Urtubey y Romero colocan los arcos en la mitad de la cancha

La política de Salta padece, desde hace décadas, de la enfermedad del centrocampismo.

Una multitud ya incalculable de jugadores puebla la franja central del terreno y protagoniza allí una feroz lucha por el dominio de minúsculos espacios de influencia y de poder. Una caricatura de la política.

El combate impide a quienes lo libran ver la meta. Su intensidad, sus turbulencias y la inmediatez de los resultados pretendidos hacen que los protagonistas de la lucha sean incapaces de pensar el futuro, de imaginar escenarios a largo plazo, de planificar acciones consistentes y de buscar los consensos necesarios para llevarlas a cabo.

Hasta ahora, nadie se ha preocupado por cuantificar el precio que paga la política de Salta por quemar sus energías (que no son muchas) en una lucha de medio campo, alejada de los arcos.

Algunos, especialmente los más jóvenes, llegan a pensar que la política es solo ese cuerpo a cuerpo fragoroso que se repite puntualmente cada dieciocho meses y que -como en el fútbol americano- permite triturar la cabeza incluso de aquel adversario que no lleva consigo la pelota.

La responsabilidad de los líderes

Es aquí donde se advierte con mayor claridad la responsabilidad que incumbe al líder.

El verdadero líder político es aquel que, aun a riesgo de ser incomprendido y de pagar con impopularidad su osadía, se esfuerza por extender los horizontes de mira de los suyos; es líder quien induce a los demás a pensar en grande, a soñar con metas ilusionantes, a distinguir los desafíos más importantes, a dar dos pasos más allá de sus propias narices.

El antilíder es aquel que, por el contrario, se muestra dócil y obediente a las imposiciones de sus seguidores. Es el que se esfuerza por congraciarse con ellos colocándose a su nivel y mostrándose condescendiente con el aldeanismo y la estrechez de miras del «lo quiero aquí y ahora». El antilíder renuncia a mirar al mundo que rodea a Salta para contemplar a los suyos amontonarse en los confines de su propio redil.

Urtubey y Romero, dos personajes en perpetua fuga de la realidad, para quienes Salta y el mundo son dos entidades lejanas e inconciliables, han vuelto a poner los arcos en la mitad de la cancha.

Lo han hecho para que los salteños no puedan ver sus metas a largo plazo; para que, asomados al cantil de su futuro los salteños no descubran jamás las amenazas que se ciernen sobre las futuras generaciones; para que solo ellos dos puedan seguir jugando el juego que mejor saben y más les conviene: el de la avaricia y la mediocridad disfrazadas de alta política.