
«Cuando tomé la decisión, y lo hago en la primera persona del singular porque fue realmente así, de proponer a Alberto Fernández como candidato a Presidente de todos los argentinos y las argentinas, lo hice con la convicción de que era lo mejor para mi Patria. Sólo le pido al Presidente que honre aquella decisión… pero por sobre todas las cosas, tomando sus palabras y convicciones también, lo que es más importante que nada: que honre la voluntad del pueblo argentino».
Seguramente, Cristina Fernández de Kirchner no pasará a la historia por su capacidad intelectual y tampoco lo hará por su habilidad oratoria. Pero desde ayer se sabe también que la historia no le acogerá en sus brazos por su destreza literaria.
Casi todos los medios que he podido consultar apresuradamente esta mañana -muchos de ellos no argentinos- extraen de aquel párrafo de la carta la parte en la que la autora del texto exhorta al presidente Alberto Fernández a que «honre» su decisión (la de la autora de la carta) de «proponer a Alberto Fernández como candidato a Presidente de todos los argentinos y las argentinas».
Dejando a un lado las diferencias escenográficas y medioambientales, esta «elección» de la señora Kirchner se parece mucho a la de los hermanos Castro en Cuba, que también decidieron en primera persona quiénes ejercerían el poder en la isla, sin contar para nada con la conformidad de los gobernados.
Pero sin perjuicio de volver un poco más adelante sobre el exacto significado de la palabra «honrar», quisiera detenerme en un detalle verbal que la mayoría de los medios que hoy comentan la carta parece haber pasado por alto.
El detalle al que me refiero está en la frase «pero por sobre todas las cosas, tomando sus palabras y convicciones también, lo que es más importante que nada: que honre la voluntad del pueblo argentino».
Esto quiere decir, más o menos, que madame Kirchner considera que su «decisión» de candidatear a Alberto Fernández representa algo así como «la voluntad del pueblo argentino» o es equivalente a ella. Dicho en otros términos: la voluntad personal de la dama es la voluntad del conjunto del pueblo de la Argentina.
Algunos pueden decir, en defensa de la autora de la carta, que la frase coloca en un lugar preeminente a «la voluntad del pueblo argentino», pero yo me permito dudar de esa certeza.
En realidad, la señora Kirchner -probablemente por falta de destreza literaria o porque está acostumbrada a leer papeles de baja calidad- ha intercalado en la frase la expresión «lo que es más importante que nada». No es necesario acudir a la interpretación para saber qué significa esta frase tan enigmática como incorrecta.
Probablemente, la autora de la carta hubiera quedado mejor con sus destinatarios si en vez de escribir «lo que es más importante que nada» hubiera escrito «lo que es más importante que todo». Pero no lo hizo, y al no hacerlo nos vino a decir que «la voluntad del pueblo argentino» es apenas más importante que la nada, que, por definición, ninguna importancia tiene.
Ha querido decir -y sobre esto hay muy pocas dudas- que es mucho más importante su voluntad personal, porque el señor Fernández está donde está porque ella lo decidió, a pesar de que pudieran haberle votado millones de personas. Esto último se puede considerar como un simple «detalle de la historia».
La acción de «honrar», a pesar de la aparente solemnidad del verbo, no es muy diferente a la de «respetar». De allí, que lo que la señora Kirchner pretende es que el presidente Fernández «respete» su decisión (la de ella) de designarlo para el cargo.
Para alcanzar el nivel de «respeto» que reclama la autora de la carta, al parecer no sería suficiente que el señor Fernández reconociera que le debe su cargo a Cristina Kirchner (algo que -entiendo- podría hacer sin problemas), sino que el «respeto total» solo se alcanzaría si Alberto Fernández obra efectivamente de la manera que Cristina Kirchner dice que debe hacerlo.
De allí que, en el contexto de la carta, «honrar» significa «obedecer». Y para parafrasear a la señora Kirchner, «obedecer» es más importante que nada.
En síntesis, que «honrar», en este caso particular, no sería otra cosa que poner la Constitución Nacional patas para arriba, colocando al vicepresidente por encima del Jefe del Estado.
El Vicepresidente opositor
He querido dejar para el final otro pasaje de la carta que me ha llamado mucho la atención. Es el que dice «Sé que gobernar no es fácil, y la Argentina menos todavía. Hasta he sufrido un vicepresidente declaradamente opositor a nuestro gobierno».Las piezas no encajan muy bien, pues así como la señora Kirchner «decidió» ungir como Presidente de la Nación a Alberto Fernández, también «decidió» designar a quien en 2007 la acompañó como candidato a Vicepresidente. ¿Por qué entonces no le exigió en su momento a Julio Cobos que «honrara su decisión».
A pesar de la oposición de Cobos (que en realidad fue testimonial), la entonces presidenta Kirchner pudo continuar gobernando a pata suelta. ¿Por qué ella sí pudo y no permite a Alberto Fernández hacer lo mismo?
En la parte más razonable de su carta, la señora Kirchner deja entrever que los vicepresidentes díscolos «se sufren». Son, como se diría en inglés, a pain in the ass.
Quizá -más allá de su «gran decisión» (más importante que la nada)- nos está diciendo que la verdadera tarea de los vicepresidentes es la de hacer sufrir a los presidentes. Quizá, una década después, con sus movimientos disolventes, con su petit golpe de Estado, la señora Kirchner se esté sacando la espina de todo el calvario que por aquellos días le hizo vivir el ingeniero Cobos.