Mientras Pamela Calletti retoza, Ricardo Villada lucha por llevar oxígeno a sus pulmones

  • La repentina enfermedad del Ministro de Gobierno ha vuelto a traer a la superficie la profunda injusticia -ocultada con dificultad por el gobierno- que ha supuesto la vacunación privilegiada de ciertos personajes que medran en los rincones más umbríos del poder.
  • La injusticia, en todo su esplendor

La obstinada decencia de Ricardo Villada es la única explicación posible al hecho de que políticos mucho menos influyentes que él, vacunados en la más vergonzosa clandestindad hace varias semanas, disfruten hoy de buena salud, y que él, por el contrario, deba estar respirando en estos momentos gracias a una «cánula nasal», según el último parte médico emitido por el centro sanitario en el que el ministro se encuentra ingresado.


Si alguna demostración necesitaban los salteños de la enorme injusticia que ha supuesto la vacunación de privilegio, la han tenido estos días, cuando se confirmó el positivo por COVID-19 del ministro Villada y su posterior internación.

¿Cómo explica el gobierno que uno de sus hombres más importantes (el más importante, quizá, después del Gobernador de la Provincia) se encuentre hoy postrado y prendiéndole velas a todos los santos, mientras que un grupo de elegidos, que integra, entre otros muy prescindibles, la señora Pamela Calletti se encuentre disfrutando de una excelente salud?

¿Qué es peor? ¿Organizar una fiesta clandestina o haber sido vacunado clandestinamente?

La insolidaridad que atraviesa de Norte a Sur y de Este a Oeste la desigual sociedad salteña se escenifica no solo con la confusa ceremonia de las vacunas pinchables, sino también con todo aquello que rodea lo que podemos llamar las vacunas judiciales, ideadas por ciertas mentes perversas que han encontrado en las medidas cautelares pensadas para los más desfavorecidos el remedio inmunizador más eficaz para protegerse a sí mismos.

Lo que sin dudas no tiene perdón es que la vacunación clandestina no produzca ninguna consecuencia política y que los fiscales del territorio se dediquen a perseguir con saña las fiestas clandestinas o la corrupción administrativa más menuda y no se preocupen por esclarecer el escándalo de los pinchazos sin derecho.

En Salta han muerto policías, sanitarios, maestros y otros servidores públicos a causa de esta cruel enfermedad. El que fuera Secretario de Salud Pública del gobierno, el doctor Sergio Humacata ha sido una de las víctimas más lamentables. Por respeto a ellos, la vacunación organizada por el gobierno debió ser transparente y equitativa.

Algún día los salteños mirarán la pandemia con la distancia que proporciona el paso del tiempo. Dios quiera que no tengamos que lamentar más decesos y -desde luego- que proteja al ministro Villada, para que su condición no se agrave y que podamos tenerlo pronto de regreso.

Pero cualquiera sea el momento en que los salteños recordemos el pasado, quedará grabado para siempre en el registro histórico de nuestras peores vergüenzas el que algunos se hayan aprovechado de su proximidad al poder para vacunarse de forma insolidaria, postergando a los que necesitaban la vacuna de forma prioritaria, faltándole el respeto a los muertos y a los enfermos graves y demostrando un egoísmo reconcentrado.

Luego, son estos mismos personajes los que hablan de derechos humanos y pretenden darnos a los demás lecciones de decencia.

Afortundamente, para ellos la historia tiene reservado el lugar que se merecen.