Salta, a la cabeza en prevención epidemiológica pero a la cola en deliberación política

  • El gobierno de Gustavo Sáenz parece que le ha tomado el gusto a esto de gobernar a golpe de decreto. Mientras en el mundo entero -si bien con dificultades- la política intenta recuperar su espacio y someter a su filtro crítico las decisiones más importantes de la fase de desescalada, en Salta las medidas para organizar la restauración de la normalidad tienden a ser unilaterales y autoritarias.
  • Un gobierno enrocado

La confirmación de esta peligrosa retirada de la política la tenemos en los debates insustanciales en la Cámara de Diputados de Salta, reducida a un mosaico de iniciativas sectoriales, pensadas unas para salvar a los periodistas, otras para salvar a los peluqueros, pero ninguna o casi ninguna pensada para disciplinar al gobierno y obligarle a hacer los deberes bajo la vigilancia y control de los representantes de la soberanía popular.


No solo influye en esto la chatura de los debates parlamentarios. El mayor responsable de que la política no sea la protagonista del momento que vive la sociedad salteña es el gobierno, que cree que está en posesión de las claves del universo y que controla hasta la última molécula de la vida y el organismo de los ciudadanos.

En Salta hay poca circulación del virus, es verdad. Pero aún hay menos circulación de ideas, de dinero y de bienes y servicios. En un contexto de opresión económica y de falta de libertades civiles, el protagonismo de la política es prácticamente nulo, como se ha puesto de manifiesto en los últimos días.

Durante el momento más agudo de la crisis sanitaria, quien estas líneas suscribe intentó ponerse en contacto, por diferentes canales, con los ministros Josefina Medrano de la Serna (a quien conozco desde el mismo momento de su nacimiento), Juan Manuel Pulleiro y Roberto Dib Ashur, de Salud Pública, Seguridad y Economía, respectivamente.

Ninguno de los ministros ha tenido el buen gesto de responder. Su falta de respuesta los ha dejado retratados, puesto que, cuando leyeron los mensajes, cada uno de ellos podía tener la plena seguridad de que su autor no les iba a molestar pidiéndoles algún favor, ni a criticarlos o a ridiculizarlos, sino a ofrecer una colaboración leal y desinteresada, que en el aquel momento de incertidumbre parecía útil y necesaria y que hoy ya no lo es tanto.

Que tres ministros de un mismo gobierno, que a diario comunican noticias y opiniones en las redes sociales, se nieguen a coro a atender a un ciudadano que desde el extranjero les ofrece ayuda para resolver problemas, por muy modesto que ese ciudadano sea y por muy pobre que sea la ayuda que ofrezca, es muy preocupante, sin dudas. Lo que de verdad lamento es que en otros lugares, menos importantes para mí que Salta, ha habido gente amable y educada que me ha abierto sus puertas.

Los tres ministros siguen en el gobierno, por lo que no se puede sacar otra conclusión de que el gobierno elige con quién hablar y con quién no (es decir, no es un gobierno «de todos» como a algunos les gusta presentarlo), y, si acaso, también es necesario concluir en que quien en Salta jura un cargo de ministro se considera tan sabio y autosuficiente, que llega un momento que les parece bien y de buena educación despreciar, sin haberlos escuchado, la opinión y el consejo de alguien, con muchos más años de edad que ellos, que además vive y padece en uno de los países más golpeados por la maldita enfermedad.

Pero como no quiero hacer una cuestión personal de esto, me centraré en los desprecios que el mismo gobierno, con idéntica autosuficiencia, dispensa a la oposición parlamentaria, cuya opinión no vale de nada. Y si no, que se lo pregunten a los diputados Claudio del Pla, Héctor Chibán o Carlos Zapata, que, a pesar de la razonabilidad de muchas de sus opiniones y posturas, son sistemáticamente ignorados por un gobierno que cree que mientras menos se escuche a la oposición mejor será.

El gobierno que dirige Gustavo Sáenz piensa -equivocadamente- que así como tuvo que adoptar de urgencia una serie de medidas restrictivas para impedir el avance de la pandemia, por la misma vía (es decir, la de la urgencia no negociada con los interlocutores políticos) debe adoptar todas las medidas necesarias para intentar volver al punto de partida.

Pero así como ha demostrado el gobernador Sáenz una capacidad casi instantánea para copiar lo que previamente han hecho otros, es hora de que se dé cuenta de que los gobiernos de los países más democráticos del mundo están ahora mismo negociando activamente la salida de la crisis con sus opositores políticos y parlamentarios. Y lo están haciendo «políticamente». Ningún gobierno puede solo, y esta no es una cuestión de mayor o menor soberbia, sino una cuestión casi aritmética. Sin política, o con la política relegada en un segundo plano, no hay salida de la crisis que sea posible.

O Sáenz se abre a la cooperación crítica de las fuerzas de la oposición, o la restauración de las libertades y la normalidad de la vida cotidiana fracasarán de un modo estrepitoso en Salta. Nuestra convivencia en el futuro será difícil y azarosa. Porque es justamente la desescalada la que requiere la más amplia participación y el debate más extenso y detallado.

Si era para demostrar su autoridad, Sáenz ya ha tenido su momento y ha superado con buena nota el desafío. Si era para demostrar eficiencia, no puede quejarse de que las cifras de contagiados y muertos le sonríen.

Pero, ahora, ¿qué quiere demostrar?