
Salta no puede permitirse el lujo de equivocarse en estos momentos. Y se equivocará sin remedio si se propone elegir a su Gobernador y demás autoridades provinciales con los mismos criterios de selección que se pretende imponer en las elecciones presidenciales.
Los problemas que hoy enfrenta la Provincia de Salta son muy graves y, en algunos casos, únicos e irrepetibles. Somos la tercera provincia más pobre del país, una de las peores gestionadas, en la que más mujeres mueren violentamente a manos de sus parejas o exparejas y en las que indicadores sociales como la seguridad ciudadana, la salud o la calidad de la educación son decididamente tercermundistas.
La solución a estos problemas, y a otros de gravedad ligeramente menor, requiere del esfuerzo concertado de todas las fuerzas políticas y de todos los sectores sociales, coordinados en un inédito experimento de cooperación democrática.
Ninguno de los que se nos propone como candidato a Gobernador de Salta podrá hacerlo solo, y menos aún en compañía de los que en estos momentos dicen apoyarlos. Nada se conseguirá con voluntarismo ni con discursos telúricos que apelen a las emociones y al orgullo de los votantes, sino en base a cooperación entre diferentes. Ninguno de los candidatos tiene equipos suficientemente preparados ni con experiencia para enfrentar -y mucho menos para resolver- una situación tan grave como la que vivimos.
El peligro que enfrentamos los salteños en estos meses de elecciones es el de que nuestros problemas no se vayan a resolver nunca si es que el próximo Gobernador surge de una puja entre dos sectores que aspiran a la hegemonía y, por consiguiente, pretenden expulsar al contrario del espacio público. No podemos permitir que esto suceda.
Si dejamos que la ola de odio y de revanchismo que sube desde el sur del país acabe por inundar nuestros valles, nos arriesgamos a que Salta elija a su próximo Gobernador en unos comicios innecesariamente polarizados entre dos opciones falsas y que el resultado final no refleje adecuadamente el estado de ánimo del elector salteño de cara a sus propios problemas.
A todo este panorama desolador tenemos que sumar el hecho de que ninguno de los que hoy pretende subirse al carro de la polarización y utilizar la rivalidad política e ideológica en su propio beneficio tiene conexiones estables y transparentes con las principales opciones nacionales. Pretenden que nos creamos que pegándose a un candidato a Presidente las cosas van a mejorar en nuestra Provincia. Pero tropiezan con el inconveniente de que casi todos los que se postulan como candidatos a Gobernador de Salta llevan impreso en la frente el estigma de la mezcla.
Nadie sabe con qué intenciones lo han hecho, pero de las dos candidaturas con mejores números en las encuestas preelectorales, una lleva como aspirante a Vicegobernador a quien hasta ayer fue ministro de Economía de un gobierno que apoyó abiertamente al gobierno de Mauricio Macri y que aplaudió la mayoría de las medidas que adoptó, incluido el pago de la deuda suspendido por el anterior gobierno y la negociación con el FMI; la otra, que durante cuatro años se benefició de una formidable inyección de recursos por parte del gobierno de Macri, lleva como aspirante al mismo cargo a un viejo dirigente político que se dice «amigo» del candidato presidencial Alberto Fernández.
No debemos permitir que nos confundan, y si los confundidos son ellos, debemos ayudar a que sus propuestas políticas sean claras, honestas y diferenciadas.
En las semanas que quedan para que se celebren elecciones en Salta los ciudadanos tenemos que exigir a todos los candidatos la presentación de programas electorales, debidamente coordinados y articulados. No toleremos que inunden la campaña con ocurrencias, con ideas sueltas o con propuestas obvias con las que todos estamos de acuerdo. Exijámosle la elaboración de un auténtico programa, que sea algo más que una mera «lista de precios» o un simple catálogo de ilusiones. Es decir, controlemos que sus promesas políticas sean coherentes, viables y decentes, y que su cumplimiento no exija el ejercicio del poder por más de cuatro años seguidos. Asegurémonos de que unas propuestas no excluyan a las otras y que entre todas nos confieran una garantía mínima de progreso, con justicia, equidad y libertad.
Votemos al que ofrezca un verdadero contrato electoral, al que se muestre dispuesto a rendir en todo momento cuenta de sus actos y al que se proponga entregar el poder en 2023 sin excusas, sin retoques, maquillajes, adornos o incrementos. Si al cabo de cuatro años aún quedan cosas por hacer, pues que venga otro y las haga. Que el fracaso no sea argumento para extender el poder en el tiempo más allá de lo razonable.
Hagamos un esfuerzo por desconectar las elecciones provinciales de las nacionales. No votemos a ningún candidato a Gobernador por sus simpatías o antipatías nacionales, sino por su capacidad y aptitud por sacar a Salta de su atraso. Tampoco elijamos diputados, senadores, intendentes y concejales por su posición frente a «la grieta», sino en función de su capacidad para resolver problemas colectivos y vocación a servir al interés general. No regalemos los cargos públicos, no otorguemos becas para que hombres y mujeres sin talento aprendan un oficio que luego se va a volver contra nosotros mismos. Pongamos los problemas de Salta sobre la mesa y hablemos de ellos todo lo que sea necesario. Hasta el cansancio, si fuese preciso.
Todo lo demás no solo sobra sino que también nos puede hacer mucho pero mucho daño.