
Durante este periodo tan especial de nuestra historia, hemos visto sucesos extremos como el asalto al Capitolio de Washington del pasado 6 de enero, pero también hemos asistido a la celebración de elecciones en condiciones irregulares y hemos podido ver cómo desaparecían (parcialmente) de nuestras pantallas asuntos comunes de la política interna de los Estados Unidos y de la Unión Europea, las tensiones comerciales entre China y los Estados Unidos, las consecuencias inmediatas del Brexit, los enfrentamientos entre la Federación Rusa y Ucrania, la guerra en Siria, Afganistán o Irak, sin mencionar las tensiones nucleares con Irán o Corea del Norte.
La pandemia ha cambiado el statu quo de la delibración política partidaria en casi todo el mundo, ha reconfigurado los mapas y los calendarios electorales, ha dado vida a nuevos partidos y certificado el final de otros, y -allí donde se han celebrado- han alterado los resultados de las elecciones. Fijémonos, por el ejemplo, en el sorprendente resultado de las elecciones regionales en la Comunidad de Madrid, que se celebraron hace solo dos semanas atrás.
En casi todo el mundo, la posición de los grandes partidos políticos ha sido cambiante en relación con la amenaza sanitaria global. Sin embargo, la gran pregunta que se han formulado casi todos los expertos en esta materia es si la fase del ciclo electoral ha influido en la reacción de los gobiernos frente a la pandemia.
No es una pregunta fácil de responder, desde luego, porque en algunos casos, el virus ha llegado demasiado tarde para influir en los resultados electorales y, en otros, el cambio de actitud y de posiciones de ciudadanos, partidos y gobiernos ha sido notable. De lo que no cabe dudas es que, en una dirección o en otra, la enfermedad mundial ha provocado y sigue provocando tensiones en los mecanismos electorales y alterando los hábitos de los votantes y los rituales de sus partidos.
Salta, otra vez única en el mundo
Sin embargo, nada de lo que sucede en el mundo parece afectar a Salta, en donde las cosas siguen igual o peor en materia electoral.Si nos dejamos llevar por las informaciones que se han publicado la semana pasada, la ancestral ceremonia de presentación de candidaturas ante la autoridad electoral (que no es otra que la Corte de Justicia) se ha repetido con una puntualidad cósmica, tal y como si la de Salta fuera una de las democracias más avanzadas y desarrolladas del planeta.
En Salta se han anulado las elecciones primarias obligatorias (y con ellas las famosas «colectoras»); se ha convocado (contra cualquier racionalidad) la elección de una asamblea constituyente junto a unas elecciones comunes, y aún no está claro que el avance de la enfermedad vaya a permitir celebrar las elecciones el día señalado por el gobierno.
Ninguna de estas circunstancias, sin embargo, ha sido valorada adecuadamente por las fuerzas políticas locales, que han protagonizado lo que en francés se llama «une bousculade géante» (en salteño, una pechadera monumental) para llenar de nombres sin historia ni significado unas listas enormemente desproporcionadas, tanto en relación a los cargos en disputa como en relación a la cantidad de electores con derecho a voto.
Este espectáculo degradante se produce en el mismo momento en que el Salta se registra un aumento sostenido de la curva de contagios y los recursos sanitarios dispuestos para enfrentar la primera ola de la enfermedad amenazan con ser insuficientes cuando se alcance el pico de la segunda.
Uniendo las dos cosas, no queda más remedio que concluir en que los comportamientos cainitas que los salteños adoptan con mayor entusiasmo durante los tiempos electorales son mucho más importantes que cualquier desafío sanitario, que cualquier situación de emergencia y que cualquier amenaza a nuestra economía.
Lo importante -y así lo han demostrado tanto los partidos como el propio gobierno- es «estar» en las listas y no cómo se produce la riqueza que necesitamos para enfrentar lo que se nos viene encima. Si la nota característica de las elecciones salteñas durante el último cuarto de siglo ha sido la tendencia sistémica a proteger los intereses de una sola familia, se podría decir, sin temor a incurrir en errores, que desde 1995 nada ha cambiado en Salta.
Nuestras elecciones son a la democracia lo que las fiestas clandestinas son a la pandemia; es decir, una forma de eludir aquello que debemos hacer para no dañar los derechos de los demás.
Tal y como se han configurado los «frentes» (así se denominan en la Argentina a las coaliciones de partidos antes de unas elecciones) da casi igual cuál sea el resultado. En Salta está tan distorsionado el proceso electoral, que la «victoria» se produce y celebra el día en que las listas son presentadas ante la autoridad electoral y no cuando esta proclama al ganador tras el recuento.
Decir que «todo es lo mismo» o que «todo sigue igual» sería una especie de elogio, pues la verdad es que «todo está un poco peor que antes»; y lo que preocupa no es el retroceso en sí mismo sino el hecho de que, frente a señales de deterioro moral e intelectual tan evidentes, a nadie se le ocurre denunciar que nuestra democracia es cada vez más pobre y desgraciada.
Desilusión
Hay que decir que lo que provoca desazón, y no poca, es ver en las listas de «frentes» anti y progubernamentales a personas que durante periodos no electorales más o menos recientes se han deshecho en críticas hacia la falta de transparencia o han enarbolado la bandera la «calidad institucional» como fundamento y justificación de la vida ciudadana.Y provoca desazón no porque la inclusión de estas personas en las listas sea mala de suyo sino porque estos activistas comparten ahora cartel y destino con muchos de aquellos que han hecho esfuerzos notables por liquidar cualquier atisbo de transparencia, han convalidado los abusos y excesos del poder y contribuido decisivamente a la degradación de la eficacia de nuestras instituciones.
La política favorece los acuerdos pero mira con bastante desconfianza las mezclas y las componendas. Los buenos y los malos pueden acordar (puesto que para eso existe la política), pero cada uno desde sus posiciones y sin echar mano de disfraces.
Y esto, justamente, es lo que ha ocurrido en Salta.