
Primero, porque la obligación de Sáenz es quejarse, ya que si se guarda las penurias para sí, los salteños no sabremos nunca cuál es el verdadero estado de las cuentas provinciales y, sobre todo, quién o quiénes son los responsables de la debacle.
Segundo, porque se trata de un elogio expresado desde la comodidad y -por qué no decirlo- desde la más supina irresponsabilidad. A Romero hoy le parece bien que Sáenz «se aguante solito y en silencio» la herencia del gobierno anterior, pero cuando al exgobernador le tocó asumir su cargo en 1995, se despachó a gusto contra el gobierno de Roberto Ulloa, al que acusó de ser responsable hasta del mal tiempo, y practicó un duro recorte en la planta de personal de Administración, a título de revancha política.
La provincia esta en una situación delicada @GustavoSaenzOK llevando el peso de la carga sin quejarse. Es un gran esfuerzo sostener la provincia en este escenario.
— Juan Carlos Romero (@RomeroxSalta) August 5, 2020
Por su parte, Gustavo Sáenz no es que esté portando la cruz con alegría o con cristiana resignación. La verdad es que la mitad de su gobierno clama porque el actual Gobernador salga a denunciar con nombres, apellidos y circunstancias personales a los que hundieron a Salta en la ruina y multiplicaron por tres los niveles de pobreza.
Sáenz no puede hacerlo, porque la otra mitad de su gobierno está conformado por hombres y mujeres que sirvieron obedientemente al régimen de Juan Manuel Urtubey. Empezando por su actual ministro de Hacienda Roberto Dib Ashur, y siguiendo por personajes con ambos pies hundidos en la arena movediza del urtubeysmo como Matías Posadas o Pamela Calletti.
Es decir, Sáenz no se queja, no porque no quiera sino porque no puede. Él debe obediencia a las dos potestades que se unieron para convertirlo en un Gobernador de transición.
Sáenz debe hablar
La crisis de las finanzas del Estado no es solo producto de la mala gestión económica de Urtubey. También es responsable en esto el gobierno de Romero y sus iluminados economistas. Sáenz lo sabe, pero sin embargo no puede salir a decirlo abiertamente, pues estaría mordiendo la mano que le da de comer.Los ciudadanos de Salta tienen derecho a conocer exactamente cómo han obrado tanto Romero como Urtubey con el dinero del Estado, porque aunque han pasado más de 24 años desde que Romero asumió como Gobernador, aún no se sabe por qué la Provincia de Salta tiene hoy un agujero de semejante calibre en sus cuentas.
Los que acostumbran a rascar en la superficie se formulan dos preguntas: ¿dónde está el dinero? y ¿dónde están las obras que ese dinero debía financiar?
Es evidente que alguien tiene en su poder el dinero y que alguien lo ha desviado de sus fines legales. Todo el mundo sabe que un organismo dócil y dominado por la mayoría gubernamental, como es la Auditoría General de la Provincia, jamás podrá dar respuestas a estas preguntas.
Pero hay muchos más obstáculos en el horizonte de un Sáenz cuyo mayor talento parece consistir en saber salir del paso con negociaciones de corto alcance. ¿Quién se hace cargo de los alarmantes niveles de pobreza estructural en Salta? ¿Cómo ha crecido la pobreza desde que Urtubey asumió el poder? ¿Cuál fue el «modelo social» de Romero, si es que tuvo uno? ¿Por qué la enorme concentración de poder y la aniquilación de la oposición política han dado como paradójico resultado dos gobiernos ineficientes y retardados?
El examen riguroso y detallado de los principales problemas colectivos de Salta y el esclarecimiento de sus causas no es algo que pueda realizar ahora mismo el gobierno de Gustavo Sáenz. Desde luego, no lo harán tampoco los partidarios de Romero y mucho menos los de Urtubey. Ninguno de los tres tiene la solvencia moral suficiente para encarar una tarea de semejante calado como esta.
Las críticas y las alabanzas de Romero son interesadas. Romero no cree en la igualdad ni en la justicia. Lleva unos 50 años demostrándolo con hechos incontestables. Los espasmos defensivos de Urtubey son inverosímiles; y lo son más ahora, cuando la capacidad de pervertir el lenguaje y adulterar las cifras de la contabilidad social de Salta se han reducido al mínimo.
Sáenz es un prisionero, parcialmente inocente, que todavía tiene margen para rectificar, pero que está empezando a generar anticuerpos específicos. En cuanto el actual Gobernador se descuide, tendrá frente de sí a una oposición con poca disposición al diálogo y a la cooperación. Debe aprovechar ahora y el mejor argumento que tiene para romper esa precaria alianza con sus dos antecesores más inmediatos es precisamente esa situación escandalosa que -según Romero- él aguanta «sin quejarse».
Si Saénz se queja, aunque lo haga a los gritos, nadie en Salta interpretará que quiere echar las culpas afuera. Quejarse es un servicio que Gustavo Sáenz debe a los ciudadanos que de buena fe lo votaron para que ejerza como Gobernador. Encerrarse en el silencio y sufrir a solas, mientras campan a sus anchas los Dib Ashur, los Posadas, las Callettis y los intereses que tutela el Estado son los del Banco Macro y no los de los ciudadanos de Salta, será el peor favor que Sáenz podrá hacerse a sí mismo.
Si casi todo el mundo en Salta sabe por qué y por quiénes estamos como estamos, hace falta solo un pequeño impulso para que el Gobernador, en la plenitud de sus facultades y en el cénit de su carrera política, demuestre coraje y humanismo poniendo las cosas negro sobre blanco y obligando a que cada palo aguante su vela.
Aquellos a los que les gotean los colmillos y esperan una catarata de procesos penales deberán esperar su turno. Hoy toca depurar las responsabilidades políticas y morales de los que han hecho de Salta un territorio arrasado, una sociedad injusta, violenta y desvertebrada, que hoy solo existe en los papeles solo porque una enfermedad incontrolable nos mantiene en vilo. Cuando todo esto haya pasado, habrá que preguntarse qué será de nosotros si Sáenz, como dice Romero, sigue aguantando «sin quejarse».