Salta se degrada por horas en la escena política nacional

  • La mayoría de los dirigentes políticos de Salta está más pendiente hoy de los movimientos de la política nacional que de lo que pasa de fronteras adentro de la Provincia. Quien más quien menos está esperando a que se produzcan novedades importantes en Buenos Aires para mover sus piezas en Salta.
  • Urge desinflar la burbuja de Urtubey

Para desgracia nuestra, la política local, y los asuntos públicos de los salteños en general, dependen cada vez más de lo que suceda en otras latitudes.


Si bien este fenómeno no es totalmente nuevo, cuando antes sucedían cosas parecidas, Salta y los salteños tenían al menos una voz clara y potente en los foros en los que se debatía su futuro. Ahora no la tiene, y si quisiera buscarla no la encontraría.

La explicación a este fenómeno se halla sin dudas en la escasa consistencia intelectual de los salteños que actúan en la política nacional, empezando por esa gran desilusión humana que se llama Juan Manuel Urtubey, a quien la aritmética electoral y la pseudociencia del marketing político han convertido en un auténtico muñeco de paja, en una personalidad veleidosa, fantasiosa y manipulable.

Pero por debajo de él, el panorama no es ni mucho menos más alentador. Solo si tenemos en cuenta que los legisladores nacionales más destacados, los que ocupan más minutos en los medios de comunicación, son Cristina Fiore y Alfredo Olmedo, dos de los exponentes del pensamiento más reaccionario que se pueda encontrar en el país, la desolación es total.

Con Urtubey al mando, Salta ha perdido algo así como el 80 por cien de su peso específico histórico en las instituciones federales. No solo en el Congreso de la Nación, en donde como hemos visto el panorama es francamente desastroso, sino también en la Justicia Federal, destruida por disputas internas y virtualmente paralizada por la falta de magistrados y funcionarios debidamente cualificados.

Hasta hace relativamente poco, había salteños influyentes en universidades de implantación nacional, en sindicatos, en academias científicas, y hasta en la propia Iglesia. Durante décadas Salta exportó talento a raudales. Después del paso de Urtubey por el poder, Salta solo exporta escándalos y vanidades.

Entre los escándalos marchan a la cabeza las cifras de la pobreza, la crisis financiera del gobierno provincial, los graves problemas de la salud pública, la clamorosa falta de oposición política y la tolerancia de los ciudadanos hacia los excesos y abusos del poder por parte del Gobernador de la Provincia. Lo de Salta no es más grave porque Urtubey invierte millones en intentar disimular con maquillaje mediático los problemas más acuciantes que afectan a los habitantes de la Provincia que gobierna.

Los fracasos del gobierno se pueden ocultar de una forma más o menos ingeniosa en Salta, pero no en otros lugares del país, y sobre todo fuera de nuestras fronteras, en donde viven ciudadanos más y mejor informados, más atentos y más exigentes. El arte del engaño tiene, decididamente, un límite objetivo.

A falta de buenas noticias, Salta -con Urtubey a la cabeza- intenta llenar los espacios mediáticos nacionales con figuración y ostentación de costumbres y ritos de los que están excluidos más de un millón de salteños. La «Salta ligera» le ha venido ganando el pulso a la Salta seria, culta, rigurosa y productiva, hasta el punto que hoy es más importante en las redes sociales el cambio del color de pelo de la primera dama que la negativa del gobierno a contratar médicos en los hospitales del norte de la Provincia, por falta de recursos financieros.

El asalto de Urtubey a los grandes medios nacionales se produce, pues, en un contexto de aguda retracción de la influencia política de Salta. El Gobernador de la Provincia utiliza a Salta cuando le conviene (por ejemplo, cuando necesita de las comodidades que le proporciona el poder para sacar a flote su campaña proselitista), y se olvida de ella cuando las revelaciones sobre la situación local lo perjudican. Un día declara con afectada solemnidad que como Presidente jamás interferirá en la independencia y autonomía del Poder Judicial, y al día siguiente en Salta fuerza el intercambio de puestos entre un juez de la Corte y el Procurador General, para asegurarse que durante seis años no será perseguido por sus fechorías. Urtubey es, pues, una contradicción que camina.

Cuando en política se habla de «barones territoriales» (expresión chocante por su carácter elitista y antidemocrático), más que al peso de los barones, se tiende a prestar atención al peso de los territorios; es decir, a su dimensión demográfica, a su capacidad económica y a su fuerza representativa en las instituciones del Estado. Urtubey pretende exactamente lo contrario. Su equivocación la están denunciando a los gritos las encuestas que revelan que más del 75 por cien de los electores nacionales lo valora como un líder periférico, surgido de una provincia pequeña, mal gestionada y poco influyente. Salta es el techo de Urtubey, y no a la inversa.

Un buen comienzo para la tarea de recuperar la influencia de Salta en la escena política nacional es ponerle un freno inmediato a los abusos y excesos de Urtubey, e impedirle que utilice a Salta y a los salteños como trampolines de su ambición presidencial.

Urtubey es un mal producto de Salta; es el resultado de la desafortunada confluencia entre el señoritismo y la poca formación. En Salta, sin dudas, los hay mejores. Solo hay que crear las condiciones para que aquellos talentos políticos y sociales que hoy se encuentran ocultos y postergados por una red clientelar y mediática diseñada para endiosar a Urtubey, afloren en libertad y dejen así al descubierto la fragilidad de la burbuja que mantiene en la alturas a quien debiera estar hoy -después de todo lo visto- a ras del suelo.