El contraconstitucional vicegobernador Marocco

  • A finales de junio de 2015, quiso la casualidad que me encontrara en la ciudad de Oxford, que celebraba, con la sobriedad que acostumbra, los 800 años de la Carta Magna.
  • Un reformador tramposo

Recuerdo la visita a la biblioteca Weston, en donde se hallaban expuestos tres de los diecisiete manuscritos de la Carta que se publicaron a lo largo del siglo XIII. La Weston, que se encuentra en el centro de Oxford, en la esquina de la exquisita Broad Street y Parks Road, dentro del antiguo edificio de la biblioteca New Bodleian, es -todavía- la principal biblioteca de investigación de la Universidad de Oxford.


En aquel histórico lugar, entre unos viejos estantes que atesoran obras relacionadas con la Gloucester Charter de 1217, dispuestos en un pasillo apenas iluminado por un haz de luz oblicuo y brumoso, que me hizo recordar al castillo de Harry Potter, me pareció ver, en un fugaz instante, la elusiva figura del Gringo Marocco, quien años más tarde se convertiría en Vicegobernador de la Provincia de Salta.

Si no era él, de lo que estoy seguro es de que se trataba de alguien dueño del señorial porte de los Jiménez: delgado, no muy alto, con el pelo más bien claro y con un bigotito errolflynniano que más bien se parecía a las cejas de un canario.

La duda me acompañó durante bastante tiempo. Para ser más preciso, hasta el pasado 3 de junio de 2021, fecha en la que el actual Vicegobernador de Salta, pronunció, en relación con la reforma de nuestra Constitución, una frase que quedará para que la estudien las futuras generaciones de constitucionalistas: «Por primera vez, el poder va a limitar el poder».

A decir verdad, fue este tremendo anuncio el que terminó por confirmarme que no era Marocco al que yo vi aquel indeciso mediodía en Oxford.

También me confirmó que nuestro Vicegobernador (y candidato a convencional constituyente para reformar la Constitución de Salta) no ha sacado el menor provecho de las lecturas de los grandes teóricos del poder, como Bertrand Russell, Max Weber, Hannah Arendt, el mismo Jean Bodin o, incluso, Thomas Hobbes, cuyo espíritu todavía parece vagar escondido por algunos rincones de la milenaria universidad inglesa.

Me da la impresión que por no aprovechar, Marocco ni siquiera tuvo la tentación -en cualquier caso más cercana- de abrir el estupendo libro que sobre el poder escribió en la década de los ochenta un antiguo compañero de luchas suyo: el contador salteño Aldo Teodosio Guerra.

Tal vez si Marocco hubiera gastado un poco los zapatos en Oxford se habría enterado que la Carta Magna -universalmente reconocida como el primer instrumento de corte constitucional de nuestra civilización- tuvo como primer objetivo arreglar las diferencias (un poco subidas de tono) entre el monarca inglés, que por entonces gozaba de una amplia impopularidad, y un grupo de barones sublevados. Es decir, no fue algo que se le ocurrió a Juan I de Inglaterra en Runnymede porque no tenía con qué entretenerse.

A partir de allí, todo el movimiento constitucional alrededor del globo no tuvo sino dos objetivos: 1) ampliar el horizonte de las libertades individuales y 2) limitar el poder de los gobernantes, en beneficio de los gobernados y de sus libertades.

Cuando Marocco dice que «Por primera vez...» su gobierno va a obrar el prodigio constitucional de limitar el poder (su propio poder), sin que nadie se lo haya pedido, sin que haya en Salta «barones sublevados» de ninguna naturaleza, nos plantea en una misma estructura sintáctica una contradicción sin salida, pues la naturaleza del poder es expansiva, y -respetuosamente- no creo que sea el filósofo Marocco, desde los polvorientos valles subandinos, el que vaya a enmendarle la plana a tipos como Hobbes o Rousseau. Ni siquiera creo que consiga desmentir al nuestro desaparecido y entrañable Petiso Guerra.

Según nos pinta las cosas nuestro Vicegobernador, el poder, como no tiene mejor cosa para hacer, resuelve un día mirarse el ombligo y preguntarse: «Che. ¿No será hora de limitarme a mí mismo? Sé que la gente no me lo pide, pero yo se lo voy a ofrecer igual».

