Abel Cornejo o el peso de lo inevitable

  • En una sencilla pero emotiva ceremonia, cargada de hondos significados patrióticos, ha tenido lugar ayer en la Ciudad Judicial de Salta el esperado juramento de don Abel Cornejo Castellanos a su nuevo puesto de Procurador General de la Provincia de Salta.
  • La elegancia democrática olvidada

Los principales medios de comunicación digitales de la gran aldea recogen esta mañana con cierta algarabía la noticia de la toma de posesión como jefe de los fiscales del territorio de quien hasta solo seis días atrás ocupaba uno de los siete apetecidos asientos en la Corte de Justicia de la Provincia.


Según uno de aquellos medios, Cornejo ha dicho que cuando el pasado 18 de marzo anunció su dimisión como juez de la Corte -restándole todavía un año y pico de mandato- «no pensaba» en ocupar el cargo de Procurador General.

Es muy difícil saber si realmente estaba o no en los planes del doctor Cornejo ser el nuevo Procurador General, por aquello de que lo que atesora la mente humana ni el mejor examen pericial psicológico lo puede traer a la superficie.

Debemos, por tanto, ceñirnos a los hechos y, en este caso, a las palabras empleadas por el renunciante para justificar el abandono de su cargo y, en general, a su actitud beligerante contra lo que él caracterizó en algún momento como la perpetuación antirrepublicana en los cargos públicos.

En su día -y me consta- Cornejo se manifestó muy molesto por el hecho de que un ahora excolega suyo llevara varios lustros presidiendo la Corte de Justicia sin atisbos ni señales de renovación ni de «pasos al costado». Tampoco le hacía gracia -y me consta igualmente- que el presidente de la Cámara de Diputados de la Provincia y el vicepresidente del Senado sigan siendo los mismos desde hace varias décadas.

Sorprendentemente -al menos para mí- Cornejo nunca se mostró insatisfecho, preocupado o inquieto porque fuese el Gobernador de la Provincia quien durase varios lustros en el cargo; no solo sin renovación (que en el fondo sería lo de menos) sino sin oposición y sin controles, que es bastante más grave, sobre todo viniendo de un juez.

Como muchos, vi en la primera de las actitudes de Cornejo (desde luego, no en la segunda) una contribución sustantiva al mejoramiento y a la racionalidad de nuestra democracia, de modo que cuando el 18 de marzo de 2019 el mismo Cornejo anunció que se iba, no solo quien esto escribe pensó que su prolífica y provechosa carrera como servidor público había concluido con honores.

Ni siquiera un estudio pericial antropológico o filosófico podría llegar a determinar si el doctor Cornejo presentó su renuncia con lo que en el mundo de los contratos en general (y en el del matrimonio, en particular) se conoce como «reserva mental» (una alternativa ligeramente superior desde el punto de vista moral a la mentira). Es decir, si cuando estampó la firma a su conmovedora carta de renuncia cruzó los dedos por detrás de la espalda y dijo para sus adentros lo que Groucho Marx hubiera dicho a sus lectores: «Esta es mi renuncia. Y si no les gusta, puedo renunciar también a otros cargos que se me presenten en el futuro».

Lo que haya sucedido o haya dejado de suceder en el ínterin es cosa de la que deben de estar bien enterados los agudos observadores del Focis, a los que Cornejo, a través de sus fragatas digitales dirige de vez en cuando unos misiles con ojivas no letales.

Como decía, los señores del Focis estarán al tanto de la letra menuda de la tragedia wagneriana y por ello siempre prestos y dispuestos a afearle sus decisiones a los magistrados, del mismo modo en que casi nunca criticarán al Gobernador de la Provincia o a sus subordinados, como si ellos no tuvieran nada que ver con la «calidad institucional». Es por esta razón que le voy a dejar a esta gente tan experimentada, a la que le encanta decir con solemnidad aquello de «es un dato no menor», la tarea de determinar cuándo, cómo y con quién se telefoneó Cornejo antes y después de su renuncia.

Mi tarea, mi modesta contribución como ciudadano que ejerce el derecho de opinar en libertad, consiste aquí en advertir a mis comprovincianos la gran contradicción del doctor Cornejo al haber aceptado un cargo que, tranquilamente y en nombre de los mismos principios que invocó en su anterior renuncia, debió haber rechazado sin vacilar.

Leo con los pelos de punta en los diarios digitales salteños que Cornejo dijo ayer que «no depende de él la designación» (su designación como Procurador General de la Provincia), dando a entender algo así como que si al gobernador Urtubey se le ocurrió nombrarlo a él y no a otros, pues «quéselevacé».

Cornejo es, pues, la nueva Virgen María de la política salteña, un ser extraordinario, llamado por Dios, a quien un inspirado arcángel con flechas en forma de rayo en su carcaj le anunció: «No temas, Abel, porque Urtubey te ha favorecido. Serás el nuevo Procurador General de la Provincia».

Me pregunto, con el máximo respeto posible, si esta es realmente la «alternancia» o la «periodicidad» cuyo archivo programado le ha provocado tantos sinsabores al doctor Cornejo en otras épocas.

A menos de que alguien sea capaz de explicarlo de otra forma, la alternancia consistiría en que uno cesa en un cargo, pero no para irse definitivamente y dar paso a otro antes que no tenía ninguna responsabilidad, sino para todo lo contrario; es decir, para que el que se marcha ocupe el cargo de otro, que a su vez ocupará el cargo del que dice haberse ido pero que no se fue. El camarote de los Hermanos Marx: unos salen y otros entran, pero cada vez hay más gente dentro.

Evidentemente, es una falacia presentar la designación de Cornejo como Procurador General como un hecho inevitable. El mismo Cornejo lo podría haber evitado, pero no lo hizo, y con ello no ha conseguido mejor cosa que destruir lo poco de bueno que había conseguido edificar con su gesto del pasado 18 de marzo.

Urtubey, por su parte, ha dicho que él designa «a quien se le dé la gana», como dejando caer que el señalado por su dedo mayestático no puede negarse aceptar el encargo. Según Urtubey, él podría haber elegido a «cualquiera», tuviese o no antecedentes o idoneidad. Todo depende si le cayó bien la palta pisada que tomó en el desayuno. Pero cosas como estas no sucedían ni en el antiguo Egipto, en donde los faraones tenían un extraordinario poder sobre la corte.

Aun después de jurar su nuevo cargo de Procurador General, Cornejo ha hablado de «paso al costado», pero es que él no ha dado ninguno. Lo habría dado realmente si declinaba el ofrecimiento de Urtubey y no se hubiera amparado, como lo hizo, en la inevitabilidad cósmica de las decisiones del Gobernador de la Provincia.

Solo por haberlo hecho de esta manera tan poco elegante, Cornejo estrena hoy su cargo bajo la densa sospecha de una sumisión profunda y militante a la voluntad del Poder Ejecutivo. Que él vaya (o no) a ser, como jefe de los fiscales, un baluarte para el disfrute de la impunidad de quienes gobernaron durante los últimos doce años, es un interrogante que se responde por sí mismo.

En una cosa tiene razón el doctor Cornejo: el enroque no es inconstitucional, como ha dicho el Focis. Es nauseoso y profundamente antidemocrático. Y eso lo digo yo, sin más autoridad que la que me proporcionan la distancia, los años y la tranquilidad de saber que en nada me perjudica ni beneficia el lavado de trapos sucios que se realiza en Salta.