'Quiero una Salta productiva y próspera, con paz, pan y trabajo para todos'

  • La política no solo es el arte de practicar y escenificar los consensos, sino que también es el arte de exaltar las diferencias. No pueden ponerse de acuerdo sino aquellos cuyo pensamiento estructural es y aspira a permanecer diferente. No hay política ni puede haberla cuando el discurso de los políticos es demasiado obvio, cuando habla de hechos, circunstancias, aspiraciones o valores que podrían ser suscritos fácilmente por cualquiera, en cualquier momento.
  • Contra el discurso obvio y facilista

Todos queremos una Salta de pie, que supere sus atrasos, que colme las expectativas de unos y de otros, que reparta bienestar y que sea un vergel de prosperidad y de justicia. ¿Quién no querría todas estas bendiciones para Salta?


Pero una cosa es desear lo mejor para la tierra en la que uno vive y otra muy distinta hacer de este tipo de deseos una consigna política, un reclamo electoral. Y esto es lo que han hecho prácticamente todos los candidatos a Gobernador de Salta que se presentan para las próximas elecciones.

Uno pretende llevar actividad económica a todos los pueblos de la Provincia. Otro aspira a rescatar los valores tradicionales de la familia. El otro quiere llevar un mensaje de paz y confraternidad, para que nos pongamos a trabajar juntos en los asuntos que a todos nos importan.

Son todas ideas muy interesantes, constructivas y hasta cierto punto filosóficas, pero que, al formar parte del ideario colectivo de todo un pueblo, carecen de cualquier utilidad política. Todos estamos de acuerdo en que no queremos una Salta pobre, mantenida y subsidiada por otros territorios, carcomida por la corrupción, lastrada por la ineficiencia y desfigurada por el amiguismo en el gobierno. Nadie quiere convivir con hospitales tercermundistas o con escuelas en ruina. Quien se atreviera a proponer cosas como estas -y sería legítimo que lo hiciese- se expondría al rechazo total de sus semejantes.

El nuevo Gobernador deberá trabajar activamente, sin lugar a dudas, en la conquista de estos objetivos. Pero -lo digo una vez más- este no es el problema. No podemos sustituir un programa electoral, serio y comprometido, por un catálogo de sueños fantásticos e ideales sublimes en los que, además, todos estamos de acuerdo, sin discusión posible.

El problema es, como siempre, la infinita variedad de caminos que hay para llegar al mismo destino. Aquí comienzan nuestras diferencias; esas que nos empeñamos en ocultar y en negar cuando nos reconocemos parte de un todo que apenas si tiene matices.

Cada candidato tiene seguramente su fórmula mágica para -por ejemplo- superar la pobreza. Pero cuando le preguntan por ella, generalmente recurre a la respuesta más obvia: «Vamos a revolucionar la economía para crear más riqueza». Y si alguien les pregunta cómo harán esto último, dirán: «Haciendo que trabajen todos los salteños».

Pero este tipo de respuestas siempre conducen a otro «cómo»; y así hasta el infinito, pues nunca habrá una definición concreta de los caminos y las políticas que se pueden emplear para alcanzar los objetivos propuestos.

La política de Salta se resuelve, pues, en un contrapunto de vaguedades, que en parte es el resultado de la falta de un discurso político medianamente coherente y estructurado, y en parte también es producto de la exaltación del personaje por encima de sus propósitos. Es decir, que el negocio en Salta consiste en vender primero una figura, y si esta cae bien entre la ciudadanía, luego -si conviene- se la llenará de algún contenido, que será siempre mejor cuanto más obvio y generalista sea. Pero lo primero es el molde.

Y lo será siempre por la razón sencilla de que quien no dice exactamente lo que se propone hacer, puede cambiar de receta cuantas veces se le antoje, sin rendir cuentas de sus actos, sin pagar altos precios políticos. Lo importante no es el «qué», el «cómo» o el «cuándo», sino el «quién». El político/candidato en Salta huye todo lo que puede de los «contratos electorales» y se decanta por el empleo de fórmulas mágicas o recursos poéticos como por ejemplo: «Me comprometo solemnemente a hacerlos más felices». El problema es que, cuando no cumplen, los únicos infelices no son ellos.

