
El segundo ha dicho recientemente que el primero decidió dimitir como presidente del COE a causa de un «calentón» producido por la decisión del gobierno de banear a los gauchos en la festichola de Güemes.
Aguilar, por su parte, dijo que dimitía porque se sintió desautorizado y ridiculizado por la decisión del gobierno provincial de convertir los actos en honor a Güemes en una verbena, cuando las normas prohibían rigurosamente los desbordes, las aglomeraciones y la explosión de militancia contagiosa (y nunca mejor dicho) en torno al Monumento a Güemes.
Villada salió a desmentir al doctor Aguilar diciendo que este -un «punto» de los gauchos de Güemes- en realidad obró «en caliente»; es decir, de forma emocional y precipitada.
¿Se imaginan que un cirujano, en un arrebato de calentura decida extirpar un riñón cuando el paciente solo necesita que le revienten un grano? ¿Qué médico medianamente responsable actúa de esta manera y le dice a la enfermera: «¡Se va a enterar el gordo este lo que es el pentotal sódico!»
El capote que el ministro Villada ha querido echarle a Aguilar se ha convertido en una bofetada, en un insulto a la frialdad y a la seriedad profesional, no solo del doctor Aguilar, sino de toda la profesión médica.
Tal vez los ingenieros -como Villada- tengan la costumbre de «calentarse» y bajo estado de emoción violenta le digan a sus operarios: «¿El manual dice 220? ¡Que mierda! Vos metele 2 kilovatios y medio, porque hoy estoy con una bronca terrible».
Probablemente, al que le se han fundido los fusibles no es al doctor Aguilar sino al ingeniero Villada.
Decir que el presidente del COE es primero gaucho y solo después médico (insinuar que los estatutos tradicionalistas están por encima del juramento hipocrático), es más o menos como decir que el gobernador Sáenz está más preocupado en que le salgan bien sus imitaciones de Sandro y no tanto en el éxito en sus decisiones de gobierno.