Señora Intendenta, sepa usted que ‘está fresco para corpiño calado’

  • ¿Qué es lo que el gobernador Sáenz usa doble y la intendenta Romero lo lleva agujereado?
  • ¿Todos los argentinos son iguales ante la Ley?

En estos momentos de crisis e incertidumbre, lo que enfrenta a los dos máximos gallos de nuestro alborotado gallinero político no es ni el presupuesto ni las competencias en materia de tránsito y seguridad vial.


Gustavo Sáenz y Bettina Romero no se ponen de acuerdo en una cosa tan elemental como el uso del barbijo.

Esa maldita prenda, cuyo uso ha puesto patas para arriba nuestra apacible convivencia vallista, ha dividido las aguas entre quienes, como el Gobernador, lo prefieren «tenso, prieto y reforzado», y los del otro bando -liderado por la Intendenta- que prefieren los más laxos tejidos de croché y privilegian los aspectos fashion del barbijo por sobre el filtro microbiológico.

Al diputado Chibán se lo puede empapelar por haberse sentado con su hijo en el mismo vehículo, por espacio de menos de un minuto, pero Sáenz y Romero son «inmunes» (¿o cabría decir «inimputables»?) por refregarse en sus giras demagógicas con vecinos y vecinas cuyo pedigrí vírico no está muy claro que digamos.

Desde que la pandemia tocó nuestras playas, ni Sáenz ni Romero han estado acuarentenados. Es decir, sus entradas, salidas, movimientos y descansos no se han visto alterados, como sí en cambio ha sucedido con el 99,99% de los salteños y salteñas. Felizmente a ninguno de ellos les ha tocado aislarse (por haber desarrollado la enfermedad o simplemente por estar infectados), pero es razonable pensar que como ninguno de los dos es sanitario o policía, lo suyo es haberse mandado a guardar y no salir a troche y moche, como si esto fuera un jolgorio.

Sáenz y Romero desfilaron solos el 25 de mayo pasado. ¿Qué sentido tenía hacerlo?

Se puede entender que el Gobernador salga para ir a un hospital a llevar lo que el hospital necesita o a comprobar que allí todo esté dispuesto para atender a los enfermos. Pero no se entiende de ninguna de las maneras que tanto el mandatario provincial como la Intendenta salgan a controlar si los negocios están cerrados, si la gente circula por la derecha, si llevan puesto el barbijo o si caminan chuequeando. Ninguna de estas son «tareas esenciales» de un Gobernador o de una Intendenta.

No solamente Sáenz y Romero están sujetos a la misma ley que rige para todos los salteños, sino que deben demostrar que lo están. Al único «pichón» que parece que se quiere aplicar la ley que para los pájaros más gordos no rige es al diputado Chibán, quien a estas alturas parece tener más problemas que el rubio de Camel.

Es casi seguro que si el virus se propaga en Salta, como parece que está haciendo, se acaben las giras demagógicas y los barbijos de encaje y los guapos se recluyan en su cucha. Pero es que debieron hacerlo antes y no aprovechar la volteada para desfilar solos por la plaza vacía, para darse «un baño de visibilidad».

Cuando el virus venga degollando por Las Higuerillas los queremos ver; no solo a ellos dos, sino al doctorcito que habla de «excelencia médica» en un vulgar control de ruta a las afueras de Salta, como si estuviese hablando de una operación a cráneo abierto en el hospital Mount Sinaí de Nueva York.