
El Ministro de Gobierno, Derechos Humanos, Trabajo y Justicia de Salta, ingeniero Ricardo Villada, ha publicado anoche un tuit, probablemente algo irreflexivo, pero sumamente útil para calibrar la actitud del gobierno provincial frente a la reforma que de forma unilateral está intentando imponer al resto de la ciudadanía.
En dicho tuit dice el ingeniero Villada: «No entiendo cómo terminamos discutiendo pavadas desde una postura oportunista de gente que dice “no” a la Reforma Constitucional. Los años van a poner en valor la decisión de un @GustavoSaenzOK valiente y fundamentalmente comprometido con la palabra que empeñó a los salteños».

Es una pena que un ministro con una alta responsabilidad en el gobierno acuse a sus contradictores de «oportunistas» y al mismo tiempo se niegue a identificarlos.
Pero es mucho más grave que un ministro deje caer que los únicos que hablan cosas serias e importantes acerca de la reforma de la Constitución de Salta, los únicos de cuya boca no salen «pavadas» son los funcionarios del gobierno.
Es verdad -y en esto coincido con el ministro- que hay mucho «oportunista» suelto que ha sacado a pasear su vena opositora y que se resiste a la reforma cuando en el pasado reciente apoyó las mismas reformas que hoy se pretende revertir. ¿Es el caso del ingeniero Villada? ¿En qué bando estuvo alineado cuando el romerismo al que hoy sirve reformó la Constitución en 1998 y 2003?
Desde luego, el ingeniero Villada no habla pavadas sobre el tema. Sus palabras son cuidadosamente analizadas por quienes las escuchan, muchos de los cuales no desechan la opinión discrepante, como lo hace él, ni le cuelgan etiquetas humillantes. Si a las opiniones del ministro Villada se las valora y se las estudia, ¿por qué él desprecia las opiniones ajenas?
El Ministro de Gobierno sabe perfectamente que reformar la Constitución de Salta en 2021 le demandará un esfuerzo parecido al de mover unos tres centímetros a la izquierda el Cerro San Bernardo. Cuando el funcionario dice que los demás «hablan pavadas» es porque se da cuenta -como lo hacen muchos- que en materia de reformas constitucionales ya no todo es coser y cantar como era antes. Que no basta con que una parcialidad imponga la fuerza del número y que se requiere la confrontación civilizada de argumentos a favor y en contra, necesidad a la que por cierto no contribuye en absoluto el que uno de los interesados califique de «pavadas» los argumentos de los otros.
Debo decir que al ingeniero Villada se le percibe muy incómodo en el papel que le ha tocado jugar en esta encrucijada política que vive Salta. Y esta incomodidad, lejos de ser desdorosa para él, habla de sus razonables dudas acerca de la correción y la oportunidad del camino elegido. A veces los nervios exagerados no expresan solo impotencia o ignorancia.
El ingeniero Villada sabe perfectamente que en Salta -y también fuera de Salta- hay ciudadanos y ciudadanas que no hablan precisamente «pavadas» acerca de la reforma de la Constitución, ni que están oponiendo resistencia a esta pobre iniciativa por razones puramente «oportunistas». Hay voces muy serias que con un lenguaje muy preciso y exento de ambigüedades se han levantado para denunciar que esta operación de reforma es la maniobra de una parcialidad sobre la otra y que para reformar -aun para hacer los cambios tan espartanos que el gobierno propone- hay que sentarse a hablar seriamente.
Con los debidos respetos, diré que el ingeniero Villada no es un hooligan como el abogado Galíndez, que se ha inventado una suerte de preclusión legislativa y pretende colocar una mordaza de oportunidad a los que se oponen a la reforma alegando que la ley que declara su necesidad ya ha sido debatida y sancionada, y por tanto no hay nada más que decir sobre el tema.
Si el gobierno -y en este caso el ingeniero Villada- no está de acuerdo en que no se debe discutir antes, no se debe discutir durante y tampoco se debe discutir después, sería muy bueno que lo dijera en voz alta; no solamente para que el hooligan no se sintiera tan aislado y solitario, sino también para que los ciudadanos tuviesen la tranquilidad de saber que pagan el sueldo de un Ministro de Gobierno que no es partidario de las mordazas de oportunidad y que respeta las opiniones que no concuerdan con las suyas.
Y preguntarnos sin complejos ni rubores: ¿Avala el Ministro de Derechos Humanos de Salta que un aliado de su gobierno mande a callar precisamente a la Fiscal de Derechos Humanos de Salta, por el solo hecho de que ha opinado en contra de la reforma? Si no tuviésemos respuesta a esta pregunta, cualquiera podría concluir en que al Ministro de Derechos Humanos no le importan este tipo de derechos y al mismo ministro que dice defender a las mujeres no le cuadra que estas opinen en voz alta.
¿Qué extraña sensación experimenta el Ministro de Derechos Humanos cuando se da cuenta que su jefe el Gobernador manda a reformar la Constitución sin agregar ni mejorar un solo derecho fundamental de las personas; excepto, claro está, el «derecho» de los jueces de la Corte de Justicia de Salta a permanecer en sus cargos hasta que las telarañas invadan completamente el generoso espacio vacío de sus cráneos?
No todos los que opinan en contra de la reforma constitucional hablan pavadas, como dice el ministro, así como tampoco no todos los funcionarios del gobierno son descerebrados hooligans que usan la cabeza para embestir y no para pensar.
Sería bueno empezar la discusión preconstituyente reconociendo esta sencilla realidad.