Decrepitud y falta de reflejos de los gobernadores 'constitucionalistas'

  • Es muy curioso, pero mientras -desde que existen- las constituciones han sido un instrumento para limitar el poder y potenciar el ejercicio de las libertades, en Salta son convocados a filosofar sobre ellas a quienes han expandido su poder más allá de cualquier razón y han pisoteado a su gusto los derechos fundamentales, pasando por encima de cualquier Constitución que se interpusiera en su camino.
  • Un espectáculo parecido al teatro

Podría decir, sin ánimo de ofender a nadie, que desde el anfitrión (el denostado Ministerio Público de Salta) hasta los invitados, quitando alguna honrosa excepción, lo que se ha escenificado ayer por la tarde en Salta ha sido una obra de teatro en la que un grupo de saqueadores profesionales ha intentado enseñar a los saqueados cómo cuidar de sus propios bienes.


Como era de esperar, en la reunión ha habido muy poco «derecho constitucional» (ninguno de los presentes, excepto el juez Marcelo Domínguez es un especialista en la materia) y sí en cambio mucha demagogia y mucho lenguaje «políticamente correcto».

Pero no todo ha sido previsible, como algunos calculábamos. Ha habido -por qué no reconocerlo- algunas sorpresas, como la del exgobernador Juan Carlos Romero vociferando por los micrófonos que la Constitución de Salta debe reformarse «por materias», cuando él impulsó con ganas dos reformas al hilo (1998 y 2003) mediante leyes que se limitaban a enumerar artículos.

Por cierto, Romero, con su nívea barbita indaleciogomeciana, en vez de parecerse al ilustre publicista vallisto que ayudó a cuajar la Ley Saénz Peña, se parece cada vez más al Coronel Sanders, fundador del Kentucky Fried Chicken.

Poco contenido jurídico y poca miga política ha tenido la intervención del actual gobernador Gustavo Sáenz, a quien sus antecesores, a coro, han elogiado su «valentía» por mantener la promesa de reformar nuestra Constitución a cualquier precio.

Algunos de los que le escuchaban, por lo bajo, recordaban también su «valiente promesa» de erigir en el viejo edificio de La Palúdica un museo del folklore, con lo que ha quedado bastante bien claro que en Salta es más fácil meterle mano a la Constitución que entrometerse con la López Pereyra.

Casi todos han pasado de puntillas por el tema de los jueces de la Corte de Justicia. Nadie sabe bien qué quiere para ellos. Aunque, para mejor decir, todos coinciden (sin admitirlo) en una idea fundamental: «Lo importante es que no me jodan a mí». Luego que si para ser juez se necesitan 30 o 50 años edad y cosas por el estilo, son asuntos de una importancia más bien menor. Después se verá.

Alguno, como el exgobernador Hernán Hipólito Cornejo Barni se ha quejado de que el gobierno no hubiera abierto la reforma a la participación de los ciudadanos, pero lo ha hecho con la boca pequeña, mientras que los demás parecían convencidos de que se había dialogado hasta con las piedras.

Otros, constitucionalistas de las revistas del corazón, como el exgobernador Juan Manuel Urtubey no han tenido empacho en reconocer lo bueno que sería limitar las reelecciones consecutivas de los gobernadores. Pero ahora, y no cuando Urtubey gobernó a pata suelta durante 12 años, beneficiándose de todos los freebies del Estado, incluido los aviones oficiales y las bodas y los bautismos en las residencias oficiales, por solo mencionar algunas de las gratuidades recibidas y nunca bien declaradas.

Después de oír pacientemente a estos señores -incluido al ínclito Procurador General, cuya relación con el Derecho Constitucional es más parecida a la de un pecador impenitente con la Novena del Señor del Milagro- he tenido la impresión de que en Salta está casi todo perdido.

No es un pronóstico sombrío ni catastrofista: es que con estos cerebros puestos a trabajar juntos en una empresa común de esta magnitud tenemos casi garantizado que todo irá en la dirección exactamente contraria a la que debería; pero que igual seremos todos felices, todos gauchos sonrientes, aunque nos despertemos cada mañana con la pobreza, la injusticia y la discriminación a la altura de nuestras cervicales y amenazando con ahogarnos.

Festejemos entonces que el poder está en manos de quienes nos demuestran a diario su incapacidad biológica para ejercerlo con provecho, porque el problema no lo tienen ellos, sino nosotros (los ignorantes constitucionales), que no solamente no tenemos idea acerca de lo que es tunear una carta magna, sino que tampoco acertamos a jubilar de una buena vez a estos «constitucionalistas» decadentes, mentalmente desertificados y moralmente descalificados que, con su lentitud y su falta de reflejos, nos dan a entender que si algún cambio se va a producir en Salta, este será muy pausado, como un profundo bostezo que preanuncia una siesta larga, de esas que cuando la gente despierta parece que ha nacido de nuevo.

¡Un brindis a la salud de tan sabios caballeros!