará también de una oposición política activa, atenta y presta a tomar el relevo. Pero también aquí se necesitaría un milagro.

Los éxitos electorales -lo repito una vez más- no ponen fin a los debates, no dan la razón a los ganadores y no enmiendan sus errores pasados. La elección de ayer solo ha servido para confirmar que el control del aparato del Estado (lo que se llama incumbency advantages) resulta decisivo para volcar una elección hacia el lado de quien ejerce el mando.

El resultado ha servido también para confirmar que la mayoría empobrecida desea continuar financiando el hedonismo y el buen pasar de una minoría parasitaria, y, si acaso, para demostrar que entre dos proyectos viejos, casposos y oligárquicos (el de Urtubey y el de Romero), los ciudadanos se han decantado por el que mejor representa el ideario atemporal de la derecha corporativa, clerical y autoritaria.

Pero aunque Urtubey resuelva su futuro en los próximos meses y obtenga, por fin, la convincente respuesta que espera del espejo de la madrastra de Blancanieves, el futuro de Salta seguirá envuelto en nubarrones; los salteños seguirán sin una idea clara acerca del rumbo de la nave y, lo que es peor, vivirán con la sensación de que quien debiera estar en el puente de mando con las manos férreamente asidas al timón está en el casino de cubierta, soñando con llegar a Hollywood.

Un número importante de comprovincianos sabe (o intuye) que nuestro sistema de convivencia necesita reformas profundas y urgentes. Que ni la «comunidad organizada» ni la «inmaculada institucionalidad» garantizan un futuro en paz, con prosperidad, trabajo, bienestar y justicia para todos. Que hay que trabajar intensamente para sentar las bases de un porvenir razonablemente venturoso y que los ganadores de la elección de ayer no están dispuestos a hacerlo (entre otros motivos porque guardan sus mejores energías para empresas más ambiciosas).

Después de un espectáculo tan enfermizo como al que hemos asistido en los últimos seis meses, urge recuperar la sensatez y sentarse a reflexionar, sin vino, sin asado, sin loas desmedidas a los victoriosos ni marchas peronistas que nublen la razón y oscurezcan el entendimiento. Es mucho lo que está en juego y muy poca la responsabilidad de quienes hoy presumen del apoyo popular mayoritario.

El futuro de Salta es y debe ser una preocupación para todos (perdedores, ganadores e indiferentes). Sería de una mayúscula irresponsabilidad dejar en manos de quienes solo sueñan con el poder infinito la decisión del rumbo que debe adoptar nuestra sociedad en un mundo cada vez más amenazante, cambiante e indescifrable. Debemos tomar el futuro en nuestras propias manos y hacer el esfuerzo por enfrentarlo en libertad.

No está demás recordar, ya para finalizar esta líneas, lo que alguna vez dijo John Stuart Mill: que la libertad necesita ser defendida, incluso, de la democracia y que es preciso inculcar a los demócratas el respeto por la libertad.

Y para defender la libertad de los ataques de estos demócratas de cartulina, así como para recordarles que en nombre de la democracia y de las mayorías se pueden cometer los atropellos más grandes contra las personas y sus derechos, siempre podrán contar los salteños con este humilde servidor.