Jean-Michel Bouvier: Del affaire Dreyfus a las elecciones de Salta

Cuando en medio del huracán mediático provocado por el juicio a los presuntos autores del crimen de su hija, Jean-Michel Bouvier pronunció su famosa frase «prefiero un culpable en libertad que un inocente en prisión», no hablaba simplemente un padre desgarrado por el dolor sino un hombre profundamente marcado por la historia.

No se necesitaba entonces ser muy sagaz para darse cuenta de que lo que se estaba fraguando en los estrados judiciales de Salta era una injusticia del tamaño de un mundo. Una instrucción deficiente y politizada puso de relieve lo peor de nuestro sistema penal: las pruebas falsificadas, las torturas, las extorsiones, las muertes sospechosas y los acusados sin fundamento.

Bouvier se dio cuenta rápidamente de que en Salta los intelectuales se pueden contar con los dedos de una mano y fue entonces que sorprendió a todos con una frase que, en realidad, evoca lo mejor del espíritu de Émile Zola y su famoso artículo «J'accuse...!» (1898), en el que el novelista parisino pronuncia un histórico alegato a favor de la inocencia del capitán Alfred Dreyfus, juzgado, condenado a cadena perpetua y expatriado por un espionaje que nunca cometió.

El padre francés, nacido medio siglo después del famoso affaire, se convirtió en el Émile Zola de Daniel Vilte Laxi y éste en su particular Dreyfus.

Ahora Bouvier busca afanosamente a su Ferdinand Walsin Esterhazy, es decir, al verdadero culpable del crimen. Lo hace porque proviene de una cultura jurídica en la que los errores judiciales no tienen cabida y, cuando se producen, son enmendados. Piensa, como piensan muchos salteños, que Salta no puede dar carpetazo a un asunto tan grave como el doble crimen de la Quebrada de San Lorenzo dejando a un solo culpable en la cárcel y renunciando a cualquier investigación ulterior.

¿Puede Bouvier inclinar la balanza electoral de Salta?

Pero una cosa son los deseos de Bouvier y otra muy distinta la realidad.

Con su último desaire, el gobierno de Urtubey ha demostrado que Bouvier es poco menos que un visitante incómodo, indeseado. Que su sed de justicia y sus aires de libertad representan un peligro para la incolumidad de un proyecto de poder personalista basado en el control estrecho del sistema penal.

Bouvier se ha declarado neutral en la batalla electoral en que está inmersa Salta en estos momentos. No podía hacer menos. Pero nadie duda de que, si el francés tuviera derecho a votar, no lo haría por Urtubey. Que promovería un cambio.

Cuando Bouvier regrese en julio próximo para el cuarto aniversario del asesinato de su hija, la suerte estará ya echada en Salta. Ya se sabrá quién gobernará la Provincia entre diciembre de 2015 y diciembre de 2019.

Pero el dolor de Bouvier, su legítima insistencia, los desaires del gobierno, la insensibilidad, la dureza y la soberbia de que han hecho gala estos últimos años, pueden pasarle a Urtubey una costosa factura en las urnas, aunque Bouvier no ponga un pie en Salta antes de las elecciones.

Urtubey y sus amigos rezan porque a Bouvier no se le ocurra escribir las cartas que prometió antes de abandonar Salta. La publicación de una sola línea de su pensamiento podría hacerle perder al partido del gobierno miles de votos.

Puede que Bouvier no sea Zola ni Vilte Laxi alcance nunca la dimensión de Dreyfus. Pero es muy posible que una injusticia de semejante tamaño como la que Salta está cometiendo con Cassandre Bouvier y Houria Moumni tenga una trascendencia política profunda, duradera e inesperada. Hasta tal punto que divida a los salteños en dreyfusards y anti-dreyfusards.

Puede que un dreyfusard convencido y ausente se convierta sin quererlo en árbitro de una contienda electoral que se intuye se va a decidir por un puñado de votos.