
La apuesta es riesgosa, pero no por la complejidad de la solución sino por todo lo contrario; es decir, por su imperdonable simpleza. Quienes piensan que la economía «soberana» de un país se puede controlar con perros entrenados para olfatear la tinta de los dólares, y con normas tributarias cuasipoliciales, piensan también que una pandemia se puede detener solo con apretar algunas tuercas, como por ejemplo poniendo controles de fronteras, gendarmes en las rutas, policías y alcahuetes en las calles y un Estado omnipresente, listo para retirar la de la circulación al que, con razón o sin ella, sea señalado por el poder como una amenaza para sus semejantes.
Es más que evidente que una solución de este tipo provoca el enrarecimiento inmediato del clima general político. No tomar posición frente a la cuarentena -es decir, no decir si es buena, mala, útil o inútil- se ha convertido en un pecado mortal en la Argentina. De algún modo, todos somos expertos y expertas en cuestiones sanitarias. Si la pandemia se curase con antibióticos, por ejemplo, estaríamos discutiendo ahora mismo la dosis y la duración del tratamiento. No habríamos conseguido ponernos de acuerdo.
Pero es que frente a la que nos ha caído -no a todos en la misma proporción- no tenemos -y me temo que no tendremos en mucho tiempo- respuestas indiscutibles. Al no haberlas, todos tenemos la sensación de saberlo todo, y cuando nuestro saber total no coincide con el del vecino (lo cual es muy probable) nos cuidamos mucho de acusar al contrario de ignorante; al contrario, decimos que sabe la verdad, pero que deliberadamente la oculta y que del mismo modo comete errores a propósito, para perjudicar a este o a aquel.
Es este, en síntesis, el razonamiento del filósofo vasco Daniel Innerarity frente a lo que él considera «un espacio de mayor incertidumbre» en el que debemos aprender a movernos. «Estamos invirtiendo en buscar culpables una gran cantidad de tiempo que deberíamos invertir en buscar explicaciones», nos dice el filósofo en una entrevista que hoy publica el diario El Mundo de Madrid.
En Salta, definitivamente, se ha optado por la confrontación política antes que por el esfuerzo de explicar y de comprender, como lo demuestra el desaforado ataque lanzado contra el diputado provincial Héctor Martín Chibán, señalado de forma oportunista y vengativa como un enemigo de la salud pública.
El caso de Chibán en Salta es uno de los miles con características similares, en los que en poder estructurado reacciona anteponiendo «la razón del más fuerte», simplemente porque teme que cualquier duda o debilidad frente a la amenaza que vivimos sea una prueba de incompetencia frente a los ciudadanos. Pero, como bien señala Innerarity, «los políticos simulan una competencia que no tienen, que saben que no tienen, que nosotros sabemos que no tienen y que, en el fondo tampoco nos debería preocupar tanto en lo relativo a problemas como el actual, en los que entramos en escenarios de ensayo y error puro como la desescalada».
Los políticos saben, o deberían saber, que cualquiera en su lugar podría equivocarse con las decisiones que adopta en un escenario de tanta incertidumbre y volatilidad. Sin embargo, están empeñados en acertar en todo. No aceptan críticas y tampoco que se les diga que son débiles e influenciables. Hablando de España, dice Innerarity que uno de los grandes problemas de este país «es que el elemento competitivo de la política, que tiene que haberlo, ha invadido todo el proceso político y ha anulado su dimensión cooperativa, que es mucho más necesaria en crisis como esta». Lo mismo, o quizá más, se podría decir de la Argentina.
En un párrafo que roza la brillantez absoluta, Innerarity dice: «El tiempo que ocupamos en moralizar los problemas es un tiempo que perdemos en entenderlos, y en estos momentos, hace mucha más falta potenciar la capacidad cognitiva de la sociedad, porque no nos podemos rendir ante la incertidumbre. Tenemos que hacerle frente y desarrollar instrumentos más sutiles de análisis, interpretación, comunicación y gobierno que los de una política simplificadora entre buenos y malos».
En Salta el esfuerzo en desarrollar la capacidad cognitiva de la sociedad es y ha sido nulo durante este tiempo de extremada dureza. Más bien lo que se ha hecho es decir: «Aquí hay una sola verdad, y el sobre que la contiene está guardado en el primer cajón a la derecha del escritorio del Gobernador». Nadie duda en su gobierno, y tanto el exceso de testosterona como de certezas es malo de suyo.
Así, se intenta machacar al diputado Chibán con argumentos morales y sanitarios, que para más inri son esgrimidos por una seudoautoridad que defiende la moralidad y la salubridad de la producción y el consumo de tabaco. Hasta ese extremo no ha llegado nadie en el mundo, y de ello puede dar fe la propia Organización Mundial de la Salud.
Dice Innerarity que «no deberíamos olvidar que una crisis como esta, mal gestionada y en un entorno de confianza escasa, genera un malestar difuso que puede ser aprovechado por cualquiera»; en este caso, por los enemigos personales de un diputado de la oposición, que defiende su derecho a ser diferente y que, desde la diferencia, critica a los que toman decisiones que le afectan en lo personal y que afectan al conjunto de la sociedad salteña.
«Llevo muchos años insistiendo en que gran parte de los problemas sociales son cognitivos y se resuelven con conocimiento, no con mejores prácticas morales». A la escasa capacidad de comprender se une en Salta la muy pobre inclinación hacia las explicaciones. El poder -que no hace ni siquiera el intento de comprender lo que pasa a su alrededor- tampoco es capaz dar explicaciones de sus decisiones. No puede ni siquiera dibujar los problemas a los que se enfrenta como sí lo haría un niño de corta edad. Su incapacidad se traduce en una falsa sensación de infalibilidad.
El filósofo nos dice que «ante situaciones así, uno puede simplificar y reconducir todo al terreno ya conocido de buenos contra malos o puede abrir los ojos y tratar de aprender». En Salta, sin lugar a ninguna duda, la solución «política» ha sido la primera: enfrentar a unos contra otros, renunciando al conocimiento, a la explicación y a la comprensión.
La prueba del nueve de la soberbia y el autoritarismo es la situación que hoy enfrenta el diputado Chibán, víctima del poder infalible, que no comprende ni explica, pero que necesita disparar balas de goma para afirmar su autoridad.