Resiliencia y mediocridad en la política de Salta

  • Las elecciones provinciales de 2019 -las primeras que se van a celebrar en Salta desde 2007 sin la presencia de Urtubey en las candidaturas más importantes- se insinuaban hasta hace poco como una oportunidad para levantar el bajo nivel de la competencia electoral, hundida por la apremiante necesidad del actual Gobernador de la Provincia de evitar a toda costa que alguien pudiera brillar más que él.
  • Elecciones provinciales 2019

El narcisismo gubernamental se tradujo en pretensiones de autosuficiencia, de modo que Urtubey, tan pronto como percibió que podía poner a todo el peronismo a sus pies con un mínimo esfuerzo de su parte, se dedicó a cultivar su imagen de líder providencial y sabelotodo, renunciando a la cooperación democrática con otros y promoviendo a los primeros planos de la política a un conjunto bastante compacto e igualmente mediocre de dirigentes tallados a la medida de las necesidades de su liderazgo excluyente.


Si Romero pervirtió la política de Salta, sustrayéndole el poco contenido moral que tenía ya a mediados de los años 90, Urtubey se encargó de darle un mazazo casi definitivo al entronizar a la mediocridad como virtud y elevar la ineficiencia al rango de religión de Estado.

Urtubey desconfió primero de los viejos, a los que muy pronto pretendió jubilar con el argumento de su insanable obsolescencia, y que luego consiguió comprar, en parte, logrando que en algún gobierno suyo figuraran los nombres de algunos recalentados de la política local como los de Hernán Cornejo, Marcelo López Arias, Julio César Loutaif, Gregorio Caro Figueroa o el mismo Antonio Marocco, a quienes confió importantes parcelas de su gestión de gobierno, con resultados bastante disímiles.

Pero como 12 años dan para mucho, lo cierto es que la obstinación de Urtubey ha rendido sus frutos en la promoción de toda una novel generación de inútiles resilientes, jóvenes y no tan jovenes inexpertos que se han dado una y otra vez de bruces con la realidad más dura de la política de Salta, pero a quienes los fracasos y las malos resultados de gestión no han conseguido deformar o desalentar en lo más mínimo. Casi todos ellos se han convertido en autómatas de la política, en estatuas de sal con sed de presupuesto, con alguna habilidad para la danza al ritmo de los vaivenes de las encuestas. Su lema es el que la sigue la consigue.

Estos personajes -algunos de ellos vinculados con los viejos clanes de la política local- han copado casi todos los lugares disponibles en la oferta electoral de Salta que, por mor de su hiperactividad, se ha convertido en una seria tomadura de pelo a los ciudadanos.

Los inútiles resilientes no son portadores de ideas ni de programas de gobierno sino de meras ocurrencias, que cada vez son menos en número y variedad por la sencilla razón de que Urtubey ha convencido a los menos informados de que, en la política, las soluciones ocupan el último lugar en la escala de prioridades de los ambiciosos, y que para ellos es obligado construir poder primero. Solo después, cuando uno ha tenido éxito en este absurdo empeño, se puede dar el lujo de pensar en las soluciones de algunos problemas.

Este enfoque vil y mezquino de la política (por cuanto apunta a conquistar el poder para sí; es decir, sin ninguna conexión con el servicio que es debido a los auténticos titulares de esta energía) ha conseguido que en Salta solo se hable de política en términos de poder, lo que ha contribuido decididamente a su empobrecimiento.

Los inútiles resilientes piensan -y no sin razón- de que aunque conquisten el poder que anhelan, su fracaso no les reportará ninguna consecuencia negativa en su carrera hacia la nada. Ellos seguirán en la política, con o sin poder. Un día arriba y al siguiente abajo. Les da igual. Aquellos que no han podido hincarle el diente al pastel seguirán, porque el poder es para ellos una asignatura pendiente; los que lo han conseguido y han fracasado a continuación, harán lo mismo porque saben que en Salta no hay aplazaos ni escalafón.

La irrupción de la mediocridad y la resiliencia de los mediocres trae como consecuencia inmediata la retracción de la participación de los políticamente más capaces. La inteligencia está condenada de antemano en Salta, sin necesidad de que un general tullido, al estilo de Millán Astray, proclame su muerte en una asamblea universitaria.

Ninguno de los candidatos que se insinúan como posibles sucesores de Urtubey habla de cosas como regeneración democrática, ética pública, rescate de valores cívicos o moralización del espacio público. Tareas como estas requieren la posesión de ciertas cualidades que son un poco más complejas y exigentes que las que se precisan para mandar a construir un puente sobre el río Tala, para controlar los precios cuidados o para seducir a intendentes poco informados enviando a sus pueblos obras de ínfima calidad.

Nadie se anima a proponer reformas políticas, como no sean aquellas que vayan en una clara dirección de la construcción de poder, o aquellas que se inscriban en la misma línea de perpetuación del personalismo que inauguró Romero y que profundizó -sin llegar a perfeccionarlo- su mejor discípulo: Urtubey.

En suma, que las elecciones de 2019, que tanta ilusión habían despertado por el final anunciado del sultanato de Urtubey, solo servirán para que quienes se criaron a la sombra de los dos últimos capataces que tuvo Salta se saquen chispas, intercambien insultos y acusaciones, hasta que llegue el momento en que unos y otros olviden el pasado y vuelvan a fundirse en un eterno abrazo peronista.

Al final, el concepto de resiliencia lo inventó el propio Perón cuando, con tono paternalista, dijo que todos éramos peronistas. Lo que el fundador del movimiento jamás imaginó es que esa frase, que acuñó en una época ya lejana para eliminar transitoriamente de su campo visual a sus opositores, algún día iba a ser realidad. Al menos, en Salta.