Odios y revanchas en la política de Salta

  • El nuevo periodo gubernamental que se inaugurará el próximo 10 de diciembre en nuestra Provincia representa una oportunidad difícilmente mejorable para abandonar el camino del odio y del revanchismo, que desde hace casi un siglo transitan con bastante éxito los políticos de Salta.
  • El auténtico y verdadero desafío de Sáenz

Quienes, como yo, han experimentado -como sujetos pasivos- casi todo el espectro visible y no visible de la maldad humana y han sufrido en carne propia los efectos perversos de la estupidez organizada, saben bastante bien que el odio es un sentimiento exclusivamente humano, que florece allí donde la inteligencia brilla por su ausencia.


El odio, por tanto, ni es lineal ni es eterno, como se le supone.

Al contrario, va y viene por nuestra vida, atravesando nuestras experiencias, influyendo en nuestras elecciones y justificando nuestras decisiones. Pero conforme pasa el tiempo y las personas evolucionan (son muy pocas las que no lo hacen a lo largo de su vida), el odio -lo mismo que sucede con el amor- se transforma de una manera sorprendente.

Salta no es el único lugar del mundo en donde la gente odia a personas que no conoce. Si en la mayoría de los casos resulta fácil explicar por qué uno odia al repelente que se sentaba en la fila de al lado en quinto grado, es casi imposible dar a conocer las razones del odio que se profesa a aquel al que no hemos visto nunca en persona, a aquel con quien nunca hemos intercambiado una sola palabra. El odio, como decía Graham Greene, es producto de la falta de imaginación.

Si el nuevo Gobernador de Salta quiere acertar -y se ve que tiene unas ganas locas de hacerlo- debe empezar por reflexionar sobre la necesidad de superar el odio, como eje y motor de la política local. No es fácil, desde luego, pero su deber es intentarlo.

Si yo estuviera en los zapatos de Gustavo Sáenz, más que preocuparme por la indexación automática de los salarios de los agentes de la Administración pública, me preocuparía por los efectos corrosivos que, a medio plazo, proyecta el odio interpersonal sobre su tarea de gobierno.

Sáenz tendrá que someterse de algún modo a un íntimo baño de purificación para tenderle la mano con sinceridad a quienes han pretendido ofenderlo a lo largo de su vida y lo han ninguneado por su «horrible pecado» de pertenecer a la clase media salteña; pero cualquiera sea la dificultad que encuentre para acometer esta tarea, le será un millón de veces más difícil controlar que sus principales colaboradores no lleguen al poder cargados de odio y de sed de revancha.

El Gobernador electo de Salta debería saber a estas alturas que los peores en este sentido no son los de sus propias filas, sino los heredados, que han servido hasta los límites de la humillación personal al anterior Gobernador e hicieron lo propio con el que lo precedió. Estos y no otros son los más propensos a destilar odio contra los demás, porque, en su falta de inteligencia (Tennesee Williams) o falta de imaginación (Graham Greene), piensan que odiando profundamente y orquestando sofisticadas operaciones de venganza personal contra los que ellos consideran indeseables se sirve mejor al nuevo jefe, como si este, en vez de ser el Gobernador democrático de una moderna provincia republicana y tolerante, fuese un sanguinario emperador de Roma.

Pero Salta necesita crecer, mejorar y modernizarse. No necesita ahora ni odios ni revanchas. La política salteña produce abundante cantidades de adrenalina solo por el encono personal (muy pocas veces ideológico) que enfrenta entre sí a un puñado de dirigentes. Pero, si hablamos en términos estrictamente deportivos, es mucho más desafiante utilizar la política para mejorar las condiciones de vida de todos nosotros que emplearla como herramienta para fastidiarle la vida a algunos que no gozan de nuestra simpatía.

Ya digo: Es ese el principal desafío de Sáenz en estos momentos y no el estado de la «caja», como algunos irresponsables (y potenciales odiadores) pretenden hacernos creer.