
Al Presidente de la Nación se le nota a lo lejos la incomodidad que le produce la brecha de desarrollo entre las provincial del centro y sur del país y las desangeladas provincias del norte. Sus «soluciones» creativas se agotan allí donde la contribución al PIB es más modesta y la piel de los habitantes diferente a la del resto del país.
Aliado de los radicales bolivarianos de Podemos en España y de buena parte del independentismo catalán, el kirchnerismo que gobierna en la Argentina tiene algunas cosas claras también en materia de política interior, como por ejemplo que la unidad del país o la cohesión de su territorio no son asuntos que deban preocuparle.
Buenos Aires y su zona de influencia parecen cansadas de tener que tirar del carro. Muchos de los que gobiernan ahora piensan que no se debe subsidiar más a esa Argentina casi pastoril que permanece encapsulada, hundida en el atraso, condenada a la contemplación, que no acierta a definir con claridad su futuro y que tampoco aporta los votos que se necesitan para sostener a un gobierno.
El modelo kirchnerista parece haber dejado atrás el discurso de los derechos humanos que tantos réditos le ha dado, para optar por una política en cuyas raíces ideológicas se mezclan sin mucho orden el centralismo peronista de todas las épocas, el populismo de Esquerra Republicana de Catalunya, el elitismo de la Lega Nord y la soberbia de los eurófobos de Nigel Farage.
Si por ellos fuera, la Argentina debería partirse en dos ahora mismo, para asegurar que el «país gobernable» siga al comando de quienes han demostrado que son capaces de gobernarlo, y para dejar al «otro», librado a su suerte, que puede que sea muy parecida a la de Bolivia o a la de Paraguay, tanto en términos sociales como económicos.
El lockdown nacional, con las carreteras cerradas y las provincias incomunicadas entre sí, ha demostrado a los líderes de las provincias más poderosas que ellas pueden «vivir con lo suyo» y que es la libre circulación del país real la que les condena a sufrir «aluvión zoológico», la que cada tanto importa pobreza y atraso de otros lugares.
Provincias gobernadas por ingenuos, como Salta, le hacen el juego al centralismo del gobierno federal y a sus sueños de dividir el país o de crear una nación de dos velocidades. El gobierno central sigue subsidiando la pobreza de las provincias más alejadas y estas siguen reivindicando los subsidios a la quietud como la mejor actitud posible frente a la crisis económica y social. Se han juntado, pues, el hambre y las ganas de comer.
Es en el norte del país en donde malviven los indios, en donde los niños pobres se mueren de hambre, donde las mujeres son apaleadas sin piedad, donde el dengue tiene más incidencia, donde el desempleo está más extendido y el «mercado» no es más que una ilusión. ¿No es todo esto una mochila demasiado pesada para ese otro país pujante y dinámico que empieza debajo del paralelo 30?
«El norte profundo de la patria», como alguna vez lo llamó el Gobernador de Salta, Gustavo Sáenz, agoniza sin remedio. No hay procesos en marcha para detener su caída. El gobierno nacional mira por sus propios intereses, que no están en el norte del país precisamente, y los gobiernos provinciales han demostrado que su catálogo de «soluciones» se ha agotado hace ya bastante tiempo.
El federalismo, tanto en su versión más pura como en su versión deformada por la falsa ilusión de un país territorialmente igualitario, tampoco ayuda. La afirmación de un país federal puede que incluso sea más dañina para la prosperidad y el futuro de los territorios que hoy se encuentran más postergados. Las soluciones ideológicas y el populismo, tan en boga en los últimos tiempo, no parecen ser las más adecuadas para unas provincia irregularmente despobladas, con bajos niveles de educación, seguridad y salud, y, sobre todo, con una contribución muy reducida al total de votos que se requieren para decidir una elección a nivel nacional.
Casi todas estas provincias son gobernadas hoy por democracias iliberales o de muy baja intensidad, en donde alternan errores y aciertos unos gobiernos que no cuentan con oposición ni con ideas para revivirla. El gobierno nacional lo sabe, pero sabe también que el desarrollo cívico de estas provincias traerá consigo una mayor carga reivindicativa sobre el poder central y es por esta razón que prefiere mantener el statu quo y sostener a los gobiernos largos, feudales e ineficientes.