
Muchos de ellos se limitan a hacer entrar el pasado por la puerta con la esperanza de ver el futuro entrar por la ventana. Exactamente al revés de lo que sostenía Eleanor Roosevelt, quien dijo alguna vez que «el futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños».
El desprecio por el futuro que escenifican los políticos salteños se distingue con mayor claridad en la mezquindad de las acciones presentes. En palabras de Albert Camus: «La verdadera generosidad hacia el futuro consiste en darlo todo al presente».
Basta con echar un somero repaso a sus actuaciones más recientes para darse cuenta que el futuro es, para ellos, poco más que una fatalidad del calendario.
La tarea de los políticos -de los salteños y los de cualquier parte del mundo- es la de acertar a percibir a tiempo cuándo el futuro deja de ser una promesa para convertirse en una amenaza. En ese preciso momento nace la política y se convierte en importante para los seres humanos.
La falta de ideas, de compromiso y de fantasía ha reducido esta campaña electoral al rango de una subasta pública, en la que todos los días aumentan los precios de los objetos: más viviendas, más puestos de trabajo, más pozos de agua, más asfalto, más de todo.
Ningún candidato ha dicho, por ejemplo, de qué cosas buenas los salteños deberemos desprendernos en el futuro para mantener una razonable calidad de vida. Nadie habla de cómo influirán en nuestra vida futura fenómenos como el cambio climático, el agotamiento del modelo energético o la escasez del empleo, por solo citar tres de las amenazas más conocidas.
Nadie se anima siquiera a aventurar un escenario en el que cientos de miles de salteños, que hoy son víctimas de un sistema educativo perverso e ineficiente, deberán hacer frente, con sus pobres conocimientos, a desafíos desconocidos.
El pasado puede iluminar el futuro pero no reemplazarlo. La incertidumbre del porvenir solo se puede sobrellevar con ilusiones. Cuando estas faltan, el futuro se nos presenta como un abismo oscuro, peligroso e imprevisible.
La política es la encargada de fabricar estas ilusiones en su faz colectiva. Son los políticos los que tienen que dibujar los escenarios futuros, anticipar los desafíos y sentar las bases para superarlos. Y esto en Salta no sucede.
La subasta (por no llamarla campaña) es un carnaval, un desfile despreocupado de murgas y comparsas, una exhibición de máscaras vacías de cualquier contenido; aunque la plaza esté inundada de «propuestas» y los medios saturados de «debates».
Tal vez sea necesario reducir el número de propuestas y limitar el de los debates. Quizá convenga a los salteños ponerle fin a este crescendo dramático de las comedias proselitistas. Probablemente nos enfrentamos a la necesidad de que los políticos se bajen de la nube y comprendan que la búsqueda obsesiva del poder no contribuye a solucionar los problemas sino en todo caso a agravarlos.
Los apellidos dan igual. Unos y otros, se llamen como se llamen, comparten el desprecio por el futuro y la renuncia a las ilusiones. Tal vez sea hora de que los salteños nos demos cuenta de que cuando todo esté perdido (y para eso no falta mucho), lo único que nos quedará será el futuro.