Sembradores de problemas, vendedores de soluciones

En su mejor versión, la política de Salta es un gigantesco mercado persa en el que los mercaderes trafican con las necesidades humanas más básicas. La moneda de cambio es el voto.

El sistema solo funciona en la medida en que se mantenga un alto nivel de necesidades; es decir, en tanto abunden los problemas irresueltos.

Las necesidades y los problemas pueden aumentar por muchos motivos ajenos al funcionamiento de este mercado. Eso está claro.

Pero cuando los mercaderes del voto se ponen en acción, son ellos los encargados de fabricar los problemas, de crear las necesidades y de proponer ellos mismos las soluciones.

En la ineficacia de las soluciones se encuentra el secreto del negocio.

Visto desde otro punto de vista, una reducida casta de profesionales de la política se beneficia del perjuicio general. Es decir, encuentra en los males sociales el combustible para alimentar su maquinaria egoísta.

Cuando llega el momento de concretar la transacción, el momento de votar, comienza a aparecer una miríada de carpetas con soluciones mágicas. «Avanzamos en soluciones», dicen.

Pero para los mercaderes del voto las soluciones no consisten en la satisfacción de las necesidades del conjunto social sino en la creación de problemas nuevos.

Es necesario romper con este círculo maldito y solo el voto puede hacerlo. El principio de la solución consiste en negar el voto a aquellos que prometen solucionar un amplio abanico de problemas (que van desde la calidad del agua potable hasta las deudas personales de un votante) y votar a quienes prometan y ofrezcan garantías de que acabarán con el tráfico de necesidades y con el mercado persa de las soluciones mágicas y las alfombras volantes.

Es difícil, pero no imposible.