
En el mismo periodo, los problemas de Salta se han multiplicado por diez y las principales patologías sociales se han agravado de una forma alarmante. La creciente incapacidad de los políticos ha contribuido sin dudas a este agravamiento.
Pero de lo que debemos preocuparnos ahora es de la carencia, cada vez más aguda, de talentos y de competencias técnicas entre quienes se ofrecen para gobernarnos; es decir, del déficit de competencias que está inscrito en el ADN de la política salteña y que compromete seriamente nuestro futuro como sociedad civilizada y democrática.
Hoy mismo, un candidato a Gobernador de Salta ha cerrado su campaña con un enfático mensaje: «Nadie nos va a decir lo que tenemos que hacer, porque nosotros sabemos hacerlo».
Que lo haya dicho un solo candidato no quiere decir que esta postura, entre autosuficiente y soberbia, no sea compartida por el resto. Ninguno de los otros ha insinuado siquiera que se proponga solucionar los graves problemas de Salta mediante la cooperación y el diálogo entre diferentes sectores políticos.
Cada uno parece que puede con todo y con más, si se lo propusiera. Al no ser necesario el adversario, lo más lógico es que el futuro gobierno prescinda de cualquiera que no comparta las directrices y la orientación doctrinaria del «jefe». Y si esos adversarios son críticos y molestos, lo mejor será expulsarlos del espacio público. Ya ha ocurrido antes y volverá a ocurrir después del 10 de diciembre próximo.
Pero en Salta se han acabado los líderes providenciales. Apenas si hay dudas de ello. Y lo que es peor es que se han acabado -si es que alguna vez los hubo- los buenos alumnos en posiciones relevantes. Los que saben de algo, los que han estudiado y conocen nuestros problemas a fondo, cada vez tienen menos poder y menos posibilidades de obtenerlo. Y no es que los mediocres les hayan ganado la partida: es que ellos mismos se han convertido en mediocres militantes.
Durante el insufrible docenio de Urtubey se ha practicado un culto exagerado al «pensamiento estratégico», y ello hasta el punto de que la «estrategia» se ha vuelto entre nosotros un reclamo publicitario más que una herramienta efectiva de resolución de problemas.
Los salteños no necesitamos de estrategia sino de cooperación entre diferentes. Y menos necesitamos la estrategia cuando son los sectarios de toda la vida quienes nos la proponen. No necesitamos tanto excelencia como colaboración plural, sincera y desinteresada. Porque los que conquistan el poder presumen de tener a sus propios estrategas y además -como ya hemos visto- consideran que «sus» estrategias son las que valen y no así las de los otros.
En los últimos veinticinco años hemos cultivado la horrible costumbre de no escuchar al que discrepa con nuestros puntos de vista. Casi todos nos hemos enamorado de nuestra propia forma de entender los problemas, y si no que se lo pregunten al doctor Abel Cornejo, que retrata mejor que ningún otro el daño que el narcisismo y el encierro puede provocar al pensamiento creativo.
La respuesta al interrogante que plantea el título de estas líneas es, pues, una sola: Salta no saldrá adelante ni podrá resolver satisfactoriamente ninguno de sus problemas si los que conquistan el poder no se dejan ayudar, si no recurren a la experiencia del adversario como recurso para gobernar, si no tienen en cuenta al diferente en el momento de tomar las decisiones.
La democracia es, en sí misma, un ejercicio de modestia que comienza por admitir que los votos proporcionan legitimidad pero no sirven para validar los argumentos ni para atribuir razones eternas. Las discrepancias se tienen que trabajar pacientemente, las ideas se tienen que confrontar en libertad y las decisiones tienen que ser el resultado del consenso y no de la imposición mayoritaria.
Salta arrastra un déficit de eficiencia que nace de la incapacidad de sus elites para enfocar los problemas comunes. Los salteños hemos perdido peso en el país y en la región porque alguien se inventó hace un cuarto de siglo que es más importante hacerse con el timón de la nave a cualquier precio que planificar y decidir su rumbo. En los juegos de poder se ha diluido el pensamiento crítico y recuperarlo no será tarea de un día.
Salta está enferma de conformismo. Criticamos lo que ocurre en la superficie, sin darnos cuenta de que la raíz de nuestros problemas se encuentra en un nivel profundo en donde habitan el orgullo y la autocomplacencia, que son males que se deberían erradicar cuanto antes. Salta necesita cooperación y humildad, porque los motivos de orgullo ya no existen y ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo -no ya en su existencia misma- sino en su capacidad de unirnos y convertirnos en un solo pueblo.
En nuestra Provincia parece que las cosas solo funcionan mal cuando se acercan las elecciones y los candidatos se ven en el apuro de tener que diferenciarse de los otros, incluido el gobierno actual. La desvergüenza llega al extremo de tener que soportar que un candidato que hasta hace solo unas semanas fue ministro del gobierno, hable pestes de sus antecesores en el cargo, cuando no fue capaz de decir una sola palabra sobre el tema cuando formaba parte del gobierno. Es preciso admitir que todos -incluso los que no hemos tenido ninguna responsabilidad de gobierno- somos responsables (en diferente medida, por supuesto) de los gravísimos problemas que enfrenta la sociedad salteña. Tenemos que ser capaces de asumir nuestros errores, sin complejos y sin victimismos innecesarios.
Por consiguiente, pensar que a este desaguisado lo soluciona una sola persona o un solo «espacio», con pensamiento estratégico o con algún invento parecido, es la mejor manera de asegurar de que el futuro de Salta se parezca -desgraciadamente- a ese pasado infame que todavía inflama de orgullo a aquellos que lo diseñaron «estratégicamente», para vergüenza propia, y sobre todo ajena.