
Solo dos personas han gobernado la Provincia de Salta en los últimos 20 años: Juan Carlos Romero y Juan Manuel Urtubey.
El próximo 17 de mayo ambos se enfrentarán por primera vez en las urnas para saber cuál de los dos será el Gobernador de Salta durante los próximos cuatro años.
Los partidarios de Urtubey -la mayoría de los cuales lo fueron de Romero en épocas no tan lejanas- parecen obsesionados por restar votos y apoyo popular al exgobernador presentándolo como el representante o la figura emblemática de un pasado que no debe volver.
A falta de mejores argumentos, las referencias al «pasado» -especialmente al pasado romerista- se han vuelto muy frecuentes en el discurso de campaña del gobernador Urtubey.
Romero, presente y futuro
Pero ¿es realmente Romero un representante del pasado?Creo que va siendo hora de que los salteños dejemos a un lado los complejos, olvidemos los rencores atávicos y nos acerquemos un poco al pensamiento anglosajón. De este modo podremos distinguir perfectamente entre el pensamiento conservador y el pensamiento reaccionario por su diferente actitud ante el cambio.
No hace falta indagar mucho en la psicología del personaje para darse cuenta de que Romero -a pesar de sus arrobadas declaraciones de peronismo- es un conservador profundo, al mejor estilo de aquellos hombres notables (algunos de ellos notablemente equivocados) que esta generosa tierra dio a la política nacional entre 1920 y 1940.
El romerismo sociológico defiende lo mejor de nuestra inveterada mediocridad y rechaza, al menos en parte, la idea de una derecha amalgamada entre conservadurismo y reacción, en la que la iglesia católica ejerce la vanguardia.
Como buen conservador, Romero mira al futuro porque quiere mantener los valores del presente. La probabilidad de que Romero repita aciertos y errores de sus 12 años de gobierno (1995-2007) es ínfima. No solo porque la sociedad y el mundo han cambiado dramáticamente en los últimos cinco años, sino porque la única forma de conservar el statu quo es animarse a realizar reformas. Y Romero -a pesar de su escasa capacidad técnica y de su largo historial de fracasos- parece dispuesto a ellas.
Urtubey
Es realmente extraño que los partidarios de Urtubey vinculen a Romero con el pasado y olviden que su líder lleva más de siete años gobernando la Provincia.Urtubey también es pasado. Y aunque su segundo periodo de gobierno aún no ha concluido, en el momento en que los salteños, con la tranquilidad que se requiere en estos casos, se sienten a hacer el balance de los dos últimos periodos de gobierno, podrán descubrir sin esfuerzo que el pasado que envuelve a Urtubey es mucho más negro y siniestro que aquel mal pasado que tuvo a Romero como protagonista.
Decir que Romero es pasado y Urtubey futuro solo porque este tiene 19 años menos que aquel es una tontería mayúscula, una simplificación imperdonable.
Porque -insisto- no estamos frente a una cuestión de edad sino de actitud frente al cambio.
A lo largo de sus siete años de gobierno, Urtubey ha demostrado su hostilidad hacia todo tipo de reformas. Los gestos de Urtubey, sus palabras, sus medidas de gobierno, sus aliados, revelan que lo suyo no es mantener los valores del presente sino un intento perpetuo de volver a un pasado irrepetible y ya superado.
Es esta la diferencia, sutil por cierto, entre un conservador y un reaccionario.
Los conservadores -como Romero- quieren dejar las cosas como están, pero los reaccionarios -como Urtubey- pugnan por volverlas hacia atrás. Si bien, estos últimos toman la precaución de disimular su estrategia de calculado retroceso bajo la máscara de las «ideas de progreso», que es otra de las notas que distinguen y singularizan a los reaccionarios de nuestro tiempo.
Así como Romero representa la quintaescencia de la mediocridad de nuestro entorno social y encarna el impulso más antidemocrático del ideario peronista, Urtubey (que de peronista tiene bastante menos que Romero) representa la «reacción» a su época; es decir, la negación y la crítica a la modernidad (véase solamente el trauma de su gobierno frente a las reivindicaciones feministas), y sobre todo el implacable ataque al liberalismo, enarbolando las banderas de un fascismo carpetovetónico, convenientemente aderezado con toques de nacionalcatolicismo.
Urtubey no tiene ni conexión ni visión de futuro. Lo suyo es volver al Ancien Régime, para que la nobleza y el clero recuperen aquel protagonismo preponderante que las reformas liberales de antaño les arrebataron. Para que la política se mezcle con las creencias, para que el debate claro y limpio de la ciudadanía libre sea reemplazado por la palabra salivada del integrismo clerical, y, en fin, para que la razón humana -como postulaba Joseph de Maistre- intente, al fin, entender el orden divino.