Esto, que podría ser una estrategia o un mero cálculo para seducir y para atrapar votos, al final resulta ser que ha privado a los políticos de su capacidad para analizar el contexto y para proponer soluciones a los problemas. Se podría decir -en términos darwinianos- que los políticos de Salta, en su evolución como especie han perdido la capacidad de pensar, lo mismo que algunas víboras perdieron alguna vez su capacidad de volar. Esto es, para no volver a recuperarla jamás.

De poco vale ahora que exhortemos a los ciudadanos a rescatar la cordura para que exijan a los políticos una definición clara y precisa de las políticas que se proponen poner en práctica. Y sirve de poco porque -volviendo a Darwin- las poblaciones de organismos cambian con el tiempo como resultado de la selección natural; es decir, se adaptan al medio en el que viven y siguen su evolución. Si el león perdiera algún día sus temibles garras, el impala seguramente perdería también su velocidad, pues ya no la necesitaría para huir de su depredador natural. Pasa lo mismo entre candidatos superficiales y ciudadanos poco exigentes: se van adaptando los unos a los otros.

Quizá sea buen momento para advertirles a quienes se presentan como candidatos a Gobernador de Salta que el discurso «buenista» y poco comprometido no les va a diferenciar del contrario. Que lo que de verdad diferencia es la explicación razonada y puntual de las medidas concretas que se proponen adoptar, en un plazo razonablemente democrático, y no en 8 o 12 años.

No tiene ningún sentido que un candidato diga que va a respetar la autonomía municipal o que va hacer esfuerzos para que los jueces sean independientes. Ambas cosas figuran en la Constitución, y no como una mera aspiración sino como un mandato ineludible dirigido a todos los poderes públicos. En cambio, sería muy útil que los candidatos dijeran qué se proponen hacer con esa descomunal planta de agentes del Estado, que roza los 100.000 individuos y cuya factura estamos pagando todos, sin que nos demos cuenta de que, por pagarla, esstamos privando a cientos de miles de salteños pobres de una renta de inserción que les podría permitir llevar una vida digna.

También sería muy interesante que los candidatos dijeran qué medidas piensan adoptar para protegernos de las mafias que trafican con personas o estupefacientes y cómo acabar con los anchísimos espacios de influencia del narcotráfico organizado; de qué forma van a cohesionar un territorio desigual y disperso, con muy diferentes niveles de riqueza, de productividad y de talento; o simplemente qué se proponen hacer para que el poder político no sea, como lo es ahora ahora mismo, un botín que atraiga solo a filibusteros y a mercaderes de la política y no un bien universal del que puedan disfrutar todos sus naturales destinatarios.

Necesitamos que los candidatos nos inviten a elegirlos por su programa electoral y no por su personalidad. Ya está bien de venderse ellos mismos, de pregonar la «unidad», de convocar al rescate de la familia y de las buenas costumbres, de prometer que vamos a ser ricos sin decir cómo. En suma, que no necesitamos a candidatos que ejerzan de viboreros de la felicidad ni a personas que confunden la tarea de convencer a los electores con la del vendedor de peines que sube al colectivo para pregonar la excelencia de los productos de Mascardi «para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero».

Necesitamos diagnóstico, programas y medidas; es decir, necesitamos líderes que sean capaces de hacer las tres cosas. Los vendedores de Biblias no nos van a solucionar ningún problema, los que lagrimean evocando a «su amada Salta» tampoco.

Pero como Salta es una sociedad de extremos, también tenemos que prevenir sobre la hiperactividad de los «preguntadores» que siempre tienen a mano cuestiones como «¿qué opina usted sobre el aborto?», «¿es usted feminista?», «¿es usted de Boca o de River?», ¿qué piensa del FMI? o «¿está de acuerdo con los viajes espaciales?». Esta tampoco es la salida. Un político no siempre está obligado a responder a todo lo que se le pregunta, como algunos comunicadores poco informados creen que deben hacerlo. Ningún candidato debería caer en esta trampa.

En suma: cuando un político que se ofrece para gobernar durante solo cuatro años promete a sus conciudadanos bajarles la luna (tarea que puede llevar, pongamos, diez años) se debe desconfiar de él inmediatamente. Y si no somos capaces de conseguir que ese mismo candidato dé las respuestas concretas que se le piden (por quien legítimamente tiene el derecho a hacer las preguntas), la única solución es votar al candidato que mínimamente se anime a decirle a sus conciudadanos qué caminos, de entre todos los posibles, considera más adecuado para que Salta alcance la dichosa felicidad.