
Nos estamos equivocando de grieta. La antinomia entre kirchnerismo y antikircherismo, que tantas cosas y tan importantes parece estar decidiendo en Salta en estas últimas horas, es una forma segura de equivocarse, de tomar el camino errado.
Lo que necesita la sociedad de Salta es romper con un cuarto de siglo de predominio del personalismo y de las ruletas rusas de poder que han protagonizado, primero Juan Carlos Romero y un poco más tarde el más ambicioso de todos sus discípulos: Juan Manuel Urtubey.
Es decir, que si tenemos que tomar decisiones duras, no nos dejemos confundir por el espejismo del enfrentamiento entre «las dos argentinas», sino seamos más prácticos e inteligentes y sepamos elegir entre la perpetuación de un modelo de dominación política que ahoga la participación democrática y asegura la vitalidad de una pequeña oligarquía (el que representan Romero y Urtubey) y la búsqueda laboriosa de un sistema abierto en el que todos podamos estar contenidos, no ya para salvar la democracia sino para evitar que nuestra libertad se vuelva papel mojado en mano de personajes tan vulgares pero al mismo tiempo tan poderosos.
Salta no necesita importar grietas de otras latitudes sino rebuscar en sus propias contradicciones, que las tiene y muchas. Sus dirigentes, si de verdad quieren graduarse como políticos y no actuar simplemente como poleas de transmisión de intereses que nada tienen que aportar para el futuro de Salta, deben dar señales claras de que son capaces de hacer las siguientes dos cosas simultáneamente:
1) Romper con la dependencia de la política porteña, que es de baja calidad y apunta en una dirección que excluye a Salta del gran protagonismo nacional;
2) Condenar sin ambigüedades los abusos mayestáticos tanto de Romero como de Urtubey, para inaugurar así una nueva era en Salta.
En mi modesta opinión, es muy sospechoso ver reunidos alrededor de una misma mesa a personajes que han construido sus carreras políticas a la sombra de la ambición personal de Urtubey, y que ahora, por los motivos que sean, resuelven apoyar una fórmula presidencial diferente a la que aspira a conformar el Gobernador de Salta.
El kirchnerismo, presente, pasado o futuro, es una especie de mancha venenosa indeleble que persigue a través del tiempo y del espacio a quien lo ha abrazado.
Se puede vivir con esta mancha y profesar el kirchnerismo más puro, pero desde luego no se puede hacer nada de esto lanzando guiños a Urtubey ni alabanzas retardadas a Romero.
Por esta razón es que si de algo quieren convencer al respetable personajes como Leavy, David, Quilodrán, Villa, Giménez o Godoy, antes que intentar ponerse en sintonía bajo el deseo común de que el kirchnerismo vuelva al poder, deberían intentar convencer de la sinceridad de sus propósitos poniéndose de acuerdo en una condena común e incondicional a los excesos y abusos de poder del Gobernador de Salta. Y expresarse sin medias tintas, porque aquí no cabe refugiarse en los pliegues del pasado. Hay que dar la cara y asumir lo que se ha hecho antes.
Si no lo hacen, o es porque la mano de Urtubey es la que mece la cuna del recién nacido «espacio» kirchnerista en Salta (lo cual es bastante probable), o es porque a alguno o varios de sus integrantes no le interesa en absoluto que el periodo faraónico de Romero-Urtubey sea revisado en profundidad y que la justicia entre a fondo en el examen de las responsabilidades del cuarto de siglo más nefasto que ha vivido Salta en toda su historia.
En otras palabras: O se produce una ruptura clara y veloz con el pasado romerista/urtubeysta, o no habrá más remedio que pensar que quienes se presentan a sí mismos como el futuro de una Salta luminosa, próspera y pletórica de libertades solo esconden la tentación, por ahora reprimida, de echar más sombras y cada vez más densas sobre un pasado ignominioso, repleto de lacras y de vergüenzas.