Un máster en ‘vieja política’

  • Cuando alguien acusa al adversario de encarnar la ‘vieja política’, en realidad le está haciendo un enorme favor al contrario; y de paso también al electorado, que rápidamente descubre a quien se disfraza y sabe perfectamente a quién no debe votar.
  • Disfraces y máscaras, en plena Cuaresma

Quien a sí mismo se presenta como la ‘nueva política’ tiene muy poco de ‘nuevo’ y, desgraciadamente, aún menos de ‘político’. Así ha sucedido desde que el mundo es mundo, invariablemente.


Cualquier líder responsable y con experiencia sabe que la política -probablemente al igual que el amor y el alimento diario- son actividades atemporales y necesarias, que muy poco han cambiado con el correr de los siglos y que, con independencia de las modas pasajeras, mantienen su esencia.

En la política aprovecha todo: desde la experiencia de los griegos, pasando por la larga noche de la Edad Media, hasta la revolución bolchevique.

Viejos son los trapos, diría una señora de barrio. La política es una sola y se diferencia de la música en que muy difícilmente se pueda hablar de política buena y de política mala, tanto en el sentido ético como en el sentido estético.

Pero claro. En la política hay mentirosos y mentirosas de muy variado pelaje. Y no de ahora, puesto que los ha habido siempre. El problema es reconocerlos rápidamente, a lo que sin dudas ayuda el que alguien se apresure a presentarse como el compendio de la ‘nueva política’, de la que vendrá o de la que todavía no se ha inventado. Por eso se agradece la ayuda.

Todos, con independencia de nuestra edad y de nuestro grado de orientación al futuro, somos igualmente viejos e igualmente nuevos en la política. Enfrentamos los mismos problemas de siempre y algunos que son nuevos, pero que resolveremos -con suerte- con la ayuda de la experiencia de siglos de política. Algunos utilizan herramientas más osadas e innovadoras que otros, pero la política -con sus vicios- no cambia, ni cambiará. Nos ayuda así tal cual como está. Y no es poca cosa decirlo.

Votar con el voto electrónico no es ‘nueva política’, así como hacerlo con el voto de papel no es ‘vieja política’. Hacer trampas con uno o el otro, decididamente no es política: es trampa. Hay que tenerlo bien claro.

Lo que es triste, en cualquier caso, es que quienes defienden el voto electrónico como un ‘avance’ (para la trampa seguro que lo es), se olvidan que durante años han ganado y perdido elecciones con el voto de papel que ahora denuestan, sin quejarse en lo más mínimo. Han ocupado cargos importantes, que ahora venimos a descubrir pertenecían a la era del retroceso, de la tramposa e ilegítima ‘vieja política’.

Debemos sincerarnos. Los salteños no hemos ganado nada con el voto electrónico. No somos ahora electoralmente más cultos y más sabios que antes. No somos mejores ciudadanos en ningún sentido. El voto electrónico no es moderno sino caduco. Si en Salta se siguen repartiendo choripanes y zapatillas, ¿de qué modernidad estamos hablando? La administración electoral nos maltrata más ahora que antes. Nuestros asuntos públicos no marchan mejor ahora que cuando los intentábamos resolver con el voto de papel.

Pero somos más pobres (en parte porque pagamos fortunas para votar con unas máquinas de juguete) y como votantes nos hemos vuelto más inseguros (¿alguien sabrá que ese voto es mío? ¿por qué hay tantas colas y demoras? ¿la máquina grabará efectivamente el voto que yo he elegido? ¿lo contará tal cual o leerá lo que se le antoje? ¿qué pasará cuando me haya retirado de la mesa?).

Muchos -una mayoría- prefieren que les hagan trampas conocidas con el voto de papel a que le metan la mano en el bolsillo sin que ellos siquiera se enteren, utilizando celulares o artilugios similares. Preferir una herramienta conocida por sobre una cuyas bondades se ha descubierto que no son ciertas no tiene nada de malo, y desde luego, nada de política vieja.

Al contrario, los que huelen a naftalina son los «vanguardistas», los «modernizadores», los que tienen (y presumen de tenerlos) asesores y funcionarios de la Edad de Piedra.

Los tramposos son embaucadores, no políticos. Son apostadores a la quiniela del poder y no servidores públicos. Al político comprometido con el bienestar y el futuro de sus conciudadanos le importan, sin dudas, cosas más importantes, como por ejemplo que los ciudadanos electores no sean manipulados e ignorados por un poder que solo piensa en sí mismo y en la forma de reproducir sus vicios, en desmedro del interés de todos que es votar en libertad, con seguridad, confianza y transparencia. De eso sí que no se ocupan, ni los ‘viejos’, ni los ‘nuevos’.