La doble moral de los Romero: antikirchnerista el padre, kirchnerista la hija

  • Mientras el exgobernador Juan Carlos Romero intenta poblar silenciosamente la precaria administración de su hija con personas de su confianza más estrecha para que le ayuden a superar el profundo bache de imagen y de gestión en la Municipalidad de Salta, la heredera se muestra cada vez más cerca del gobierno kirchnerista del presidente Alberto Fernández, que -sorprendentemente- se ha convertido en uno de sus principales apoyos.
  • La familia de las mil caras

La situación podría calificarse de paradojal si no se tuviera en cuenta ese rasgo tan peculiar que siempre ha caracterizado las actuaciones políticas de Romero: su juego es el poder y, cuando se juega este juego, las ideas y las lealtades políticas importan realmente poco.


Así, nuestro senador vitalicio intenta en la superficie mostrarse cada vez más inflexible con el gobierno de Alberto Fernández, pero por debajo de la mesa no tiene problemas en darse la mano con el mismo gobierno al que dice despreciar. Menos problemas tiene aún para aceptar todas las ayudas que sean posibles y que puedan contribuir a superar la desesperante situación política de su hija, la Intendente Municipal de la ciudad de Salta, que, desde que asumió el cargo en diciembre de 2019 no ha dejado de cometer graves errores políticos y de comunicación, incluso mucho más graves de lo que se espera para un principiante.

Bettina Romero mantiene tensas relaciones con el gobierno de Gustavo Sáenz (sus desavenencias comenzaron muy pronto, con la «limpieza» practicada por la nueva Intendenta en los cargos que Sáenz pensaba que había dejado bien atornillados en la Municipalidad). Las relaciones no son mejores con el Concejo Deliberante, con cuyos integrantes los cortocircuitos son más que frecuentes. Y ni hablar de los medios de comunicación, en los que la imagen de la primera mujer Intendente Municipal de Salta se encuentra por debajo de cualquier mínimo conocido.

Por supuesto, la alarmante precariedad del gobierno de Bettina Romero no ha pasado desapercibida ni para su padre ni para los cuadros históricos (o preshistóricos) del romerismo vernáculo. Si bien con cierta torpeza, el aparato ha reaccionado y le ha impuesto a la joven y balbuceante Intendenta dos o tres cargos de «coordinadores», que son ahora los encargados de limar las asperezas (o de apagar los incendios) al menos con el gobierno de Sáenz y con los concejales, ya que con los medios de comunicación la relación parece rota ya sin remedio. Un día sí y otro también a Romero hija le llueven denuncias de favoritismo familiar en las contrataciones del Estado y un manejo discrecional y magnánimo del dinero que es de todos los salteños.

Pero lo que sin dudas llama más la atención es la doble vía de elogios desmedidos entre la conservadora Bettina y el pseudoprogresista Alberto Fernández. Bien es verdad que el gobierno municipal (no solo este sino cualquiera) necesita oxígeno para sobrevivir y tejer sus alianzas; pero el hecho de que la Intendenta haya ido a buscarse un aliado tan alejado de sus coordenadas ideológicas no se explica sino por una negociación oculta entre su padre -senador vitalicio por Salta- y el presidente Fernández.

Mientras ello ocurre, y para seguir dando la impresión de dureza, Romero padre sigue aferrado al viejo catecismo conservador que tantos buenos réditos le ha dado en Salta y fuera de ella, y ejerce de portavoz y adalid de la resistencia más activa y aparentemente más irreductible al gobierno nacional. Pero, como si se tratara de un sino fatal, al veterano senador le persigue desde hace décadas la ambigua metáfora del «caño de plomo»: parece duro pero...

Probablemente, Bettina Romero se ha aproximado a Fernández para fastidiar a Sáenz; es decir, para hacerle ver al Gobernador que ella no necesita de la interlocución de otros con el Presidente, que ella tiene una «línea directa» con el poder central y acceso a recursos... más o menos como los tenía Sáenz en la Municipalidad cuando gobernaba Macri. En términos un poco más directos: que no necesita de la muleta de Sáenz para caminar junto a Fernández.

Lo que le cuesta a los salteños esta operación de mutua asistencia entre padre e hija no lo sabemos ni lo sabremos nunca. Ni Romero ha sido transparente con los asuntos públicos en los doce años que ha sido Gobernador ni se espera que su hija lo sea. Solo sabemos que con el apoyo del Presidente o sin él, el gobierno de Bettina Romero es malo de solemnidad y que no mejorará en un horizonte razonable de tiempo, que está, desde luego, vinculado con algo que se llama madurez política.

Aun así, es bastante arriesgado afirmar que Romero tiene dos caras. Es menos riesgoso sin dudas decir que tiene mil caras y que todas ellas -como los girasoles en el campo- miran con gesto deslumbrado hacia ese disco de brillo cegador que es el poder duradero.