Algunos motivos por los que ya no se puede gobernar a Salta como antes

  • A lo largo de los últimos treinta años, los gobernantes de la Provincia de Salta han intentado resolver los problemas del presente y desentrañar los misterios del futuro aplicando una herramienta a la que podríamos llamar ‘nostalgia política’.
  • La permanente huída hacia el pasado

La «nostalgia política» de la que hablo se caracteriza, no tanto por la idealización de determinados periodos de nuestra historia, como por el retrasado culto a la personalidad de algunos políticos que vivieron en el pasado, a los que en su momento los poderosos de Salta mostraron muy poca simpatía -por no hablar de una abierta y manifiesta hostilidad- pero que sin embargo hoy constituyen modelos de conducta ampliamente aceptados, especialmente por quienes nos gobiernan.


Las sociedades que gobernaron Martín Miguel de Güemes (1815-1821), Carlos Xamena (1951-1952) y Miguel Ragone (1973-1974) eran, sin dudas, muy diferentes a la actual. La historia personal de cada uno de ellos ha sido calculadamente reescrita para servir de base al moderno culto a la personalidad peronista, inaugurado no sin descaro por el gobernador Roberto Romero en 1983.

Pero más allá de las diferencias demográficas y sociológicas entre diferentes periodos históricos, quienes han elevado a los altares a estos antiguos Gobernadores de Salta parecen no haber reparado en el hecho de que entre los tres (Güemes, Xamena y Ragone) no han llegado a gobernar Salta ni siquiera nueve años, por lo que resulta realmente escandaloso que quienes se han proclamado sus émulos y herederos hayan necesitado veintiocho años para intentar parecerse a ellos.

Fueron, sin dudas, los de Güemes, Xamena y Ragone gobiernos limitados, por donde se los quiera mirar. En este punto, el contraste con los dos Gobernadores que ha tenido Salta entre 1995 y 2019 es notable.

Aunque Güemes fue electo Gobernador de Salta por clamor popular y su designación por el Cabildo local se vio favorecida por la ola de descontento y la desconfianza de los salteños hacia el centralismo del Directorio, el gobierno de Güemes no fue cómodo ni sencillo. Primero por la rebeldía de Jujuy, que desconoció su nombramiento, y luego por la situación de guerra que se vivía en el norte del naciente país, que hizo, además, que el de Güemes fuera un gobierno militar de base popular, bastante parecido, en cuanto a sus argumentos de legitimación, a varios de los gobiernos militares que se sucederían en el siglo XX.

Xamena y Ragone (que duraron en sus cargos 16 y 18 meses, respectivamente) fueron igualmente gobernantes limitados, ya que ambos debieron lidiar con un Partido Peronista dividido, sumamente influyente pero muy inestable, en el que todavía conservaba un gran ascendiente la poderosa aunque declinante ala aristocrática, siempre próxima a las posiciones de la derecha y la ultraderecha.

Ya nada es como antes

En épocas de Xamena, la población de la Provincia de Salta era ligeramente superior a los 300.000 habitantes. Cuando le tocó gobernar a Ragone, los salteños eran ya un poco más de medio millón. Para 2020, la población estimada por el INDEC es de 1.424.397 personas.

Nos haremos una mejor idea de la magnitud del crecimiento demográfico de Salta si tenemos en cuenta que en el periodo comprendido entre 1947 y 2020 la población salteña ha aumentado en casi 400%, mientras que la población de Francia, estimada hoy en 66 millones de personas, ha crecido en el mismo periodo algo menos del 65%.

Demás está decir que el notable crecimiento que ha experimentado Salta en los últimos 75 años -al contrario que Francia y la mayoría de los países desarrollados- no ha sido acompañado ni de un aumento proporcional de la riqueza disponible, ni de una expansión de las infraestructuras, ni del crecimiento del empleo, por solo mencionar a algunas variables.

Al contrario, en dicho periodo los salteños solo hemos sido capaces de aumentar la pobreza, ahondar la brecha de desigualdad, reducir la eficiencia del Estado, arruinar la calidad de la educación en todos sus niveles y rebajar la calidad de los servicios públicos. Los gobiernos -algunos de los cuales han mirado desesperadamente al pasado para intentar tener de donde agarrarse- han acompañado, algunas veces a su pesar y otras a causa de su propia mediocridad, el proceso de decadencia de Salta, que en algunos periodos muy señalados ha sido tan acelerado que, más que de decadencia, más propio sería hablar de «caída».

