
Aunque el gobierno de Macri no pasará a la historia como uno de los más capaces y eficientes de todos los que ha tenido la Argentina independiente, a pesar de sus clamorosos errores políticos y su falta de criterio económico, la performance del gobierno federal en materia de políticas sociales es, de largo, mucho más presentable y meritoria que la del gobierno provincial de Salta.
La difusión de las cifras del INDEC ha cerrado la boca de muchos maquilladores de la realidad en Salta. Entre ellos, la de su primera espada, el gobernador Juan Manuel Urtubey, quien ha aprovechado la viralización de un vídeo en el que una ciudadana le increpa reclamando justicia, para evitar hablar de lo que realmente está en boca de todos en esta hora: su clamoroso fracaso como gestor público.
Probablemente en los próximos días, por exigencias del guión de la campaña (muy difícil de modificar a estas alturas) se siga escuchando de boca de los urtubeystas más viscerales que el fracasado es Macri. Pero si lo de Macri es un fracaso, lo de Urtubey sencillamente es un bochorno.
En la Argentina de 2019 nadie se puede proclamar sin pecado en lo que se refiere a las causas profundas de la pobreza. El único que no parece estar dispuesto a asumir su cuota de responsabilidad (que es incluso más grande de lo que en principio se creía) es Urtubey, que vive en un mundo de fantasía, con su familia vestida de gaucho en pose aristocrática, como si fuesen los Bush de Texas, o los Windsor en Balmoral.
Se acaba la historia del Gobernador rico de la provincia más pobre del país. Ni los filósofos más ágiles van a conseguir explicar el porqué de la prosperidad personal y familiar de un hombre que encarna el espíritu de la pobreza estructural como ningún otro dirigente político del país.
Mientras el divorcio entre Urtubey y la realidad más cruda del día a día de los pobres de Salta se hace cada vez más nítido, queda por reflexionar qué hubiese ocurrido en estos últimos tres años y medio si el gobierno de Macri no hubiera elegido a Salta para volcar una importante cantidad de recursos en el combate contra la pobreza.
Está claro: Macri ha podido hacerlo muy mal y se ha equivocado en casi todo. Pero mucho peor lo ha hecho Urtubey, porque si la cosa hubiera sido diferente, hoy las cifras del INDEC sobre la pobreza y la indigencia no pondrían de manifiesto el enorme diferencial de crecimiento de la pobreza entre el conjunto nacional y la castigada Provincia de Salta.
Agrava notablemente la situación el hecho de que Macri lleva poco más de tres años en su cargo de Presidente, mientras que Urtubey es Gobernador de Salta hace más de once. Tiempo ha tenido para hacer algo por los pobres de su provincia, que son los que ahora pagan, sin saberlo, su costosa campaña electoral.
La campaña proselitista ha entrado en una fase en la que las autocríticas y la asunción de culpas ya no son posibles. Quien hoy admite su fracaso de gestión pierde. Es por ello que la evaluación de unos y de otros la deben hacer los ciudadanos y no permitir que los políticos la hagan a su gusto y conveniencia.
A Macri le ha aumentado la pobreza, sí. Pero a Urtubey le ha estallado el asunto en sus propias fauces, como si se tratara de una bomba de relojería: en un momento en que más daño no podría haberle hecho.
El próximo lunes día 1 de abril, Urtubey pronunciará su último discurso ante la Legislatura provincial. Después del varapalo de las cifras del INDEC sobre la pobreza, los redactores del discurso no encuentran tiempo para borrar aquellas frases recurrentes que evocan el dolor que produce en el magnánimo gobernante la situación de «los pobres de mi amada Salta». Frente al desafío de derrapar en el discurso, probablemente Urtubey se centre en el mal momento que ha debido pasar cuando fue escrachado en el shopping.