Radiografía de un gobierno débil, confuso e indeciso

En siete años, Juan Manuel Urtubey ha sido incapaz de formar un equipo de gobierno consistente, solvente y expeditivo. Esta grave carencia se puede explicar, desde luego, por el cerrado personalismo del Gobernador, así como por su desconfianza hacia las personas capaces. Pero hay otras explicaciones posibles.

La primera, que Urtubey -tal como aprendió de Romero- entiende el ejercicio del poder, fundamentalmente, como el control de la caja del Estado. De allí que sea el ministro encargado de las finanzas públicas el único que exhiba un alto perfil técnico.

En todas las demás áreas de la administración, Urtubey ha colocado hombres y mujeres de paja, con poca preparación, incluso para la práctica de la demagogia.

Porque -no nos engañemos- también para la demagogia hace falta una capacidad técnica y política de la que la mayoría de los ministros de Urtubey carece.

La profunda asimetría de un gabinete en el que manda quien controla los números y los demás van a remolque ha dado como resultado un gobierno disperso, mal comunicado y sin consignas claras. El Gobernador, desde luego, es el máximo responsable, aunque no el único.

La segunda razón es que, al carecer de partido y de cuadros técnicos, Urtubey ha tomado la decisión de recurrir a sus amigos y antiguos compañeros de colegio, así como a las pequeñas sectas que desde hace dos décadas se mueven alrededor del poder. La receta no ha dado los resultados esperados. La ausencia de una dirección política coherente es más que evidente.

La escasa solvencia y, en determinados casos, el poco carácter de algunos de sus colaboradores más cercanos se nota en cada aparición pública de estos. Algunos llegan a provocar vergüenza ajena con sus balbuceos, sus errores conceptuales y sus discursos obsecuentes.

En siete años, Urtubey ha tenido, al menos, cinco ministros de Gobierno y solo un ministro de Finanzas. El dato pone de manifiesto la exorbitante importancia del control de las arcas del Estado y, al mismo tiempo, el escaso peso de la política en un gobierno inexplicablemente refractario al diálogo.

La última excentricidad en esta materia ha sido la designación como ministro de un personaje oscuro, sin formación, sin experiencia política, sin capacidad técnica y sin otro talento conocido que cierta picardía para maniobrar en las sombras.

Los sucesivos equipos de gobierno de Urtubey han demostrado alguna habilidad en el manejo discrecional de las prebendas, pero una capacidad nula a la hora de enfocar y resolver los principales problemas que enfrenta la gestión de gobierno. Las nuevas demandas sociales, la emergencia de nuevos actores, la creciente fragmentación y una opinión pública ingobernable han descolocado más de una vez al gobierno.

La incapacidad de sus principales colaboradores muchas veces ha acorralado al propio Gobernador y le ha obligado a actuar con precipitación y desacierto. Malos diagnósticos, malos enfoques, respuestas tardías, inconsistentes, descoordinadas, contradictorias, son ya las principales señas de identidad de un gobierno al que, hasta aquí, solo se puede calificar de débil y confuso.

Pero no todo es producto de una mala selección de las personas. El gobierno de Urtubey enfrenta también una aguda carencia de recursos técnicos y de instrumentos de intervención para conjurar los problemas sociales más acuciantes (la inseguridad, la violencia contra las mujeres o la desnutrición infantil, solo por señalar algunos). Los funcionarios responsables muchas veces se ven limitados por programas primitivos, por la falta de profesionales formados, por la falta de competencias, por carencias normativas y, sobre todo, por la falta de una dirección política que dedique más atención a la solución de los problemas que a la demagogia y a las urgencias electorales.

El examen de las urnas

Con estas pobres credenciales, Urtubey enfrenta el veredicto de las urnas en lo que será su segundo e inconstitucional intento reeleccionista.

Nada hace pensar que en un tercer periodo de gobierno mejore el desempeño del Gobernador y se eleve su nivel de acierto a la hora de seleccionar a sus colaboradores.

Al contrario, el creciente divorcio entre la acción de gobierno y la realidad, el incremento del asistencialismo demagógico y la manipulación institucional harán que los equipos de gobierno que vendrán sean cada vez más pobres e inconexos.