Partidario de suscribir el documento de Macri, Urtubey nunca ha convocado a la oposición en Salta

  • Así como la verdad ha ido perdiendo su centralidad en la vida pública provincial y nacional, en beneficio de la manipulación, la mentira y las noticias falsas, la sinceridad de los principales protagonistas ha venido decreciendo de forma proporcional.
  • Falta de sinceridad en la vida pública argentina

Con sospechosa alegría, el Gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, ha aceptado la convocatoria al diálogo extendida por el Presidente de la Nación, Mauricio Macri, a las principales fuerzas políticas de la oposición.


Urtubey, que hasta ayer había condenado a los infiernos a su anterior jefa política, la expresidenta Cristina Kirchner, se mostró partidario de que la principal figura de la oposición se sentara a la mesa del diálogo servida por el presidente Macri.

Pero ninguno de estos gestos parece dictado por la sinceridad, a sensatez política o el buen sentido democrático, sino que más bien da la impresión que se trata del producto de un cálculo.

A Urtubey, quizá más que a ningún otro, le interesa que Cristina Kirchner sea invitada por Macri. Probablemente porque sabe que un desplante de la expresidenta -que hace tres años y medio no quiso entregarle a Macri los atributos presidenciales y protagonizar un traspaso de poder tranquilo y democrático- la va a dejar más en evidencia todavía, o que hará algo parecido con sus eventuales contrincantes Sergio Massa y Roberto Lavagna, ambos de complicado pasado kirchnerista.

Es decir, que a Urtubey no le interesa la presencia de Kirchner en el consenso convocado por Macri sino para sacar partido personal de una situación que, desde luego, él no controla. No hay, pues, una actitud sinceramente democrática detrás de esta postura.

Lo confirma el hecho de que Urtubey se ha plegado muy rápidamente a la invitación de Macri, sin haber intentado hacer nada parecido en Salta en los últimos once años y medio.

Urtubey no solo ha laminado a la oposición en su Provincia, no dejándole ocupar ninguno de los cargos que la Constitución reserva para los que no gobiernan y manejando a su antojo a los intendentes municipales, sino que se ha esmerado en meter mano en los partidos que podrían haberle planteado algún obstáculo, hasta desactivarlos, como ha hecho con los intendentes díscolos. El talante intolerante y escasamente proclive al diálogo con los que no piensan ni actúan como él se ha puesto de manifiesto hace unos pocos días, cuando Urtubey, airado, se dio vuelta frente a un grupo de mujeres que protestaban contra él, lanzándoles un inamistoso y agresivo: ¡Qué pasa!, con el que intentó amedrentar a sus críticas.

Siempre podrá decir Urtubey que en once años y medio él no se ha visto necesitado de convocar a la oposición, «porque en Salta no hay crisis».

Es curioso, pero en la Argentina las crisis son siempre del gobierno nacional, que vive inmerso en ellas desde hace por lo menos treinta años, pero nunca del gobierno provincial. En Salta no hay inflación, el dólar está por los suelos, no se asesinan mujeres, las cuentas del Estado son un primor, no hay inseguridad, enfermedades, niños pobres o pueblos marginados. Y si algunas de estas cosas horrendas llega a haber, es siempre culpa del gobierno nacional, tenga o no competencias en la materia.

Y lo que es peor: no hay crisis política, ni aun cuando el Gobernador manipula con descaro y en su propio beneficio la configuración del Poder Judicial y del Ministerio Público, para luego salir a decir en los programas de televisión nacionales que «es una barbaridad que el gobierno interfiera en los mecanismos de la Justicia».

Las mentiras, los datos no contrastados, la información falsa... son recursos de los políticos de más corto recorrido. Pero lo que de verdad los hunde es la falta de sinceridad. Cuando se descubre que un político es poco sincero -más allá de su coherencia- el descalabro es inevitable.

Urtubey no puede, por más que quiera, negar la realidad de la Provincia que gobierna y no puede despegarse de los graves problemas que su falta de acierto en el gobierno ha provocado en cientos de miles de salteños, que hoy deberían estar en mucho mejor situación.

Si Urtubey se niega a reconocer la crisis en Salta, por lo menos que haga el esfuerzo por reconocer que el diálogo con la oposición es un valor democrático en sí mismo, cualquiera sea el alcance territorial con que se practique, y que los diálogos no pueden ser «buenos» cuando los convoca Macri, e «inútiles» cuando se trata de sentarse a conversar con opositores en Salta.