
Tras doce años de gobierno monolítico, sin apenas oposición, Salta debería estar, sin dudas, mucho mejor de lo que está.
La raíz de los males no debe buscarse solamente en el concentrado y absorbente personalismo narcisista de Urtubey, sino también en el soporte intelectual que permitió su acceso al poder y que ahora, disperso, ha dejado de existir.
Urtubey saltó a los primeros planos de la política salteña como uno de los «padres fundadores» de un experimento elitista, al que un grupo de jovencitos, sin mucha cabeza pero con mucha ambición, llamaron Escuela de Administración Pública.
La intención no era formar buenos empleados para las mesas de entradas de la Dirección General de Inmuebles o el Ministerio de Educación, sino crear una especie de think tank para distribuir entre sus pocas cabezas las prebendas que hubiera sueltas en la huérfana política de Salta.
Urtubey fue el primero, pero no el único, que recibió el favor y la bendición de su escuela, en una especie de profecía autocumplida.
Desde sus desconocidos claustros primero y luego desde el gobierno, los EAP’s boys salteños dedicaron horas interminables a soñar con su contribución a los «cambios de paradigma». Con el tiempo demostraron que su desmoralizado análisis de la sociedad solo podía conducir a una comprensión errónea de la democracia, y después de sufrir la erosión de un poder que les quedó demasiado grande, se volvieron mucho más modestos y ahora solo aspiran -como Assennato- a que su nombre quede grabado en mármol en alguna placa que cuelga de una oficina periférica que emite los DNI, para que la gente recuerde que alguna vez fueron «algo».
La antigua EAP -hoy convertida en UAP, por mor de una decisión del príncipe fundador- ha caído en desgracia, mucho antes de que empezaran a insinuarse sus virtudes. De allí que el paralelismo entre la EAP salteña y la ENA francesa, que estuvo en la base del experimento, dejara hace tiempo de ser racionamente posible.
Pero es que si hoy se pretendiera reverdecer los inexistentes laureles de aquella escuelita elitista, lo tendrían bien complicado sus impulsores.
En parte porque los salteños se han dado cuenta de que la democracia no funciona en base a grupos cerrados de gente ilustrada (recordemos al nefando grupo Reconquista) y que los asuntos ciudadanos no los resuelve mejor el que más sabe, o el que engaña diciendo que sabe más, y en parte también porque el modelo elegido -la ENA francesa- ha caído súbitamente en desgracia, a pesar de su innegable éxito.
Decidido a calmar las protestas de esos activistas destruyelotodo que se llaman gilets jaunes el presidente francés, Emmanuel Macron, va a proponer abolir la famosa École national d’administration, de donde no solo ha salido él sino también varios predecesores suyos, como François Hollande o Jacques Chirac, primeros ministros, como el actual, Edouard Philippe, o encumbrados empresarios como Stéphane Richard, CEO de Orange, la empresa de telecomunicaciones más importante del país.
No se puede decir de ningún modo que la ENA no haya tenido éxito. Bien es verdad que, como en Salta, sus más eminentes egresados no han conseguido -como Urtubey- cambiar los «paradigmas históricos», pero con el correr del tiempo la institución francesa no ha hecho sino ganar prestigio. Es decir, todo lo contrario de lo que ha sucedido con el chiringuito de Salta.
Pero ¿por qué motivo Macron quiere cargarse a la ENA y qué tienen que ver en esto los gilets jaunes?
Al parecer, estos señores abogan por una democracia de base, lo cual no está mal, sin dudas, y desde este peculiar punto de vista la vitalidad y calidad académica de la ENA es un obstáculo. Parece mentira, pero así son las cosas.
El gobierno de Macron ha recogido la vibe del ambiente, y, en un documento que todavía no es oficial, ha dicho: «Si queremos construir una sociedad con igualdad de oportunidades y excelencia a nivel nacional, debemos restablecer las reglas de reclutamiento, carreras y acceso a los escalones más altos de la administración pública».
Justamente, de igualdad de oportunidades vamos a tener que hablarle a Urtubey, al que hemos visto cómo visitaba sin indignarse las horrorosas instalaciones del hospital de Tartagal, mientras que su mujer dio a luz en una clínica privada de seis estrellas.
Cambiar las reglas de reclutamiento de la política es un imperativo democrático y republicano tanto en Francia como en Salta. No es posible que la administración pública y los cargos de confianza política en nuestra provincia estén llenos de amigos del Gobernador, de personas sin talento que acceden a los escalones más altos sin superar pruebas ni acreditar conocimientos. Por razones como esta es que el hospital de Tartagal está en un estado tan penoso.
El elitismo contraschumpeteriano de Urtubey, que ya venía dando signos de agonía bastante visibles, recibirá un mazazo definitivo cuando la ENA pase a la historia en Francia.
Pero al menos la ENA, mientras existió, acertó a servir a un país fuerte, próspero y vibrante, plagado de filósofos y científicos extraordinarios. En Salta, su altoperuano remedo solo logró encumbrar a unos cuantos contadores expertos en Excel, y a unos pocos abogados que se sabían de memoria el viejo artículo 3 del Código Civil. Parece mentira pero así, con estos mimbres tan endebles, se consiguió acabar con la igualdad entre los ciudadanos, y si algún paradigma histórico se logró cambiar este fue el del tradicional recato democrático de los salteños, enterrado definitivamente por el exhibicionismo entronizado por Urtubey.
Afortunadamente, el conocimiento y la inteligencia están bastante bien repartidos en Salta, aunque experimentos como la EAP de nuestro insigne Gobernador hagan que no se note.