
Casi el mismo tiempo en que Gustavo Sáenz apostaba por una alianza de nombres con el cierta franja del kirchnerismo de Salta con más solera peronista, uno de sus principales contrincantes, el actual diputado Sergio Leavy, enviaba un confuso y contradictorio mensaje a sus seguidores, al designar como su candidato a Vicegobernador de Salta a un urtubeysta de tomo y lomo como el inexperto ministro Emiliano Estrada.
El problema es que en las últimas semanas, con tantas vueltas de carnero de seudodirigentes entre espacios diferentes e incluso antagónicos, se ha vuelto a poner de moda (por decirlo de alguna manera) el valor político de la lealtad, y en tal sentido el nombre de Estrada acompañando a Leavy es interpretado como una profunda deslealtad institucional de parte del joven funcionario.
Es verdad que, desde su designación como ministro, que solo fue posible por el parentesco que vincula a Estrada con el dimitido Fernando Yarade, el funcionario ha venido echando las culpas de los descalabros de la economía de Salta al gobierno de Macri, sin reparar en ningún momento que el Gobernador de Salta retiene importantísimas competencias en materia económica y que sus decisiones influyen en la marcha de la economía provincial casi tanto como lo hacen las decisiones que Macri y sus ministros adoptan para el conjunto del país.
Si Estrada ha decidido fichar por Leavy -feroz crítico del macrismo y uno de sus más enconados adversarios- es que durante todo el tiempo que ha durado su ejercicio como ministro de Economía de Salta, más que intentar reflotar la economía provincial ha apostado por su hundimiento. Solo para darse la razón a sí mismo y, si acaso, para colaborar con «la causa».
Es decir, Estrada -se sabe ahora- no ha intentado jamás colaborar con el gobierno federal en la tarea de superar los problemas, como se suponía que debía hacer desde su cargo, sino que se limitó a dejar que todo en Salta se saliera de los controles y que la economía provincial fuese aún más desastrosa de lo que realmente es. Estamos, pues, no solo frente a un caso de deslealtad institucional, sino de una preocupante -por no decir malvada- instrumentalización de las instituciones con finalidades destructivas.
Si tal deslealtad no hubiese realmente existido, Estrada debía hacer las maletas con Urtubey, o dedicarse -como lo ha venido haciendo hasta ahora- a la campaña proselitista del actual Gobernador de Salta. Pero al sumar su nombre al de Leavy las cosas cambian; el eje de su discurso de modifica. Y no porque Leavy no hubiera enseñado antes la patita urtubeysta, sino porque el jefe Urtubey -que llamó chorra a la expresidenta Kirchner y ladrones a quienes fueron sus funcionarios- ahora resulta que ha puesto a uno de sus mejores hombres a trabajar en pro del regreso de los mismos a los que había dedicado aquellos adjetivos tan poco amables.
Estrada, durante el tiempo que le ha tocado ser lo que hoy todavía es, no ha sido capaz, ni por asomo, de atajar la sangría del empleo público, cuyos niveles han alcanzado cotas de auténtico escándalo en Salta, en comparación con cualquier otra provincia. En Salta, por la incapacidad de Estrada o de gente muy parecida a él, no hay políticas activas de empleo, de formación profesional ni de promoción de la actividad económica, que no sean las exenciones impositivas selectivas, graciosamente decididas por Urtubey en función de criterios que solo él conoce y que casi nadie comparte. La disciplina fiscal, más presunta que real, no es excusa para estos profundos agujeros de la economía.
En Salta es todo o casi todo comparativamente más caro y de menor calidad que en otras partes del país. Desde el transporte y el turismo a la cadena de retailers. Salta no estimula la innovación y su gobierno no ha acometido ninguna reforma estructural para propiciarlas. Algunas de sus decisiones económicas son peligrosamente catastróficas en materia medioambiental y la relación económica del gobierno provincial con sindicatos y con intendentes municipales es electoralista, venal y vergonzosa. Lo peor de todo, sin embargo, es que la culpa nunca es del que gobierna y toma las decisiones en Salta, sino de otro, del que no vive en Salta, como si el mundo se hubiera confabulado contra nuestra Provincia para perjudicarla.
Esas son las credenciales del señor Estrada para aspirar a convertirse en Vicegobernador de Salta, a las que suma la hoja en blanco de su nulo currículum vitae político. Al menos, su contrincante Marocco viene aguantándose las pálidas de la política desde que el golpe militar de 1976 dejó inmovilizada su agenda personal en la casa de una peluquera de la localidad de La Merced.