
El hecho de que hayamos llegado casi al final de la segunda década del siglo XXI convertidos en unas de las provincias más pobres y postergadas de la Argentina debería hacernos reflexionar profundamente. Hay algo serio y preocupante en este dato que algunos intentan ocultar pero que otros muchos tienen en cuenta para orientar o reorientar nuestros procesos políticos y sociales.
Los que gobiernan, interesados en conservar el poder o al menos evitar que sus sucesores se los lleven por delante triturándolos en la justicia, intentan maquillar la realidad y nos hablan de una Salta próspera, de un dechado de bienestar y de justicia. Pero esa Salta no existe. No surge de ningún indicador serio y contrastado. Aquella Salta ideal e impoluta simplemente habita en la imaginación de un grupo pequeño de personas que en su día se obsesionaron con la idea de pasar a la historia como los grandes «transformadores de Salta» pero que al cabo de más de una década de ejercicio del poder solo han conseguido llevar a la Provincia al caos y a la disgregación.
Por supuesto que las cosas podrían ser todavía peores, pero el haber conseguido evitar el desastre total no nos sirve hoy de consuelo. Los sueños de cientos de miles de personas se han estrellado a causa de la megalomanía y el extravío mental de la pequeña elite que sustituyó parcialmente a los que dejaron el gobierno en 2007 y ya no se puede mirar hacia otro lado. Esas personas demandan a los gritos respuestas y explicaciones que es probable que no lleguen nunca.
En los últimos tres lustros, Salta podría haber dado un gran paso hacia adelante, pero ha retrocedido de una forma impensada. Las razones de este retroceso son variadas, pero desde mi posición de observador distante puedo identificar, como principales, las siguientes causas:
1) La creciente dependencia (económica, social, política, emocional y estética) de Salta, respecto de Buenos Aires.
2) La ausencia de un proyecto claro y definido de inserción de Salta en la región y en el mundo, producto del rechazo inconsciente hacia todo lo extranjero que alienta el nacionalismo peronista.
3) La falta de acumulación de capital y de ahorro, que es el resultado de la preferencia del gobierno por el llamado «capitalismo de amigos», en desmedro del gran capital internacional, que es penalizado en Salta por regulaciones y decisiones administrativas que desalientan su llegada o, en su caso, penalizan su permanencia en nuestra Provincia.
4) La caída en picado de la influencia de Salta en las grandes decisiones nacionales.
A comienzos de 2019, Salta es cualquier cosa menos un «territorio resiliente». Nuestra Provincia no ha dado respuestas a ninguno de los grandes desafíos globales del momento (el cambio climático, el pico del petróleo y la crisis económica) y, encerrada en la contemplación de sus costumbres, tampoco ha elaborado respuestas a los problemas locales (falta de cohesión territorial, la creciente desigualdad social y el estancamiento político). Salta es cada vez más frágil y vulnerable.
Por esta razón es que he pensado que lo que podríamos llamar el «proyecto presidencial» de Juan Manuel Urtubey para Salta es la mejor garantía de que nuestros problemas, globales y locales, se agraven en los próximos veinte años.
Lo que propone Urtubey es un gran vuelco de recursos federales hacia Salta, para -según él- corregir algunas «históricas injusticias». Pero aunque él, o cualquier otro, llevara a cabo una gran revolución en este aspecto, Salta seguiría dependiendo, y cada vez lo haría más, de los saldos y retazos de la coparticipación federal y quedaría más expuesta a las crisis económicas globales, como lo está ahora, en este mismo momento, en el que no puede, por más que quisiera, trasponer al plano provincial las medidas económicas recientemente anunciadas por el Presidente de la Nación.
Es posible que un shock de recursos federales sirva como revulsivo a la economía de Salta, pero todo indica que, en vez de hacerla autónoma, fuerte e independiente de los equilibrios externos, la mayor inyección de recursos se traducirá en una mayor dependencia y en una mayor vulnerabilidad.
