Los carreros de Salta: un grupo de presión con una elevada capacidad de bloqueo

En esta Salta tan futurista e industrializada, en donde no caben ya empresas en los parques industriales; en nuestra escogida ciudad, tan avanzada, en cuyo seno crecen y se desarrollan los emprendedores que transformarán al mundo y donde se escenifican sofisticadísimas reivindicaciones de género, el grupo de presión más activo y eficiente es -paradójicamente- el de los conductores de carros tirados por caballos.

Los cronistas de la prosperidad de Salta, esos que todos los días nos sorprenden con las maravillas de la inclusión y el crecimiento económico, deberían explicar a la sociedad y al mundo por qué los carreros que transportan choclos y cartones son más dinámicos y políticamente más influyentes que los desarrolladores de apps o los grandes teóricos de la economía lugareña.

La irreverencia toma cuerpo cada vez que el Concejo Deliberante de Salta admite que mantiene contactos formales con la poderosa corporación de los carreros, para ver si consigue de una vez algo que en cualquier organización política que bien se precie es normal y relativamente fácil: que los ciudadanos cumplan con las normas democráticamente aprobadas.

Los concejales llevan años luchando -o diciendo que luchan- para erradicar de la circulación vial los carros tirados por caballos, pero, al parecer, resulta más fácil imponer una norma como la famosa 'tolerancia cero', que mantiene a raya a cerca de 300.000 conductores de vehículos a motor, que obligar a un puñado de carreros a cumplir con las normas que prohiben la tracción animal.

Al contrario, es ese puñado de carreros, convertido en insólito grupo de presión, el que mantiene a raya a los concejales y en jaque al Estado de Derecho. Lo mismo hacen los vendedores de pirotecnia, ante los que los concejales también han capitulado.

Y si los carreros pueden más que los concejales, va siendo hora de pensar en cerrar el Concejo Deliberante y sustituirlo por la corporación municipal de los carreros deliberantes, que quizá no sepan mucho hacer ordenanzas, pero de que saben deshacerlas no cabe la más mínima duda.