Los salteños, juguetes en las manos de Urtubey

  • Juan Manuel Urtubey es heredero de una tradición autoritaria muy marcada, cuya leyenda más oscura él ha contribuido a prolongar con sus acciones.
  • Si de alternativas hablamos

Los salteños, sin dudas, se merecen un respeto, como personas libres que son, como ciudadanos con capacidad de elección y de decisión. Quizá nuestra sociedad no sea todo lo madura que algunos desearíamos, pero no debemos confundir este atraso con la pérdida de la ciudadanía, que es un defecto muy grave.


Hasta aquí, el ejercicio del poder político en Salta, para alcanzar su éxito, ha desconocido las dimensiones fundamentales de la ciudadanía libre y el poder solo ha podido imponer sus criterios en base a la reducción calculada de aquellas dimensiones fundamentales.

Como resultado de este proceso, nos encontramos hoy en una fase superior del ejercicio del poder en la que los salteños se han convertido, no ya en instrumentos de la ambición personal de un líder, sino en sus juguetes personales.

Muchos salteños se sienten muy cómodos en su papel de cobayas del poder; pero otros, en número creciente, experimentan desde hace tiempo esa sensación natural de rechazo hacia lo establecido por vía de autoridad y piensan que es necesario romper con esta espiral de poder concentrado, que solo busca expandir su dominio en el tiempo; es decir, pretende perpetuar las desigualdades y las injusticias.

Urtubey le falta profundamente el respeto a los salteños cuando presume o exige que todos los que han nacido en esta tierra tienen que apoyar su candidatura a Presidente. Y apoyarla no porque haya gobernado bien a Salta, que todo el mundo sabe que no lo consiguió, sino por el simple hecho de haber él nacido en Salta.

Pero en Salta también han nacido maleantes y parásitos, y no por ello la sociedad debe necesariamente simpatizar con ellos. ¿Qué tal si todo Salta se encolumnara detrás de la figura del Pelo i’ choclo, el prófugo más buscado del país? El salteñismo acrítico tiene sus límites. Debe tenerlos.

El Gobernador de Salta, especialmente en su papel de candidato a Presidente, debe dejar ya mismo que los salteños -como el león del cuento del lisiado- elijan, y no imponerles a todos su candidatura, sin distinción de clase ni de sexo, tal como si él fuese un retrato de Güemes. Él no es Güemes, ni el Señor del Milagro, aunque haya dedicado sus últimos doce años a intentar escalar su inalcanzable gloria.

Urtubey es, sí, un político avispado, atento y hábil, pero un pésimo gobernante. Es un líder engreído, superficial y vanidoso, un conservador redomado que solo busca el contacto con el pueblo llano cuando tiene garantías de que van a aplaudir sus fantasías, como aquel Nicolae Ceaușescu, que cazaba osos en los Cárpatos detrás de una pequeña fortaleza de cemento y cuando los animales, previamente dopados por la Securitate, eran liberados para él en las montañas.

La única verdad es que los salteños no se sienten reconocidos en su Gobernador. No todos vuelan en Bombardiers LearJet ni salen a retozar por La Caldera en potentes motos BMW. No todos aparecen en la prensa rosa, ni viven en residencias protegidas. Urtubey quiere hablar el lenguaje de la calle, vestirse como los jóvenes (cuando está a punto de cumplir los 50) y reflexionar sobre cosas que a los salteños no le interesan. Más que aceptación, busca admiración e idolatría; más que respeto, aspira a la reverencia de los que somos iguales que él.

Urtubey es, pues, una rareza. No representa ni de lejos al salteño medio, sufrido y reservado como pocos.

Con estas credenciales más que dudosas, Urtubey pretende arrastrar a todo Salta tras de sí, pero para ello no se ha bajado del pedestal ni abandonado el rito diario de la consulta relámpago al espejo de Blancanieves. Se podría decir sin temor a equivocarse que en los últimos dos años su distancia con Salta, en vez de estrecharse, se ha ido haciendo cada vez más grande, quizá ya insondable. Solo le queda el poder de mandar (sobre los empleados públicos y sobre un puñado de ingenuos seguidores), mientras en su Provincia la política bulle, los problemas arrecian y el hervor de la olla de locro, cada vez más revuelta, lo amenaza directamente.

Es evidente que Salta se le ha quedado pequeña a Urtubey; pero esto no se nota tanto cuando el candidato necesita de Salta (de su cultura, de su historia, de su imagen) o cuando necesita de los recursos públicos materiales para hacer avanzar a trompicones su campaña. Ahí sí que Salta cobra importancia; de lo contrario no la tendría ninguna. A Urtubey no le preocupan ni la miseria ni el hambre; si le preocuparan de verdad, en vez de echar las culpas a otros, haría lo que está en sus manos hacer para que en Salta estas patologías sociales no existan.

Pero, mal que le pese a Urtubey, Salta existe y no es una roca.

Al contrario, vivimos en una sociedad porosa y multidimensional que lleva muy mal el que se la etiquete de uniforme, sea que alguien quiera presentarla como «tradicionalista», «católica» o «folklórica». Es Urtubey el que ha forjado todos estos estereotipos deformantes, el que ha expulsado la ciencia y el conocimiento de Salta para subvencionar a folkloristas de poca monta, a los que por cierto ha asociado a su campaña proselitista en una clara devolución de atenciones. Y ha forjado esta falsa imagen de Salta solo porque a él le conviene que nos vean como lo que no somos.

Por supuesto que en Salta #HayAlternativa; pero una alternativa clamorosa a Romero y Urtubey. Las alianzas electorales, si se producen, al final terminarán en un pulso directo entre quienes aspiran a eternizar este modelo triste y autoritario que prácticamente ha reducido a ruinas a Salta y a su cultura, y los que, aun con dificultades para reconocerse a sí mismos, pretenden hallar en la libertad de elegir y de decidir, y en el archivo del señoritismo, el camino hacia el futuro.

Por supuesto, señor Urtubey, que #HayAlternativa, pero una alternativa a usted. Y esto es lo más saludable que le ha podido pasar a Salta desde hace muchos años.