Urtubey no plantea en ningún momento que Salta necesita acumular capital propio, y sí en cambio nos dice que el capital que necesita para desarrollarse debe venir de afuera, cuando está viendo él (como ven los potenciales inversores) que apenas tenemos carreteras decentes, que nos enorgullecemos de un aeropuerto tercermundista, que nuestros hospitales están a nivel de los del África subsahariana, que nuestras Universidades se encuentran a la cola en cualquier ranking que se quiera consultar, que combatimos la pobreza infantil con herramientas potencialmente peligrosas para el derecho a la intimidad de las personas y de sus familias, que las instituciones locales son imprevisibles y fácilmente manipulables por intereses políticos. Pienso que ni Urtubey se cree realmente que van a venir los capitales extranjeros, a menos -claro está- que vengan a expoliar nuestras riquezas naturales sin pagar aquí casi ningún impuesto y sin crear puestos de trabajo de una cualificación suficiente que nos permita crecer como sociedad.
Urtubey candidato, lo mismo que Urtubey Gobernador, muestra una preocupante tendencia a creer que son reales las cosas inventadas. Si como Gobernador ha cerrado la administración al escrutinio de los ciudadanos, privilegiando los procedimientos secretos (por ejemplo, sus gastos proselitistas off-season), es más que razonable pensar que como Presidente no generará jamás la información de calidad que los ciudadanos y los agentes económicos necesitan para adoptar decisiones de auténtica calidad.
Si en doce años no ha conseguido que sus ideas económicas hagan pie en una Salta escurridiza y frágil, como Presidente le será imposible sostener la idea de una economía basada en el crecimiento con equidad.
Durante sus tres mandatos como Gobernador, Urtubey ha laminado a la oposición y hecho desaparecer los matices que enriquecían o podrían llegar a enriquecer a la sociedad salteña. Por tanto, es sumamente dudoso que como Presidente acierte a tener en cuenta a todos los elementos que componen la complejidad social y que fomente procesos de toma de decisiones que impliquen a todo el mundo, y en donde todos puedan compartir éxitos, fracasos, mejoras y conexiones para hacer crecer el capital colectivo.
Salta no necesita ese shock de recursos federales que promete Urtubey. Al contrario, es urgente que nuestra Provincia se despegue de las imprevisibles finanzas nacionales y que desarrolle en sus pueblos y en sus ciudades la capacidad de sus habitantes para asumir con flexibilidad las situaciones límite y para sobreponerse a ellas. Necesitamos hacer crecer a nuestros pueblos; especialmente a los menos productivos. Para que resistan la crisis. Comida local, moneda local o energía local para resistir ante situaciones adversas.
Salta necesita urgentemente una salida que ayude a sus habitantes a superar ese estado semipermanente de ansiedad y preocupación, que se traduce en comportamientos electorales extremos y poco reflexivos. Antes que pensar en un redentor que desde la Quinta de Olivos haga fluir toneladas de dinero hacia Salta, necesitamos que los salteños se convenzan de que las soluciones empezarán a aparecer cuando por fin caigamos en cuenta de que, más que un cambio externo, necesitamos un cambio interno, que ayude a transformar lo negativo en positivo para que las personas puedan llevar a cabo las acciones que realmente les motiven y para que cada quien pueda formular, en libertad y sin la tutela paternalista de un líder o de un gobierno, su propio proyecto de vida.
Todo ello demanda un gran cambio político, que necesariamente ha de estar precedido por un profundo cambio de mentalidad. Salta debe reforzar su autonomía promoviendo la autoorganización y la amplia libertad en materia de información y de toma de decisiones. Tenemos que aprender a autogestionar nuestros propios recursos y abandonar paulatinamente las jerarquías, que son resabios de un pasado autoritario y que perviven aún entre nosotros porque hay quienes todavía se creen que han nacido para mandar en una sociedad a la que cada día se incorporan personas con un elevado sentido de la igualdad.
Diré para concluir que el desarrollo futuro de Salta pasa no solo por transformar lo conocido sino también por mandar a las duchas a dirigentes políticos como Urtubey, que hablan de una Salta que no existe y que nos prometen un futuro en el que nuestros hijos y nuestros nietos serán esclavos de los designios de personas más listas o más poderosas que viven lejos de Salta, pero que influyen sobre nosotros mucho más de lo que deberían.