Ninguna reforma constitucional en el mundo es un acto del poder que tiene por destinatario y sujeto pasivo al mismo poder. El impulso libertario, el deseo permanente de hacer más perfectos nuestros derechos, presiona cada vez más sobre el poder, hasta forzarlo a suscribir compromisos transaccionales que aseguren la convivencia en paz. Pero no es este poder el que tiene la llave de su propia limitación: son los ciudadanos los que a través de las constituciones les imponen los límites, son ellos los que están dispuestos a suscribir los compromisos y a cumplirlos. Ellos son los verdaderos «barones sublevados» del siglo XIII, y no el vicegobernador Marocco, que frente a una protesta de docentes solo acierta a recomendar a los revoltosos que se encolumnen «en los gremios».

Esa actitud recuerda mucho a la respuesta de un ingeniero de corta vista y presunto receptor de un implante de metacrilato, que en alguna década pretérita fue director del Instituto de la Vivienda de Salta, que, cuando una vecina de un barrio desfavorecido fue a pedirle una solución para su precaria casa, que permanecía en pie solo sostenida por «cuatro puntales», el ingeniero le recomendó: «¡Ponele otro puntal!»

Por tanto, es mucho más razonable pensar que en la reforma que propone el gobierno para que por primera vez en la historia de la humanidad sea 'el poder el que limite el poder' se esconde una monumental trampa.

Ningún gobierno en su sano juicio quiere ver menguadas sus competencias, reducida su autoridad o diluido su poder. El poder siempre quiere más poder. Cualquier salteño con una educación muy justita pero con una sabiduría ilimitada diría: «Los políticos son para el poder como perro pa l'aca». Y no se equivocarían en absoluto.

Esta peculiar cualidad del poder, que solo se parece a la propiedad física de los gases de llenarlo todo, conecta directamente con la naturaleza humana, pues es precisamente la ambición por el poder (por poseerlo, por acumularlo y por conservarlo) lo que nos diferencia de los otros animales.

Marocco y los suyos tienen preparada en sus cajones más íntimos una serie de trucos jurídicos (algunos no demasiado finos, otros bastante sutiles) para que el boost de poder al poder no se note, y para que los menos leídos (o léidos) del territorio terminen aplaudiendo como beneficiosa una reforma que claramente les perjudica.

El Vicegobernador y sus aliados de lista van a pronunciar encendidos discursos en la asamblea, con los que intentarán convencer de la sinceridad de sus intenciones, se van a llenar la boca y van a llenar (si el barbijo les deja) el espacio circundante de bellísimas palabras, pero con las puertas cerradas al público no dejarán ni una coma librada a la improvisación. Ellos fueron los que lanzaron este inicuo proceso de reformas y, como es de suponer, nadie escupe hacia arriba. El rédito político les está esperando a la vuelta de la esquina; solo hay que estirar la mano para alcanzarlo.

Por tanto, se convierte en una tarea muy entretenida buscar dónde están las trampas, desentrañar lo que de verdad se proponen estos reformadores anti-CartaMagna. Mucho me temo que no serán solo los entendidos los que encontrarán las numerosas minas antipersona que han enterrado los operadores del gobierno: también lo harán -¡y vaya si lo están haciendo!- los ciudadanos normales.

Nos dicen, por ejemplo: «Vamos a limitar a dos las reelecciones de los jueces de la Corte de Justicia» (¡aplausos!); pero vamos a hacer que duren veinticinco años porque la Justicia necesita estabilidad y solo con estabilidad vamos a reforzarla. No queremos jueces pegados con alfileres a sus sillones. «Reforzar» significa «hacer más fuerte» y nadie hace más fuerte a nada ni a nadie quitándole poder.

Nos dicen también: «Vamos a prohibir la sucesión en el poder entre parientes». Es decir, van a implantar una especie de contramonarquía, cuando las familias que gobiernan en Salta desde hace más de un cuarto de siglo lo hacen como dinastías orientales asultanadas y adamascadas, y no tienen el más mínimo inconveniente para echar mano de la cantera del holding familiar cuando los recursos humanos de la sangre no dan respuestas cualitativas o cuantitativas satisfactorias. Desde hace casi cuarenta años, un escaño salteño en el Senado de la Nación pertenece por derecho divino al Grupo Horizontes. No hay reforma constitucional que pueda con ello. La ingeniería constitucional del vicegobernador Marocco no será suficiente.

A estas alturas, tiendo a pensar que ni los aires finos de Oxford le habrían venido bien al esponjoso cerebro del Vicegobernador de Salta. El que ha nacido para engañar y engañarse a sí mismo, como las mulas más tercas, seguirá impasible su camino, por más que se beba de un solo trago toda la obra de Santo Tomás de Aquino, conocido también como el Santo de la Verdad.