
Si a esta triste realidad le sumamos el hecho de que muchos de ellos (y ellas) han crecido en un ambiente social degradado, cuyos máximos exponentes culturales son Marcelo Tinelli y Bailando por un Sueño, la situación es realmente preocupante.
Con quien ha vivido pocos gobiernos sucede como con aquellos que han leído pocos libros o han amado a pocas personas: están condenados a vivir sus propias vidas.
Probablemente Salta no da para que tengamos mejores gobernadores de los que tuvimos en los últimos veinte años. Pero sí da (y daba ya antes) para que, en vez de dos, hubiéramos tenido cinco (igualmente torpes) durante el mismo periodo.
La falta de alternancia en el poder, la repetición de los estilos de gobierno y la lentísima renovación de la dirigencia política y social provoca la resignación ciudadana, y lo que es peor: impide la circulación de nuevas ideas.
Veinte años es mucho tiempo en la vida de cualquier persona, pero para un joven de 24 años es casi toda su vida. No hay derecho a que la política les prive de vivir experiencias nuevas, de enfrentar desafíos nunca antes conocidos, de crear sus propios espacios de expresión y de luchar por ideas cada vez más nuevas y atrevidas.
Romero y Urtubey se han encargado de hacer todo esto imposible. Los dos vienen proyectando la misma película y repartiendo los mismos pochoclos desde 1983. Y no solo eso. Han causado un daño tremendo al hacer que muchos de nuestros jóvenes piensen que un buen proyecto de vida es ser como ellos: pobres de talento, pero exitosos y millonarios.
El empobrecimiento político y la reducción del mercado de las ideas han conseguido también volver inútil aquella vieja frase que dice que «el localismo se cura viajando», pues la inmensa mayoría de los salteños que han tenido la suerte de conocer otros países y vivir otras culturas ha regresado a Salta con su opería reforzada.
La alternancia política y la renovación de las prácticas y estilos de gobierno no solo son condiciones para la existencia de la democracia: son también necesidades sociales imperiosas y condiciones básicas para el éxito económico.
Las sociedades que, como Salta, vienen siendo gobernadas desde hacia varias décadas por los mismos partidos y las mismas familias viven asfixiadas sin apenas darse cuenta. Igual que aquellos que aspiran el monóxido de carbono, caen en el sopor y mueren, sin percatarse en ningún momento de lo que les está sucediendo. Morir con libertades y derechos, que le dicen.
Tal como están las cosas, las elecciones, más que la solución, son una parte del problema. Ninguna persona razonable espera que la próxima votación vaya a cambiar en lo más mínimo esta situación que afecta a decenas de miles de salteños entre 20 y 25 años.
Solo nos queda la esperanza de que surja en el seno de la sociedad salteña un movimiento de opinión firme que ejerza el derecho a la rebeldía, que plante cara al sistema y denuncie sus excesos.
Nuestros jóvenes están llamados a liderar este movimiento esperanzador, a abanderar una cruzada histórica para librar a Salta de la tiranía del pensamiento único, de los «niños bien» elegidos por Dios para regir nuestros destinos, de los caprichos de los millonarios, de los privilegios de las elites y de los mitos folklóricos que nos impiden asomarnos al futuro con la ilusión de que podemos vivir en una sociedad más justa, más fraterna y más solidaria.