
Con una soltura escalofriante, Juan Manuel Urtubey ha soltado dos frases que quedarán para la historia del absurdo: «En pandemia nos permitió tener un sistema sanitario con hospitales en todos lados. Yo empecé la pandemia viviendo en España y se siente cuando no tenés el sistema que tenemos nosotros acá».
Lo primero que habría que aclarar es que el señor Urtubey nunca vivió en España como afirma en la entrevista.
«Vivir» en España (o en cualquier otro país de la Unión Europea) supone, para empezar, ser titular de un derecho a residir, extremo que ni el exgobernador ni su familia han logrado acreditar en ningún momento. En segundo lugar, supone pagar impuestos y en tercer lugar supone compartir las penas y las alegrías con los que llevan viviendo toda la vida en este país; es decir, acumular una cierta experiencia vital. Urtubey no ha hecho nada de esto. Ha entrado y salido como turista, al amparo de la vigente legislación europea en la materia.
En tales condiciones, y teniendo en cuenta el breve tiempo de su permanencia en España, Urtubey no ha podido racionalmente conocer el sistema sanitario español, ni de cerca ni de lejos. Aun así, se ha dado el lujo de opinar y comparar.
Es probable que el exgobernador de Salta hubiera contratado un seguro médico privado para él y para sus acompañantes por el tiempo que duró su estancia en la península, pero es menester aclarar que los seguros médicos privados -aun los más caros- no aseguran en este país el acceso a unos servicios médico asistenciales de auténtica calidad. Casi todo el mundo sabe -excepto el señor Urtubey- que la mayor cantidad de recursos está concentrado en el sistema sanitario público de la seguridad social española, al que los extranjeros no residentes no tienen acceso salvo casos de acreditada urgencia.
Como residente en España por más de treinta años y como usuario de la sanidad española, tengo que decir que la comparación efectuada por el señor Urtubey es injusta, desacertada y desproporcionada.
Primero: no es verdad que en Salta (o en la Argentina) haya «hospitales en todos lados» y tampoco es cierto que en España no los haya. En España existen 8.131 municipios y en la Argentina solo 1.300. Esta comparación nos da una idea de la diferente estructura territorial y demográfica entre ambos países, y nos dibuja la irracional distribución de recursos, puesto que en España existen alrededor de 700 hospitales entre públicos y privados, mientras que en la Argentina existen 17.485, y la cantidad de camas por cada 1.000 habitantes es de 5 frente a las 3 de España o a las 2,9 de los Estados Unidos de América o a las 2,2 de Brasil (datos del Factbook de la CIA).
Pero la cantidad no prejuzga sobre la calidad, sobre todo si nos fijamos en las cifras comparadas de la esperanza de vida al nacer. Según la misma fuente, una persona que nace hoy en España tiene una expectativa de vida de 85,5 años, frente a los 76,9 de las personas que nacen en la Argentina. Casi diez años más, que no es poco.
Tan leído y tan viajado, Urtubey ignora que el índice de competitividad que elabora anualmente el Foro Económico Mundial sitúa a España (2019) con la máxima puntuación posible (100,0) entre los países con la mejor sanidad del mundo, un privilegio que comparte con Singapur, Hong Kong y Japón. España es también el primer país del mundo en materia de trasplantes. La Argentina, en cambio, ocupa en el mismo índice del FEM el lugar nº 53 en materia de salud, con una puntuación de 83,8. Un lugar bastante modesto, por cierto.
Es preciso retener este último dato, pues el lugar nº 53 es obtenido por la Argentina, incluye sin dudas a los centros sanitarios privados en los que se hizo atender el señor Urtubey cuando tuvo problemas gastroesofágicos (Senesa), o su esposa, cuando dio a luz a su hija (Swiss Medical), y hasta la faraónica clínica VIP inaugurada por su exsuegro en un exclusivo barrio de Salta, a la que el exyerno benefició económicamente de forma descarada cuando fue Gobernador. Habría que preguntarse por qué motivo -si es que el sistema público es tan bueno como dice Urtubey- su pequeña hija no nació en el austero y democrático paritorio del hospital Materno Infantil de la zona de los cuarteles y en cambio lo hizo en una lujosa clínica privada a cuyos servicios solo pueden acceder los más pudientes. En España -mal que le pese a algunos- pobres y ricos se tratan de sus enfermedades por igual en los mismos hospitales y centros de salud. Y ello, sin contar con que en la mayoría de las Comunidades Autónomas, los extranjeros en situación administrativa irregular reciben prestaciones sanitarias gratuitas, con la sola condición de estar apuntados en el padrón municipal, único requisito exigible para que les sea expedida la tarjeta sanitaria.
Otro dato importante es la comparación de la cantidad de dinero que los gobiernos destinan al sistema sanitario. En el año 2019, el gobierno de Urtubey previó gastar 247.000.000 de euros (sumando salud pública y educación). En el año 2020, la Comunidad Autónoma de Murcia (con una población similar a la de la Provincia de Salta) ha prespupuestado, solo para el gasto sanitario, la cantidad de 1.885.458.461 euros; es decir, casi 8 veces más que el gasto social global en Salta.
Urtubey tendría que explicar por qué motivo cada año (y en estos tiempos cada vez más) una legión creciente de profesionales sanitarios argentinos (médicos, dentistas, enfermeros, etc.) pugnan por venir a Europa a trabajar. No será precisamente porque los sistemas sanitarios de este continente son precarios y poco eficientes.
