
En la comparación con otros países del mundo que atraviesan por una situación parecida a causa de la pandemia, la Argentina presenta claras señales de debilidad, especialmente por el acusado déficit de la actividad política durante las semanas de aislamiento.
La actividad parlamentaria fue suspendida durante varias semanas tanto en el Congreso Nacional como en las legislaturas provinciales y su regreso no ha sido precisamente para hacer historia.
En Salta, en donde los teóricos buenos números de la situación epidemiológica no han conseguido aventar las serias preocupaciones por la caída en picado de la economía, por la estabilidad del gobierno y la paz social, los legisladores de Salta -en general y salvo alguna extraña excepción- no han estado a la altura del desafío y han vuelto a la actividad con una serie de iniciativas que demuestran que la representación de la soberanía popular en las instituciones del Estado vive desconectada de los principales problemas que afectan la convivencia entre ciudadanos.
Así pues, mientras el gobierno provincial navega en aguas turbulentas por la falta de criterios políticos para la desescalada y de un plan viable de reconstrucción de la economía, los legisladores, en lugar de llenar el hueco con ideas y proyectos que ayuden a superar el momento y apuntalen los esfuerzos del gobierno, se muestran preocupados por la escasez de hojas de coca para masticar.
Aun en el muy improbable supuesto de que la hoja de coca pudiera ser considerada un bien de consumo indispensable, de primera necesidad, la preocupación de los legisladores y las medidas que se anuncian chocan frontalmente con las normas nacionales e internacionales vigentes en la materia.
Si bien el consumo personal de hojas de coca -ya sea para llevarse a la boca o para infusión- está legalmente despenalizado, la hoja de coca sigue teniendo en nuestro país (y, en consecuencia, también en nuestra provincia) la consideración de sustancia estupefaciente, y para conmover esta sólida declaración legal no bastan las cientos de miles de páginas escritas para defender la ancestralidad o la inocuidad de su consumo. De resultas de esta calificación legal, tanto la importación (formal o informal) de hojas de coca como su comercialización están prohibidas en todo el territorio nacional.
A algún Gobernador de Salta se le ocurrió decir alguna vez que la violencia de género en Salta formaba parte del «acervo» (sic) cultural de los salteños, y no por ello el gobierno y las instituciones de Salta se negaron a combatir enérgicamente esta grave patología social. Oponer la cultura y la tradición a la supremacía de la Ley (algo que ya hizo el entonces juez Abel Cornejo cuando redactó su recordado voto en la sentencia con la que la Corte de Justicia afirmó que la enseñanza religiosa compulsiva en las escuelas públicas de Salta no era inconstitucional) no es otra cosa que un ataque directo a la libertad de los ciudadanos.
Si la pandemia y el cierre de fronteras nos condenan a no disponer de hojas de coca por un tiempo, pues habrá que luchar para eliminar definitivamente la enfermedad y para que el tráfico transfronterizo se reanude, en las mismas condiciones de antes. Cambiar la ley por un procedimiento de urgencia, para hacer aparecer como legal lo que normas superiores e inmodificables por nuestra sola voluntad dicen que es completamente ilegal, es un recurso desesperado y pueril, una falta de respeto a nuestras instituciones.
Si, además, como estamos advirtiendo, la iniciativa transmite al pueblo la idea de que sus representantes, en vez de ocuparse de cuestiones más importantes, en un momento especialmente grave, que demanda seriedad y unidad, están enfocados en resolver el cuello de botella de las hojas de coca, el que sufre no es el coquero que no puede llevarse las hojas a la boca, sino nuestro sistema institucional, pues de este modo se certifica la impotencia de política para poder alumbrar soluciones a los problemas verdaderamente importantes y se confirma la vocación de algunos -que fueron elegidos para tener la vista clavada en el horizonte- por mirar exclusivamente lo que se mueve a ras del suelo.