
Cualquiera que se zambulla en el contenido de la conferencia de prensa en la que Cornejo anunció su renuncia a la Corte de Justicia -que, por cierto, va a surtir sus efectos en los próximos días- podrá comprobar que los argumentos con que el inminente exjuez justificó su alejamiento del cargo le sirven ahora -y no podrían venirle mejor- para justificar su renuncia a la nominación como Procurador General de la Provincia.
Estamos frente a una decisión difícil, delicada, pero en modo alguno imposible.
Si el doctor Cornejo quiere ver satisfecho su ego republicano (considerando que aún no hubiera alcanzado ese grado íntimo de bienestar consigo mismo) le basta con esperar a que los dóciles senadores peronistas le otorguen el acuerdo constitucional para ser jefe de los fiscales, y, una vez obtenido, colgarlo en salón de su casa, para disfrute de las futuras generaciones.
Pero si de verdad el doctor Cornejo quiere que los ciudadanos crean en la sinceridad de las palabras que utilizó en aquella recordada rueda de prensa del mes de marzo, lo que debe hacer es retirarse y aconsejarle al Gobernador que pacte honradamente el nombre del futuro Procurador General con todas las fuerzas políticas que concurren a las próximas elecciones.
No es esta una cuestión de oportunidad política, y menos una cuestión constitucional. Es un imperativo moral de primera magnitud.
La pelota está ahora sobre el tejado del doctor Cornejo, quien, de frente a su conciencia, en íntima soledad y poniendo por delante los mismos principios que defendió con encendida pasión el día de su renuncia, debe decidir -o mejor dicho, ratificar- que el amiguismo y la eternización en los cargos públicos no tienen cabida ya en un escenario que él mismo definió como de «fortalecimiento integral de las instituciones republicanas».
Si el pasado 18 de marzo Cornejo consideró que su ciclo en el Poder Judicial de Salta estaba «cumplido» y que su renuncia al cargo era reflejo del impulso de «dar el ejemplo de arriba hacia abajo», el sentido auténticamente moral de la decencia humana, ese que eleva a los individuos por encima de sus contradicciones y miserias, dicta únicamente que el renunciante ha de cumplir con lo que ha dicho antes y ha de dar, efectivamente, el ejemplo superior que de él mucha gente espera.
La solución a este problema solo está en manos del doctor Cornejo y de nadie más. No esperemos que sea el Gobernador el que dé un paso al frente y aleccione a los ciudadanos con un gesto de contenido moral. Quien carece de conciencia ética no puede hacer cosas como estas. Es también el caso de los senadores provinciales de Salta, cuyo lugar en el edificio institucional de nuestra Provincia ya no solo carece de sentido sino que tampoco tiene el más mínimo soporte lógico.
Cornejo sabe, como lo saben muchos, que si se lo propone será un muy buen Procurador General. Incluso, el mejor de todos los que ha habido hasta ahora. Pero, llegados a un punto, quien ha venido demostrando cualidades y preparación durante tanto tiempo, lo que debe demostrar ahora es coherencia con sus propios impulsos y decisiones.
Y no hay ni puede haber mejor forma de hacerlo que renunciando de forma tajante e inequívoca a esta designación espuria, que persigue unos objetivos políticos exactamente opuestos a aquellos que el 18 de marzo pasado el doctor Cornejo enunció como primordiales y nos dijo que constituían el norte y la guía de sus actos.
Para que te creamos, ¡renuncia Abel!