
Gustavo Sáenz ha iniciado su mandato como Gobernador de Salta trabajando, como lo espera una gran parte de los ciudadanos de su provincia, tanto los que lo han votado como los que no lo hicieron.
Desde luego, que un Gobernador que acaba de llegar a la oficina se estrene trabajando no es ni debería ser noticia. Pero quizá lo sea en Salta, sufrida provincia en donde sus habitantes han debido soportar doce años seguidos de frivolidad y exhibicionismo, que ahora parecen haber llegado a su fin, no solo con la contracción al trabajo de Saénz sino con el bajísimo perfil de su discreta esposa.
Es que los salteños estábamos acostumbrados a un Gobernador más preocupado por los asuntos del papel couché que por los problemas de los salteños y los desafíos de gobierno, y ya casi habíamos internalizado la figura de un personaje tan alérgico al esfuerzo como amigo de usar los aviones oficiales para desplazamientos personales y familiares.
Salta no ha resuelto en dos semanas sus problemas más graves, pero por lo menos las aeronaves de la Provincia permanecen en tierra, o no vuelan tan obsesivamente desde El Aybal al aeródromo bonaerense de San Fernando, como lo venían haciendo en los últimos años. Sáenz vuela menos pero trabaja más. Lo cual quiere decir que vuela más alto, sin necesidad de gastar el combustible del Estado y los escasos recursos de los contribuyentes salteños.
Pero los cambios no solo han afectado a Sáenz, quien todavía apenas si puede percibir los rigores del poder por aquello del estrés «bueno», que acompaña a los gobernantes recién elegidos y los mantienen como flotando en una nube indolora.
Hasta las esquelas fúnebres de Sáenz son discretas, pues se ha sabido sacudir la consabida, empalagosa (y muchas veces falsa) «elevación de plegarias al Altísimo», en beneficio de un estilo más directo y menos rebuscado.
Los cambios han afectado también a la antigua (y extensa) familia gobernante, que como corolario de una docena de años de enfermiza exposición pública se ha trasladado en bloque al selecto paraíso vacacional de Punta del Este, luminoso escaparate del verano austral, en donde alguno de los miembros más conspicuos del clan ha recobrado el viejo y saludable hábito de publicar fotos atrevidas en su perfil de Instagram.
Al final -piensan algunos salteños- si todo aquel despliegue de 12 años de superioridad mayestática solo tenía por objeto convertir a la pareja gubernamental en «el chico y la chica de la tele» y hacerles ocupar grandes espacios en revistas devotamente dedicadas a la vida de la «jet», ¿para qué han tenido que morir Cassandre Bouvier, Houria Moumni, Luján Peñalva, Yanina Nuesch, Jimena Salas o Andrea Neri? ¿Para qué hemos tenido que hacer sufrir a cientos de miles de pobres? ¿Para qué hemos tenido miles de niños desnutridos a los que el gobierno solo les sacaba una foto con un iPad?
Demasiada frivolidad hemos vivido los salteños entre tanta tragedia humana, y tenía que venir un Gobernador como Sáenz para que nos diésemos cuenta de que Disneylandia está en Orlando y no en Finca Las Costas.