‘Gente opositora quiere voltear a un gobierno democrático’

  • La frase ha sido pronunciada por el Intendente Municipal de la ciudad salteña de Aguaray, señor Jorge Quique Prado.
  • Democracia, a cualquier precio

¿Puede la oposición intentar derribar a un gobierno democrático? La respuesta debe ser siempre sí.


La razón principal de la existencia de la oposición es su vocación de convertirse en gobierno, en cualquier momento. En los sistemas de corte presidencialista, como el nuestro, en donde los gobiernos no pueden «caer» por mociones de censura o cuestiones de confianza, es normal que los investidos por el voto popular aspiren a agotar su mandato, pero es también normal que las oposiciones hagan esfuerzos -dentro de la legalidad- para que el mandato no llegue a su término.

La legitimidad democrática, por sí sola, no sostiene a un gobierno. Para mantenerse, un gobierno cualquiera, además de ser «democrático» debe ser «un buen gobierno».

A la oposición -aun la conformada por «gente codiciosa»- le cabe el papel de mostrar a sus conciudadanos los errores del gobierno y de ofrecer un programa alternativo con mejores soluciones. Este rol opositor se ejerce aun frente a los errores de los gobiernos «buenos», puesto que el incluso el mejor gobierno no está exento de cometerlos.

En un sistema de corte presidencialista, la finalización ante tempus de un gobierno municipal se puede producir puede producir por diferentes circunstancias: renuncia, muerte, intervención o incluso un derrocamiento violento.

Nótese la diferencia entre el discurso del Intendente de Aguaray, que niega que la oposición pueda derribar a un gobierno democrático, y el del intendente de Colonia Santa Rosa, cuyo gobierno es tan democrático como el de Aguaray, pero que sin embargo pide que el gobierno provincial le ponga fin mediante su intervención.

Si el Intendente Municipal de Aguaray quiere imponerse a su oposición y conservar el cargo, lo que debe hacer simplemente es gobernar mejor, lo que no siempre supone que su gobierno deba ser más democrático. Al contrario, más democracia puede significar -y normalmente así ocurre- «peor gobierno».

Es muy probable que cuando el intendente Prado dice que su gobierno es «democrático» se refiera al origen de su legitimidad. Pero aun si se refiriera al «contenido democrático» de cada una de sus decisiones, solo por ello el gobierno no tiene asegurado el acierto y la conformidad de sus gobernados.

Lo más saludable para una población de las dimensiones demográficas de Aguaray son gobiernos municipales cortos y cada vez más controlables por los ciudadanos. La legitimidad democrática (sea de origen o de ejercicio) no supone una patente de corso para hacer lo que al Intendente le dé la gana.

Para que la oposición no «voltee» a su gobierno, el Intendente de Aguaray debe asociar a los «codiciosos opositores» a su gobierno. No se trata de laminar a la oposición o de anularla sino de hacerla corresponsable de las principales decisiones colectivas. Así como el gobierno municipal debe escuchar a la oposición, esta debe reconocer al gobierno una mejor disposición para tomar las decisiones que conciernen a todos. Ambos grupos se pueden llevar bien o llevarse como el perro y el gato, pero en cualquier caso deben cohabitar y, para hacerlo, todos deben renunciar al objetivo de máxima que es hacer desaparecer al antagonista.

Ciudades como Aguaray necesitan gobiernos capaces, pero también necesitan alternancia en el poder. El gobierno municipal no puede pensar -ni insinuar, como lo ha hecho el intendente Prado- que todos sus opositores son viles, codiciosos y conspiradores. Alguno habrá que valga la pena, y, a la inversa, alguno que forma parte del gobierno carecerá de las cualidades necesarias para ocupar un cargo público. El desafío consiste en hacer funcionar a la ciudad, no en agotar el mandato a cualquier precio.

Desde luego que no es fácil, sobre todo cuando los diferentes bandos enarbolan banderas tan aparentemente inconciliables. Pero la obligación de unos y de otros es intentarlo, cualquiera sea el que gobierne, sin importar quién lo haga o cuánto dure su gobierno.

A veces es preferible gobernar poco tiempo y acertar en las decisiones, que agotar los mandatos y coleccionar errores o alejar las soluciones.

Un demócrata nunca minimiza la utilidad de la oposición aunque dude de su lealtad. Porque el secreto de la democracia no se esconde en el voto masivo sino en la capacidad de las mayorías para respetar a las minorías.