
Pero también ha habido otro detalle que no conviene pasar por alto: el hecho de que el Presidente de la Nación, Alberto Fernández (que le teme al coronavirus mucho más que Güemes a sus enemigos realistas) haya salido a decir del augusto general salteño que «era un hombre inmenso».
La verdad es que, para quedar bien, la brevísima frase cumple holgadamente con su cometido.
Pero nada más escucharla a uno se le instala en el cuerpo una sensación de incomodidad. ¿Qué significa para el Presidente de la Nación la inmensidad de Güemes? Y si Güemes fuese para él «inmenso» -como dice- ¿cómo es que antes (cuando no era Presidente) no se ocupó de dedicarle jamás una frase bonita y mantiene lazos políticos muy evidentes con los que en Salta llamaron «Machaca» a su hermana y la confundieron con su mujer? Preocupa del Presidente de la Nación la falta casi absoluta de contenido.
La explicación es bastante sencilla y abarca al gobernador Sáenz.
En realidad, hablar bien de Güemes (como hacerlo de Juana Azurduy o de Ceferino Namuncurá) reporta réditos políticos casi inmediatos. Al presidente Fernández (mejor asesorado seguramente que Daniel Scioli o Carlos Zanini) no se le habría escapado el mote de «caudillo», ni hubiera insinuado que Güemes fue el precursor de la gran reforma social llevada a cabo por Perón.
De allí a los adjetivos grandilocuentes (como «inmenso», «sideral» o «galáctico») hay un solo paso. Las palabras llenan -otra vez- el hueco que dejan las ideas.
Deslizar una incorrección histórica o política sobre Güemes expone al autor de la afrenta a un rechazo que ya ha cobrado dimensión «nacional», como la propia gloria de Güemes. Una metedura de pata más, y ya no serán solamente los salteños quienes van a salir a cobrar la factura.
Sin subirse al caballo, Sáenz ha demostrado su deseo de rivalizar en «güemesianismo» con sus dos antecesores más inmediatos. El primer 17 de Junio de su vida como Gobernador, y a Sáenz le toca desfilar a pie, con barbijo, con poca aca de caballo sobre la aristocrática avenida y una distancia social más que discreta. Lamentablemente -habrá pensado el mandatario- debajo del barbijo no se ven ni las sonrisas ni los gestos compungidos. El año que viene seguramente será otra cosa, y el Gobernador podrá mostrarse como «hijo de Güemes», repartiendo sonrisas, abrazos y microgotas de Flügge.
El General Güemes, antes y después de su muerte, tuvo numerosos y variados contradictores. Lo extraño es que hoy no tenga ninguno, pero no por él (que quizá se merece no tenerlos), sino porque la unanimidad es un fenómeno muy inusual (por no decir poco sincero) en un país en el que todos los días sus habitantes se insultan y se menosprecian con un grado de agresividad que se interna en los terrenos de la psicopatología social por asuntos muchísimo más livianos que la dimensión histórica de un militar valiente.