Durante los periodos en los que salteños fuimos gobernados por los soprendentes admiradores de Güemes, Xamena y Ragone no solo ha desaparecido nuestra tímida prosperidad sino que la sociedad toda ha extraviado su norte. Salta y los salteños se debaten hoy entre un regreso defensivo hacia el pasado y la posibilidad de enfrentar a cara descubierta las incertidumbres del futuro.

El cálculo no puede sorprender a nadie, puesto que cualquiera que se proponga examinar con alguna seriedad cuáles son los principales activos con que cuenta Salta como sociedad para enfrentar al futuro, caerá pronto en cuenta de que cada minuto que pasa estamos peor preparados para una tarea como esta. La pobreza y la marginalidad, que no solo se advierten en las miserables condiciones en que viven cientos de miles de salteños (sin agua, sin luz, sin caminos, sin educación, sin acceso a la salud y a la justicia) sino también en el pensamiento, las artes, la creación intelectual, la ciencia, la cultura y la política (terrenos tradicionalmente dominados por la clases más pujantes y pudientes), han socavado lentamente los cimientos de nuestra convivencia hasta dejarnos prácticamente sin herramientas para solucionar nuestros problemas.

Así, la opción por la vuelta al pasado no solo es intelectualmente más cómoda y políticamente más rentable, sino que también es histórica y sociológicamente más posible.

Bajo estas premisas, y cualquiera sea la apariencia o la sustancia del discurso preelectoral, los salteños ya no eligen Gobernadores sino Restauradores; es decir, portavoces del pasado que huyen del futuro y eluden sus desafíos para concentrar sus energías y sus recursos en «devolver» lo que -se supone- les ha sido arrebatado sin derecho a los nobles e inteligentes salteños.

Pero ya nada es como antes. El arrollador impulso del mundo en transformación y la radicalidad de los cambios que parece ir en aumento no solo certifican la obsolescencia de Güemes, de Ragone o de Xamena, sino que también dejan rápidamente en el camino los titubeos políticos de los Romero (padre, hijo y nieta), así como los delirios intelectuales y el enamoramiento de sí mismo de Urtubey y de su banda. Lamentablemente, el gobernador Gustavo Sáenz parece mucho más decidido a pisar en firme que a internarse en terrenos resbaladizos, que son los únicos que pueden dar a su gobierno el perfil transformador que Salta pide a gritos.

Conclusión

Con un aparato productivo raquítico, incapaz de proporcionar sustento estable a un millón y medio de salteños; con un territorio fracturado, insolidario, salpicado de pueblos improductivos, parasitarios e inviables, y con una Administración pública supernumeraria, cada vez más politizada e ineficiente, el pronóstico de Salta es sombrío como pocos lo son.

La ‘nostalgia política’ nos ha encerrado en un federalismo defensivo, una letanía larga y reiterada que -al contrario de lo que parece- no clama por más autonomía para Salta sino por más ayuda de otras regiones. Es decir, lo que proclama este federalismo de opereta es que Salta reciba más recursos federales para acentuar así su dependencia del centralismo asfixiante e interesado del gobierno nacional.

Todas las recetas que se han ensayado hasta aquí han fracasado. El que cada tanto -cada mucho, diría yo- los salteños cambien los nombres de los cocineros no nos asegura de ningún modo que los manjares se vayan a preparar de otra manera. Para que algo como esto suceda es preciso, antes que nada, liquidar el pasado y concentrar nuestros mejores esfuerzos en el porvenir, adoptando decisiones duras, asumiendo riesgos y eludiendo el siempre tentador envite del populismo y la comodidad.

Es buen momento para intentar algo como esto, puesto que es bastante difícil caer más bajo de lo que ya hemos caído. Romero y Urtubey nos han dejado una provincia en ruinas y humeante. Solo queda por saber si Sáenz erigirá sobre esa ruinas un edificio moderno y novedoso, o se contentará con echar una frazada sobre los rescoldos, para que echen menos humo.