
Hay hechos incontrovertibles en medio de esta crisis de confusión y desinformación:
1) Sáenz lleva 68 días exactos al frente del gobierno de Salta. Apenas si ha podido formar su equipo y echarlo a andar.
2) Sáenz mantiene en puestos claves de su gobierno a hombres y mujeres que sirvieron con convencida devoción al anterior Gobernador, Juan Manuel Urtubey.
3) Desde que Sáenz lleva instalado en la oficina, han muerto en el norte de Salta entre siete y ocho niños. Da igual que sean indígenas o de la etnia que sean. Eran seres humanos y, sobre todo, salteños pobres.
4) Sáenz se ha encontrado con un aparato estatal inerme, aparentemente desactivado a propósito por su antecesor Urtubey, que había confiado la lucha contra la pobreza infantil a una especie de secta ultracatólica.
5) El gobierno anterior dispuso de abundantes recursos económicos para hacer frente a la situación de pobreza extrema estructural, pero ahora mismo se ignora -aunque se sospecha- a dónde a ido a parar todo el dinero. Especialmente, aquel que provino de préstamos internacionales que los salteños aún deben devolver.
Frente a esta situación, y teniendo en cuenta especialmente estos datos, la responsabilidad de Sáenz y de su gobierno se limita a mantener en posiciones relevantes de poder a antiguos personeros del régimen de Urtubey.
Es lógico suponer -aunque no tanto- que aquella prensa poco informada del sur del país no distinga entre un gobierno y otro; entre un Gobernador y otro. Los cuatro pertenecen al mismo partido: el Partido Justicialista de Salta, que gobierna a pata suelta la Provincia desde 1983, con la sola excepción del periodo 1991-1995.
La dureza de los embates contra el gobierno de Sáenz no solo es injustificada sino que también es profundamente injusta. En las redes sociales se escuchan voces -y no de las habitualmente más destempladas- que sugieren que la Provincia de Salta y sus poderes constituidos deben ser objeto de una inmediata intervención federal a causa de esta crisis humanitaria en apariencia inatajable.
La prensa liviana de Buenos Aires y alrededores ha comprendido que la temporada estival está prácticamente agotada y que ya no se puede exprimir más el triste asunto del ataque mortal de los rugbiers de Villa Gessell. Solo cuando la prensa de sucesos en la costa, que desde hace décadas acompaña los movimientos vacacionales de la clase media argentina, se queda sin contenido y sin «serpientes de verano» por explotar, mira hacia las miserias de otras partes del país. Para llenar los espacios vacíos, con falsa y calculada indignación, como la del presentador Marcelo Tinelli y otros de su mismo pelaje.
Es decir que desde Buenos Aires no solo se está pidiendo la cabeza de una ministra o de un ministro como quien pide el procesamiento de una banda de delincuentes costeros: se apunta a tumbar al propio gobernador Gustavo Sáenz, por lo que pudo haber hecho o dejado de hacer ¡en 68 días!
Urtubey ha gobernado durante 4383 días; es decir, casi setenta veces el tiempo que lleva Saénz. Durante este exageradamente largo periodo no ha dejado tropelía por cometer; le ha entregado a Sáenz un Estado salteño hinchado hasta reventar de agentes inútiles pero destruido en su capacidad operativa, no ha rendido cuentas de su gestión, no ha hecho autocrítica ni ofrecido asumir responsabilidades políticas, y, para coronar su extenso mérito, ha mentido abiertamente y con fines electoralistas sobre las cifras de mortalidad infantil y materna en Salta. Sin embargo, quien tiene que pagar la factura del festín es Gustavo Sáenz. Nos enfrentamos así a una situación paradojal y, por ello mismo, irrazonable y carente de toda lógica.
El que Sáenz se presente públicamente como «continuador» de Urtubey sin dudas al único que favorece es a Urtubey, que, habiendo puesto tierra de por medio, parece dedicado a levantar el silencioso edificio de su impunidad, operando en la Corte de Justicia para que nadie lo incomode en los próximos veinte años. Aún así, es bastante poca cosa para que Sáenz reciba tantos y tan despiadados ataques.
De la grave situación por la que atraviesa Salta solo se puede salir con valentía, con sinceridad y con determinación, tres cualidades que probablemente encuentre Sáenz con facilidad, si se rasca la faltriquera (1) y si acierta a hacer pivotar su gobierno sobre aquellos hombres y mujeres más sensatos y capaces que no han tenido empacho en denunciar los abusos y las tropelías de su antecesor Urtubey (2).
Mientras Sáenz siga empecinado en proteger lo que no merece protección ninguna, estará expuesto a la corrosiva piqueta de los lenguaraces de los medios de comunicación nacionales, que van a por él, y ya mismo le han colgado la etiqueta de wichicida, como si llevara mil días gobernando, como si fuese el responsable de las siete plagas de Egipto o el que inventó el coronavirus.
La hora de rectificar parece haber llegado.