Y si de eficiencia se trata, Urtubey tendría que explicar por qué Salta ha gestionado tan mal la crisis del coronavirus. Por qué hay más muertos por esta enfermedad habiendo mucho menos contagiados. Por qué en Salta se han muerto personas que en España podrían haber sobrevivido si recibían una atención adecuada.
No necesito acudir a ningún repositorio estadístico para afirmar que todos los hospitales españoles, aun los que se encuentran en las comarcas más pobres, disponen de agua potable. Aunque parezca mentira, el señor Urtubey, después de gobernar la Provincia de Salta durante 12 años seguidos, dejó al hospital de Tartagal (la tercera ciudad de Salta en número de habitantes) sin agua potable. Aun así, poco antes de dejar el cargo tuvo el descaro de realizar una visita «de Estado» a aquel hospital, y compartir un mate (seguramente preparado con agua de algún charco) con las empleadas de la cocina.
En España tampoco se mueren niños de hambre, de desnutrición o por enfermedades relacionadas con la falta de acceso al agua potable o al saneamiento, como ha sucedido en Salta bajo el gobierno del señor Urtubey. En España los gobiernos que cesan no se llevan consigo los datos sensibles de los niños pobres para negociarlos privadamente.
Con todo y su enorme cantidad de hospitales y de camas, el déficit de recursos de la sanidad pública salteña ha sido y sigue siendo vergonzoso, aunque no inexplicable. Se cuentan por decenas la cantidad de políticos en activo que han denunciado que el responsable del desguace programado del sistema sanitario de Salta es el propio Juan Manuel Urtubey.
Los españoles -especialmente sus políticos- están muy orgullosos de la eficiencia de su sistema público de salud. Como usuario, tengo algunos reparos en cuanto a la calidad humana (no estrictamente profesional) de la atención que se dispensa en hospitales y centros de salud. Pero también tengo que reconocer, como usuario crítico, que aquí los médicos están mejor preparados en general, que los auxiliares (enfermeros y practicantes) tienen un mayor nivel profesional, que las instalaciones son en su mayoría asépticas y accesibles, y -aunque duela reconocerlo- que hay un nivel de organización, de seriedad y de responsabilidad institucional que en Salta no se ha alcanzado jamás y, mucho menos aún, durante los tres mandatos del gobernador Urtubey.
Quizá lo más agraviante es el hecho de que Urtubey defienda el modelo «peronista» de gestión de salud, que se caracteriza por su paternalismo, su fragmentariedad, su grandilocuencia y su ineficiencia. O quizá esté defendiendo el insolidario sistema de obras sociales sindicales, que hay que recordar que no fue una creación de Perón sino del dictador Juan Carlos Onganía. Aunque de forma tardía, España ha logrado erigir un Estado del Bienestar moderno y equitativo, algo de lo que la Argentina no puede de ningún modo presumir.
Como pueden ver, no tengo especiales motivos para defender a la sanidad pública española (para eso, tengo un vecino al frente que sale todas las tardes a su ventana a gritar y a colocar banderas para honrar a los trabajadores sanitarios públicos). Pero sí tengo sobrados y sólidos motivos para desconfiar de la comparación efectuada por un pasajero fugaz y poco informado, como Urtubey, que no solo se equivoca interesadamente, sino que de una forma inmoral pretende llevar agua para su molino, intentando que su regreso a la arena política haga pie precisamente sobre todo aquello en lo que ha fracasado de forma estrepitosa. Especialmente, la salud pública.
Urtubey ya ha cometido antes muchos errores de apreciación sobre la realidad de diferentes países del mundo. Los salteños están pagando todos esos errores, no solo con su administración pública hinchada hasta reventar, su sistema educativo que no resiste ninguna comparación o su red de hospitales que es digna de los espacios más pobres del planeta, sino también con el endeudamiento de la Provincia a tasas imposibles. Los salteños deben recordar que Urtubey alardeó de comprender las claves de las finanzas mundiales y de saber descodificar las consecuencias del Brexit. Terminó convenciendo a los más incautos de que aquellas tasas de interés eran «las más convenientes del mercado», cuando eran las más abusivas. Ahora vuelve para impartir cátedra sobre grietas y pandemias, pero convendría tener presente que quien ha vivido toda su vida encapsulado en medio de los valles y cuyo máximo referente cultural es Marcelo Tinelli, no puede dar lecciones a los salteños (a los que viven adentro, por supuesto, pero mucho menos a los que vivimos fuera) de las cosas que suceden en otras partes del mundo. Si realmente Urtubey tuviera algo de razón en sus descabelladas percepciones sobre la realidad mundial, seguramente hoy Salta no estaría en el calamitoso estado en el que se encuentra, y en que por cierto no está ninguna región española.
Con todo, este desparpajo del fugaz viajero me hizo recordar a aquel psicólogo salteño que emigró a Madrid hace ya unas cuantas décadas y al que le tocó una semana de lluvias y que, por eso, se vio forzado a hacer las maletas y a emprender el regreso a Salta. Una vez retornado a su tierra, le dijo a sus más próximos que en España no se puede vivir «porque llueve mucho» y porque «Europa es un continente agotado».
De los relatos de algunos viajeros, mejor no fiarse.
