Un 'demos' demasiado volátil caracteriza a los partidos políticos de Salta

La continua danza de candidatos, dirigentes y militantes entre distintas formaciones políticas, el intercambio de siglas, el préstamo de eslóganes y símbolos, constituye una clara disfuncionalidad del modelo.

En Salta, así como en otros lugares del país, se tiende a confundir la militancia (que simplemente significa la pertenencia o figuración en un partido político o en una comunidad) con el ejercicio activo de la actividad política, en cualquier partido.

La confusión conceptual entre militancia y activismo es la demostración palpable de que el demos de los partidos políticos locales es demasiado volátil y, por tanto, poco adecuado para cimentar y sostener el edificio democrático.

Tanto la volatilidad como el exceso de activismo disfrazado de militancia o de participación hablan de un grave déficit democrático que se puede constatar en la falta de responsabilidad y creciente pérdida de legitimidad de los dirigentes y candidatos frente a los ciudadanos.

Este déficit se halla de algún modo enmascarado por la celebración periódica de elecciones y por la movilización popular durante los periodos preelectorales, pero ni lo primero ni lo segundo consiguen que nuestra democracia mejore y que los ciudadanos se sientan más satisfechos con ella.

En suma, que el déficit democrático es un vicio estructural de nuestro sistema. Que la volatilidad de la dirigencia política impide hablar de partidos políticos democráticos en el sentido al que se refiere la Constitución Nacional. Que en la medida en que la identidad (o al menos la afinidad) ideológica y programática es condición sine qua non de la existencia de los partidos, el continuo intercambio de recursos humanos, de ideas y de símbolos impide la consolidación, en el seno de los partidos, de un demos capaz de servir como base humana para una comunidad política plural y diversa.

Sin partidos políticos democráticos y claramente definidos en torno a una identidad común, a su vez, diferenciada y compleja, resulta imposible construir una democracia respetuosa de las libertades de los individuos y de los grupos.

Al contrario, el sistema de «partidos totales o transversales» que hoy nos rige propone la reducción del ciudadano al estatus de súbdito; es decir, el ser humano subsumido en una comunidad entendida como totalidad orgánica.