
Lo ha hecho en un desafortunado escrito en el que, dirigiéndose a esa masa poco ilustrada en la que pretende sustentarse y cuya aprobación desea más que agua de mayo, dice que al crimen de la preceptora de Villa Mitre ‘lo vamos a resolver entre todos’, porque ‘no hay que ser tan soberbios’ y pensar que los fiscales -ellos solitos- pueden esclarecerlo.
Han quedado muy atrás los tiempos en que los fiscales eran personajes grises, avejentados, amables, discretos, estudiosos, poco atractivos y sin apenas vida privada. Eran las épocas en que los fiscales funcionaban -sin mengua de su decoro- como meros apéndices de un sistema judicial que siempre los hizo a un costado, a pesar de su talento y de su demostrado compromiso con la legalidad.
Hoy, cuando todo es pura actualidad y cada portador de teléfono móvil es capaz de expresar opiniones expertas sobre cualquier tema, los fiscales ya no buscan la razón ni la verdad, sino, como el resto de la parroquia, buscan en el alboroto de las redes sociales la aprobación acrítica de sus semejantes en forma de likes, shares y retweets.
Por eso es que, sin reparar en el daño que hacen, llaman «a todos» a resolver un crimen que solo ellos deben resolver, como si la participación popular asegurara el mejor resultado en una investigación delicada y compleja, que debe conducirse con racionalidad científica y no con populismo acalorado. Así como no es soberbia creer que un fiscal puede resolver un crimen por si solo (para eso se les paga), convocar «a todos» no consigue mejor cosa que propiciar que alguna gente se sienta autorizada a practicar linchamientos a domicilio. ¡Claro! Cuando en un asunto determinado intervienen muchas personas, la responsabilidad se diluye.
En La rebelión de las masas, José ORTEGA Y GASSET escribía hace 90 años que «lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera».
Hay que reconocer que la frase de ORTEGA ha envejecido bastante bien, puesto que lo que ya era cierto en el periodo de entreguerras del siglo XX, lo sigue siendo en plena pandemia del siglo XXI. Pero con la salvedad de que el hombre-masa (el especialista-bárbaro o el sabio-ignorante) que el filósofo madrileño caracterizó en aquellas épocas (seguramente influido por sus años de formación en Alemania), ya no solo domina su ciencia o su materia e ignora con altanería todo lo demás, sino que ahora sabe de todo y de nada al mismo tiempo. De algún modo hemos pasado del «idiota especializado» en una parcela del conocimiento al «idiota especializado» en todo, que puede hablar de lo que le apetezca, en cualquier momento, y no escuchar a nadie, porque él piensa que ya lo tiene todo dentro de sí.
Conocedores de la importancia del número en la política y en la vida social en general, los fiscales de Salta -que antaño eran elitistas- han salido ahora al encuentro de los nuevos «idiotas especializados» y a ellos dedican todo sus esfuerzos, buscando sobre todo su complicidad y su apoyo en los mentideros virtuales.
Según un reciente documento del Procurador General de Salta, quienes lo atacan (lo difaman dice él) «eligen someternos a una sociedad sin futuro ni libertad», con lo que da a entender, sin hacer un extraordinario esfuerzo, que es el difamado y no sus detractores el que nos asegura que tendremos futuro y tendremos libertad. ¡Nada menos!
Pero es como si a las dos cosas nos las asegurase un peluquero o un carnicero. Así como el primero, si quiere hacer bien las cosas, debe limitarse a cortar el pelo, y el segundo a vender honradamente la carne a sus clientes, los fiscales penales deben perseguir a los delincuentes y no andar proclamando bienaventuranzas sobre el futuro, sobre la libertad, sobre la democracia o sobre el bien común. Simplemente no deben hacerlo, porque ellos -los fiscales- no tienen competencia -como fiscales- (si acaso la tienen como ciudadanos) en ninguna de estas cuestiones. Un buen fiscal debería hallar en la simple observancia de la ley todas las satisfacciones necesarias a sus impulsos cívicos o justicieros.
Y aquí reside buena parte de la confusión. Los fiscales de Salta, en vez de enfocarse en la promoción de la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, en lugar de velar por la independencia de los tribunales de justicia y procurar ante estos la satisfacción del interés social, hacen política, y de la más vulgar que se conozca. Vulgar en el sentido más orteguiano de la expresión.
Pero el activismo político desfigura la función fiscal, la degrada, como podría hacerlo respecto del oficio del peluquero o del carnicero. Si el primero, para congraciarse, con el vulgo le dijera a un cliente: «No se preocupe usted, que la próxima vez que venga a cortarse el pelo estará aquí todo el barrio ayudándome a sujetarle las mechas, porque hay que ser muy soberbio para creer que voy a poder cortarle el pelo solo», vería cómo en pocas horas pierde el respeto tanto de unos como de otros. Si el carnicero le dijera al que va a comprarle una tira de asado: «No le haga caso al carnicero de la otra cuadra, porque si por su elección de vacunos fuera, ni usted ni yo tendríamos futuro o libertad».
Los fiscales, en general, deben frecuentar más los libros que las redes sociales. Lo afirmo con el máximo respeto de que soy capaz. Porque si se zambulleran en lecturas provechosas, podrían llegar a darse cuenta no solo el daño que pueden hacer a si a su laboratorio forense, en medio de una conmoción universal, se le ocurriera caracterizar al coronavirus como un virus «gordo y pesado», sino también de que la democracia de masas, el principio mayoritario, o la razón del mayor número no funciona en absoluto en materia de investigación de crímenes y delitos.
Probablemente si algunos fiscales hubieran seguido la huella de ORTEGA, se darían cuenta ahora de que la ejecución de Sócrates (un inocente universal) fue decidida democráticamente y que algo parecido ocurrió cuando el pueblo judío decidió indultar y salvar de la muerte a Barrabás y condenar a Jesucristo. Esta -para qué negarlo- también fue una decisión democrática en el más puro sentido del término.
Antes de arrimar ascuas a la sardina del Ministerio Público Fiscal, ayudando a resolver crímenes complicadísimos como quien ayuda fabricando barbijos, los salteños deben valorar la conveniencia y la necesidad de contar con un cuerpo de fiscales especializados, serios, altamente eficaces, probadamente ecuánimes, respetuosos de las facultades de los jueces, garantes de los derechos de los imputados y acusados y de bajo perfil.
Los fiscales que adoran las cámaras y los micrófonos, los que hablan más de la cuenta y de temas que no son de su competencia, son siempre sospechosos de haberse pasado del lado del «idiota especializado». Y si algo como eso está sucediendo ahora en Salta, es porque alguien ha hecho una pésima lectura de la popularidad en las redes sociales. Solo alguien con el ego por las nubes puede considerar «lacerante» un comentario negativo sobre su desempeño.
Siempre es preferible pensar así que pensar que hay quien está utilizando su cargo como trampolín para ofrecerse a la ciudadanía como futuro Gobernador de Salta.